Maria de Lourdes Mariño Fernández

Tenía mil pretextos en la cabeza para que no me gustara la exposición de José Eduardo Yaque. Pensaba que la influencia de Galería Continua en La Habana ha sido más perniciosa que el control político del Ministerio de Cultura o la vigilancia de los burócratas del Consejo. Pensaba en lo difícil que es para un artista sobrevivir a las presiones internacionales del mundo del arte y continuar con una obra viva. Pensaba, además, que extrañaría los ensambles e instalaciones rudos, la basura, el polvo, o el caos de un resultado imprevisto; todo eso que siempre he admirado en la obra de Yaque.

Para mi sorpresa, sus piezas habían crecido más allá de todas mis objeciones. Habían crecido lo suficiente para ocupar las inmensas paredes del Colegio de Arquitectos de la Habana. “El dilema del ciempiensamientos” posee la rara virtud de expresar todo y nada a la vez; nihilismo o tendencia al zen, no lo sé. Hay una suerte de vacío —quizás la soledad del tiempo de la espera— que sobrecoge profundamente en estas obras. No lo catalogaría como arte cubano o latinoamericano, si es que esas etiquetas tienen aún algún sentido, creo que se trata simplemente de arte internacional.

El dilema del cienpiensamientos

Se sitúa en medio de la perfecta paradoja de lo contemporáneo, donde el arte puede tomar hoy cualquier apariencia, puede manifestarse en medio de los objetos más disparatados, eso que es ganancia para algunos y pérdida para otros. Sin embargo, si algo me queda claro después de visitar esta exposición es que la evolución de un artista es siempre un misterio, y que cada obra que sobrevive en medio del tumulto de experiencias y discursos del arte de hoy es un milagro.

El tiempo tiene, como siempre, la última palabra.