Osmany Suárez Rivero
Amigxs:
Pocos rituales se actualizan con más insistencia en Cuba que el arte del coyulde. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al que sucede cuando en algún festejo o ceremonia familiar alguien te grita: “Cintura papi/mami cintura”; “Hasta el piso” o “tembleque”. Si en otros sitios, algún baile se ha visto enviciado con artificios, trajes insólitos o abundante alcohol, en Cuba la tendencia al despelote no solo es un hecho social ordinario con timba o reguetón, sino que constituye un beneficio constante al ego y a la sensibilidad popular.
En el lugarejo más apartado de la geografía insular, usted encuentra desde un niño hasta un anciano dando cintura; cascada de sorpresa es que alguien te diga, cuando vas a pasar la lata de cerveza, ”yo me erizo, pero no llego al piso”.
Al dar por hecho que el despelote es un arte nacional, recuerdo mis primeras incursiones al respecto a finales de los años noventa. Siendo hijo pródigo de la Santísima Villa del Diezmero en Saint Michael del Padrón, rápidamente comprendí que no bastaba con las fiestecitas barriales para ofrecerlo todo, sino que había que acudir a una congregación mayor, ascender al olimpo del coyulde llamado Piragua. Allí, en medio de la multitud enardecida entre danza y juerga, entendí que la gente congregada no solo estaba ambicionando sobreponer su presente carnavalesco y fugaz al futuro inalcanzable de los discursos oficiales en medio del Período Especial, sino que la Charanga Habanera era como un santo al que más de 20 000 personas podía festejar con regularidad y devoción como se hace con los santos patronos de los pueblos.
Todo un enjambre de jóvenes salía a localizar cada fin de semana a David Calzado por los municipios o plazas capitalinas. Era un ejercicio de cacería, protagonizado por una comunidad viva que sobrellevaba la terrible desventaja de no poder acceder a la Casa de la Música de Miramar o Galeano, El Salón Rojo del Capri, el Habana Café del Cohiba o el Turquino. Gente de pueblo y fondo de historia corriendo hasta la Víbora para sudar al ritmo de “El Avión (La Charanga arriba del avión)”, “Lola, Lola”, “El temba”, etc; gente arrojada en medio de una explosión de licras, bajichupas, singaros, bacterias y popis a la conquista de su único lujo: dar una buena cintura bajo el sereno; gente tomando de la misma botella de ron, descubriéndose semejantes con los mismos cortes de pelo de Michel Maza, quienes entre diálogos cruzados y medio burlescos al final de la noche podían ponerse a prueba tirándose algunas puñaladas. Y es que como decía Octavio Paz, bien que los sacrificios y las ofrendas calman o sacian a los dioses y santos. Al parecer, aquellos músicos eran los dioses modernos de la Cuba noventiana.
Eran ciertas las riñas, los insultos, los excesos, las injurias, como en cualquier fiesta popular actual. Pero la gente no solo estaba poseída por la violencia, sino por el frenesí del ritmo contagioso de los coros “Si ya me mojaste, chin, chin, por qué no me tiras la toalla o “Te estás aprovechando porque se fastea. No es fácil lo que se plantea, si la Charanga arriba del avión, si la Charanga arriba de Cubana…”,locos con aquel cordón de metales de la Charanga Habanera, por el impresionante reparto que reverberaba sobre la tarima El Sombrilla, David Calzado y el que más, Michel. Un hombre a quien toda interpretación le parecía incompleta si no estaba aligerada de razón y orden.
¡Bien sabe Dios cómo esas almas estallaban embriagadas de ruido, de gente, de danza. Era una verdadera Misa Negra!
