Nelson Herrera Ysla

Creo que el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba podría, en estos tiempos de confinamiento, intentar mover, dinamizar su propia Colección de Arte cubano, contenido en el enorme edificio construido en 1954. Que yo recuerde, desde que se re-inauguró en 2001, luego de seis años de remodelaciones de todo tipo, incluyendo la museografía, mantiene en sus paredes las mismas obras, los mismos autores, desde el comienzo de las expresiones visuales en el país (grabado esencialmente) bordeando los siglos XVI y XVII en lo adelante hasta fines del siglo XX. Salvo pequeñas maniobras de recambio menor en alguna que otra sala, el espectador habitual del Museo realiza lecturas únicas, unidireccionales, de lo que se puede considerar una “historia del arte cubano”. En ya veinte años, en apariencia, esa visión de la historia permanece inamovible, inalterable.

Creo que es hora de  re-evaluar y recolocar ciertos artistas, añadir otros que han permanecido a la sombra segura de los almacenes, exponerlos de nuevas maneras, integrar otras disciplinas que han obtenido reconocimiento universal desde décadas atrás o que fueron consideradas “arte menor” históricamente. El protagonismo de algunas expresiones, de algunos artistas, ha cambiado a partir de investigaciones o ensayos que proponen otras lecturas de nuestros acervos, de nuestro patrimonio no solo en Cuba sino en varios países.

Efectivamente, es enorme el tesauro de obras en los almacenes del Museo Nacional. Y es algo que nos llena de orgullo, aunque no conozcamos la mayoría de ellas (en total se ha escrito que más de cuarenta y cinco mil obras atesora el Museo, incluyendo las colecciones de arte antiguo, europeo, norteamericano, latinoamericano, asiático). Hablamos y defendemos, pues, ese tesauro…más bien por boca de ganso. No sé, no sabemos, cuánto de valioso hay almacenado sin ver la luz, partiendo de no sé cuáles razones ideológicas, museológicas, museográficas. O quién sabe si actúan caprichos o intereses muy particulares, o hasta gustos personales que pesan a la hora de decidir qué autor debe estar presente en salas y cuál o cuáles obras como objetivo de dar a conocer esa riqueza cultural almacenada (o confinada según el lenguaje actual.)  

En alguna ocasión feliz, el Museo se han atrevido a mostrar una ínfima parte de ellas, como recuerdo aquella exposición transitoria años atrás, titulada Almacenes afuera. Sospecho debe haber sido un 1 o 2 por ciento de lo conservado, donde fui sorprendido por obras de autores poco conocidos y otras que podían haber sido apreciadas de forma permanente, sin llegar a la respetable cifra de veinte años que poseen las de ahora, por supuesto.

A mi juicio, valdría la pena utilizar este tiempo (casi muerto, como en las pasadas zafras azucareras) para replantearse aquella museografía del edificio de Arte Cubano definida a fines del siglo pasado, puesto que se trata del núcleo o corazón de mis preocupaciones y de nuevos pasos que habrías que dar.

Uno de los talones de Aquiles de aquella museografía, y que injustamente se mantiene aún es la escasa importancia que se le ha dado a la gráfica, especialmente al cartel y la fotografía dentro de las salas consideradas “permanentes” (adjetivo diabólico si los hay, opresivo, impasible, imperturbable). En el propio año 2001 publiqué sobre ello a propósito de aquella reinauguración que entusiasmó tanto pues no se trataba de aguar la fiesta sino hablar sobre ella después de terminada. Resultan lamentable la ausencia de tales expresiones, repito otra vez. Y hasta paradójico pues el Museo ha dedicado espacios a enaltecer, por ejemplo, la importancia de la gráfica en Cuba con exposiciones (en años recientes) dedicadas al dibujo, al diseño de los años 20, 30 y 40, en las que pudimos apreciar, por ejemplo, hasta qué punto en tales expresiones radicó la mayor parte de lo que se ha considerado la modernidad en el arte cubano del siglo xx (sobre esto se ha pronunciado la investigadora y curadora Llilian Llanes Godoy en alguna ocasión) y no necesariamente en la pintura tal y como se han esforzado algunos de nuestros mejores historiadores a difundir esa idea desde hace décadas. Dibujo, cartel, fotografía, al parecer, han sido enaltecidas pero solo como arte menor e imposibilitadas de clasificar o alcanzar mayores niveles en la jerarquía otorgada, legitimada, por un poder museológico incuestionable. ¿Cómo es posible en un Museo que cuando abrió sus puertas en 1913, contenía varias expresiones de la historia, la música, el folclor, la artesanía, en un alarde, quizás ingenuo pero legítimo, de inclusividad e integración de variadas expresiones de la nuestra propia cultura, a la manera que hoy se entiende en su totalidad, localidad y globalidad? Y no se piense que clamo por una vuelta a las ideas que motivaron la creación del Museo Nacional a comienzos del siglo xx pero habría que valorar, quizás, algunas de aquellas ideas tan modernas y contemporáneas.

