A diferencia del manzanillero (1), Ernesto Leal sitúa su poética, en estos tiempos de revisión identitaria profunda, de frente a las razones últimas de tanta manipulación discursiva en torno a la identidad nacional. Su misión parece ser insistir constantemente en las construcciones que se levantan en varios niveles (ideológico, político, cultural, expresamente artístico, la propia realidad, el conocimiento, la razón) y que a consecuencia determinan el Orden del mundo y sus corolarios nefastos a la libertad del hombre; construcciones que se sustentan en ese canal resbaladizo y tramposo que es el lenguaje.
El lenguaje se devela en su obra como suerte de pecado primigenio, tara genética de la que no podemos escapar, celda, debido a las azarosas relaciones entre signo y significado –la insuficiencia mayor. Su lucha es, en definitiva, contra el pensamiento binario, unilateral, cartesiano. De ahí el aire pesimista de su creación: ¿cómo rebelarse contra las estructuras de nuestro pensamiento y contra el único sistema de comunicación que se tiene a mano?
El autor resuelve esta interrogante proponiendo desenlaces momentáneos, una suerte de jugarreta sustentada en pequeños atentados, una decisión de lucha perenne, en la que sabe sus posibilidades limitadas. Pero su acto desestabilizador –especie de Bomberman ideológico– es más que oportuno y justo. De no poder asestar el golpe mortal en esta batalla contra enemigos gigantes podemos pronunciarnos contra sus expresiones palpables, entiéndanse las relaciones de poder. Es una lógica que opera a la inversa, de atrás hacia adelante, de abajo hacia arriba, que se conforma con la develación de la naturaleza apócrifa de cuanto ha sido conceptualizado por el hombre.
En su Proyecto Marte (2004-2006) Leal introduce lo ilógico ficticio para poner en evidencia lo absurdo cotidiano. La pretendida situación intergaláctica –tras las carcajadas, por supuesto– es un pretexto útil para evaluar nuestro proceder como civilización, como cultura. Ernesto Leal compra a un sujeto que se hace llamar Denis Hope vía internet (The Lunar Embassy) un acre de tierra en Marte y recibe incluso un título de propiedad que luego dona de modo legal en una notaría al cementerio de Colón, sin previo consentimiento del beneficiario. Este gesto profundamente cínico y subversivo parte de la desfachatez primera del internauta que se autorreconoce titular. Leal fija una extensión de la necrópolis –y con ella del espacio cubano– en Marte y así subvierte el tradicional vínculo geográfico que soporta la noción de identidad.
Al apreciar los terrenos baldíos de Marte en Nueva patria para reposar (2006), uno de los videos que componen el proyecto, se aprecia el planeta en su condición primigenia y acto seguido se piensan los resultados de siglos y siglos de construcciones materiales y abstractas, reales y figuradas y, como lo que en principio era tan básico, se convierte en un enrevesado tejido cuya consecuencia última es la coerción de la libertad del hombre. El tono del video, aunque se torna jocoso por lo irrisorio de su provocación, resulta un tanto apocalíptico. Esto se debe a la distorsión de las notas del Himno Nacional dispersas en las corrientes de aire que fluyen sobre el terreno marciano.
Terrenos gratis (2004), otra de las piezas del puzzle, nos informa sobre la disponibilidad de terrenos gratis en Marte, bajo la exclusiva condición de no crear patrias. La identificación tradicional de este vocablo con el asentamiento geográfico se ve saboteada pues el artista, de modo pícaro y premeditado, concibe una superficie en permanente mutación. Este gesto, además de descentrar la relación entre significado y significante, ofrece una suerte de nuevo comienzo, borrón y cuenta nueva. Si pudiéramos elegir, ¿lo haríamos todo de nuevo?
Ernesto trabaja en las lindes de lo real y lo ficcionado como brecha libertaria. Si es imposible al individuo rehuir las consecuencias de las acciones de terceros, puede conquistar para sí la iluminación de saber cómo funciona el juego en que está inmerso, desvendarse los ojos, aproximarse a la realidad.
Nota:
(1) La autora se refiere a Alejandro Campins.
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