De ese gasto ritual dando coyulde que llegó a invertir casi toda una isla en los años noventa, se sintieron cautivados hasta los miembros del Comité Nacional de la Juventud Comunista cuando en julio de 1997 intentaron empastar a la opulencia de la colectividad popular capitalina, los festejos del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Victoria Velázquez, primera secretaria de la UJC, quien en su puta vida había estado en un concierto de la Charanga, al parecer pretendió hacer de la invitación de la orquesta al cierre del festival, una prueba internacional de la salud de la juventud cubana, una exhibición de abundancia y poder. ¡Y qué poder!
-¡A que me lo bajo, a que me lo quito!. Decía Michel Maza desabotonándose su short desde una torre de luces en la Piragua. Y a esa hora, imagino lo que habrá pensado todo el Comité Nacional de la UJC: Debimos haber convocado a Mundito González.
Emitido en el horario estelar y por los dos canales de la TV Cubana, aquel concierto se convirtió para muchos en el choque entre la realidad popular y la Cuba oficial. Muchas voces de funcionarios e intelectuales desbordaron la axiología censora de turno: “pura vulgaridad, marginalidad y chabacanería fue lo que mostramos al mundo…”, ¿quién autorizó a esos timberos a cantar en un festival de carácter político?, ¿cómo pudimos permitir algo así? Como si vomitar bastara para eliminar de la memoria colectiva los más antológicos papelazos. En fin, para muchos dirigentes, incluyendo los miembros de la UJC, aquello era algo insólito. La súbita inmersión en una representación de la juventud informe les parecía nuevo o al menos les supuso entender que su idea de la Juventud cuando menos debió ser tan simplista como comunista…
Como todo en la isla, aquellas escenas derivaron en un baño de caos, alrededor del cual empezaron a orbitar ciertas reglas y principios. Se introdujo en las discusiones sobre el caso, una lógica y hasta una moral que contradecía el carácter popular de la Charanga Habanera y de toda la timba cubana. En ese entonces y ante la hostilidad de algunos cuadros políticos e intelectuales, Alicia Perea, directora del Instituto de la Música, afirmó para El Caimán Barbudo en defensa de los charangueros: “Nuestra música popular tiene elementos de picardía que nos vienen de la picaresca española. Además, está el sensualismo del Caribe. Hay que analizar el problema sin un criterio purista y sin llegar a extremos”.
Finalmente, en agosto de 1997, Rafael Serrano leía ante los telepromters: (…) La Charanga Habanera, una de las más populares orquestas cubanas, ha sido sancionada: durante seis meses no se emitirá su música y tampoco podrán tocar dentro o fuera de la isla (…) Justo por esas fechas se daba a conocer que Victoria Velázquez, sería destituida de su cargo por corrupción. De esta manera, pasaba a formar parte de una saga de corrupción que al menos en la UJC sigue alarmando notablemente a muchos compatriotas. Es decir, de los 12 primeros secretarios nacionales que desde 1962 hasta la fecha han ocupado esa responsabilidad, 5 (Luis Orlando Domínguez Muñiz (1972-1982), Carlos Lage Dávila (1982-1986), Roberto Robaina González (1986-1993), Victoria Velázquez (1994-1997) y Otto Rivero Torres (1997-2004) han infringido la ley con gravedad.
En fin, para aquellos que aún siguen creyendo que el sacrificio de la Charanga, solicitado por algunos dirigentes para pagar a los dioses (siempre insatisfechos) una deuda política contraída, garantizaría una vida social más ejemplar y modélica, aquí tienen los paralelismos. ¿Qué ha sido más caro a la propia Revolución, un performance televisivo con un artista tentado a desnudarse o 5 secretarios nacionales de la UJC robando a diestra y siniestra? Ya sé que cada quien tiene la muerte que se busca, la que se fabrica…Pero también es cierto que algunas muertes iluminan nuestras vidas, mientras otras resultan sencillamente de perros.
Les dejo este material para que se sofoquen, suden y sistematicen el arte del coyulde, para que canten con la Charanga Habanera de los noventa (la única, la mejor). Es sábado y la cintura lo sabe.
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