¿Por qué están ausentes en esas salas los ejemplares dibujos y diseños de Conrado Massaguer, Jaime Valls, Enrique García Cabrera…., o las portadas de algunas de las mejores revistas cubanas de entonces (Social, Carteles, Bohemia), las admirables fotografías de Pepe Tabío, José Manuel Acosta, Constantino Arias, o los carteles de Alfredo Rostgaard, Ñiko, René Azcuy, Antonio Reboiro, Eduardo Muñoz Bachs, que le siguen dando la vuelta al mundo como paradigmas cuando de artes visuales cubanas se trata?¿Por qué no considerar –sin entrar en cuestiones vinculadas a la arquitectura y el diseño industrial para que nadie imagine que estoy pidiendo peras al olmo, pero sí, después de todo– ¿las obras de Govantes y Cabarrocas, Ricardo Porro, Fernando Salinas, Nicolás Quintana, Max Borges, Antonio Quintana, Walter Betancourt, Clara Porset, Gonzalo Córdova, como elementos insustituibles de nuestro rico patrimonio artístico, reconocidas por nosotros mismo y en el extranjero? ¿Son, además, Mario Romañach o Frank Martínez, menos importante que Estupiñán o Mateo Torriente, Domingo Ravenet, en cuanto a la historia de la cultura artística cubana? ¿No es la arquitectura uno de los grandes exponentes de la imaginación y el talento en materia de artes y creación, componentes de las “bellas artes”, considerada en la Antigüedad “la madre de todas las artes”? ¿Se puede prescindir del diseño (arquitectónico, industrial, gráfico) comenzado el siglo xxi, a la hora de historiar las expresiones estéticas de una sociedad, de un país, de una nación?

¿Seguiremos considerando “bellas artes” solamente a la pintura de manera rotunda, tal como aparece actualmente en los tres niveles del Museo, acompañada en espacios pequeños semicerrados dentro del edificio por el grabado, el dibujo, la fotografía y alguna que otra serigrafía? Incluso tendría que preguntar ¿por qué es tan pobremente representada la escultura, dispuestas algunas obras en pasillos que comunican salas entre sí, pequeños vestíbulos o arrinconada en otras ocasiones como las obras Manuel Mendive, de Eugenio Rodríguez, Tomás Oliva (nuestro máximo exponente en la segunda mitad del siglo pasado? ¿Por qué José Villa no está en salas sino fuera del edifico, en una esquina del Museo? ¿No son las salas “permanentes”, y no la calle, las máximas legitimadoras de la historia del arte cubano según la museografía propuesta, concluyente? ¿Y Tomás Lara, Eliseo Valdés, por igual? Aunque es cierto que hay expuestas algunas obras en salas, estas carecen de una iluminación adecuada como la brindada a la pintura y ello, sin duda, minimiza su percepción e importancia.

¿Por qué no hay información precisa, adecuada, en cada sala para que el público sepa donde se encuentra, adonde ha llegado, qué está viendo, y pueda orientarse desde el patio gigantesco del Museo hasta las plantas superiores del mismo y pueda entender mejor la historia del arte cubano desde un punto de vista cronológico?

No solo se trata de que estén presentes grandes obras y artistas cubanos sino otras y otros de menor relevancia quizás, acotados y con niveles de representatividad, cantidad, de acuerdo a sus niveles en la historia. No hago valoraciones ni comparaciones en tan poco espacio, pero el Museo debe resaltar lo que haya que resaltar no solo poniendo más obras de aquellos artistas que considera cimeros. ¿Por qué no hay una escueta pero sustancial en sala sobre Wifredo Lam, el más grande artista cubano de toda nuestra historia? ¿Y por qué hay 3 espacios grandes dedicados a la abstracción sin información precisa sobre lo que significó esa tendencia en el arte cubano contemporáneo? ¿Es que todo el público que visita el Museo, mayoritariamente extranjero, conoce quién es Lam, su alcance, su importancia? Lo aplicado a este artista, bien puede ser aplicados a otros, que conste.

Me parecería interesante repensar lo que almacena el Museo, ese impresionante tesauro del cual se habla con entusiasmo, y sobre lo que está expuesto por hace casi 20 años. Valdría la pena hurgar nuevamente, escarbar, considerar otras lecturas, otra percepción de la historia del arte cubano. ¿Vamos a seguir teniendo la misma visión del arte cubano después de tanto que se ha investigado desde hace décadas?

Un año atrás, 2019, el Museo Nacional exhibió en varias salas, a propósito de la pasada Bienal de La Habana, la muestra Repensar la nación, con muestras integradas acerca de la historia nacional vista a través de diferentes artistas, el problema de la racialidad, ¿el rol del azúcar? Entonces…. ¿Qué? ¿Debemos solamente repensar la nación? ¿Y por qué no, también, el arte cubano? ¿Es que todo está dicho, hecho y todo, además, está bien, perfecto? ¿Por qué la Nación y el Arte no? ¿Es ese, y será ese, el único discurso estético posible sobre nuestro decursar histórico? ¿O hay otras maneras también de comprender lo que hemos hecho de valioso?

Esta es una ocasión importante para actuar. De acuerdo con que el Museo Nacional de Bellas Artes no es el MoMA de Nueva York, pero en ocasiones, y para sorpresa mía, ha asumido una función similar en tanto Museo de arte contemporáneo. Se ha atrevido felizmente a asumir dicha función de manera limitada, pero con audacia, ante la ausencia de ese Museo de Arte Contemporáneo tan añorado por todos en nuestro país. Pero la audacia no debe contenerse en solo unas semana y meses sino ser, ojalá así sea, una cuestión de actitud permanente. Y no es imitar aquella institución norteamericana sino construir nuevos relatos de nuestra historia a partir de un pensamiento original, auténtico, sobre la base de la dinámica del arte cubano contemporáneo y no solo del peso muerto de la historia. La historia pesa mucho, a veces demasiado, y en ocasiones aplasta, obnubila, reprime. ¿Por qué seguirla alimentando o rellenándola con nuevos contenidos, maquillándola ocasionalmente?

En estos tiempos difíciles para la economía, donde no se vislumbra por el momento la creación de una nueva institución en el país, tenemos ese privilegio, dado lamentablemente por una pandemia que intenta sofocarnos, maniatarnos, adormecernos en nuestras casas viendo series de televisión y filmes, o leyendo libros que tanto hemos aplazados su lectura.

Es la hora de nuevos bríos, nuevas ideas, nuevo pensamiento, nuevas estructuras.