Héctor Antón Castillo

                                       No soy más que un guiñapo humano, Virgilio Piñera

Los cuerpos fragmentados del pintor autodidacta Víctor Alexis Puig (La Habana, 1966) evidencian los “estados de ánimo” propicios de una sociedad anclada en un pasado sin futuro, en nombre de un presente que camina pero no avanza hacia renovadas incertidumbres. La denuncia reprimida es el gran pretexto que impulsa la factura de lienzos en los que el uso del color apenas significa una ironía del destino. Semejante cromatismo paradójico encierra un maniqueísmo esencial: las coloridas apariencias de estos personajes “sin biografías convincentes”, fracasan en el acto de ocultar vidas en blanco y negro que ignoran las trampas del maquillaje. Tal parece que sufren el peor de los castigos: estar privados de simular una existencia hecha para fingir y olvidar. De esta manera, se articula una pintura imposible de ser absuelta mediante el color.

Víctor Alexis es un artista de la actitud, donde las formas nunca llegan a suplantar el contenido emocional de un expresionismo rotundamente triste. Lezama Lima sostenía que “lo lúdico es lo agónico”. Este principio que intenta conciliar la risa y el llanto pierde sentido ante figuraciones replegadas a una alegoría de la decadencia imperante en la llamada Cuba postcastro.

El panorama histriónico de esta exhibición “da vida” a residuos humanos avasallados por la realidad, un contexto simbólico regido por la microfísica de poderes virtuales. Una operación que se concreta tras los bastidores del cinismo hegemónico, incapaz de enarbolar piedad ante la masa silenciada. Aquí el instante y la eternidad son extremos que, de tanto llegar a tocarse, se funden inevitablemente. Ello evoca una sutileza mordaz del escritor Milan Kundera: “El odio te une a tu enemigo en un estrecho abrazo”.

La propuesta de Víctor Alexis vale más por cuanto calla que por cuanto otorga. ¿Qué calla? ¿Qué otorga? Nada menos que la nada historia vaticinada por Virgilio Piñera que permite a un hombre “vivir como un fantasma entre fantasmas que viven como hombres” –especie de homenaje velado al poema de Fayad Jamís El ahorcado del café Bonaparte. Víctor Alexis huye del panfleto como epidemia fulminante y consigue desmarcarse con éxito. En su caso, la gracia artística nunca sucumbe al ruido político. Y lo consigue aplicándole a la irreverencia un proceso de escamoteo hasta concederle un oscuro protagonismo.

El compromiso por encima del no-compromiso como pestilencia intelectual es el soporte ético que respalda esta propuesta. Sin embargo, todo se resuelve en soluciones irónicamente absurdas: la rebelión del artista se traduce en una galería de sujetos comunes que solo exhiben su capacidad de renuncia. La imposibilidad vital como detonante de variadas posibilidades pictóricas genera el afán por registrar las secuelas del “gran caso patológico” que aún sobrevive en Cuba. Los trazos y manchas de Víctor Alexis se fugan de la anécdota vulgar, para encarnar en cuadros fantasmagóricamente seriados como emblemas de la nulidad ideológica que representan.

Estos “actores de reparto y sin glamour” explotan por dentro mientras se tornan vanos los esfuerzos por contener la implosión que ilustran sus rostros. Elocuencia. Hieratismo. Inconformidad. Sumisión. Memoria. Amnesia. Se trata de una gestualidad pictórica que prefiere ir a los extremos para marcar la diferencia. Todo para sugerir un turbión de matices dudosos, pues reflejan un mismo sentimiento: arquetipo de la disfunción total.

Tiempos del silencio responde a una lógica paradójica implacable: afirmar negando y negar afirmando. Aunque el litigio conceptual aflora más allá de la superficie pictórica, cuando se percibe la suma de un aura sombría. En cuanto al plano formal, no se distingue un pulseo entre figura y fondo que barroquice la imagen. Los fondos de Víctor Alexis cumplen disciplinadamente su función de neutras escenografías que persiguen abolir el cliché representacional de lo teatral. Otro aspecto que brilla por su ausencia en la exhibición es el chiste, ese gran banalizador de los conflictos punzantes de la ínsula donde nació el artista. Víctor Alexis ni siquiera aborda el humor negro de pretendida estirpe kafkiana. Ello lo separa de una tendencia hacia la jocosidad muy socorrida en el arte hecho en Cuba durante las últimas décadas.

Esta muestra recrea una tragedia que nunca desemboca en comedia. Por lo que estas imágenes sirven para que el espectador tenga la opción de alarmarse, para luego volver a alarmarse en el quiebre del sueño reparador. “No, las pesadillas no pasan” -parece contradecirnos el pintor entre dientes. Tiempos del silencio convoca a recapitular en el devenir incierto que somete a los atascados de la historia.