Jorge Peré

“El escoliasta es un eterno aspirante a demiurgo”.  

La muerte de las aves (1978). Virgilio Piñera 

Era predecible que tras la ridícula censura del artista cubano Pedro Pablo Oliva (Pinar del Río, 1949), unos meses atrás, sobreviniera el sosiego eufemístico, la aparente tregua que da pie a higienizar con cloro los trapos sucios de la institucionalidad cultural en Cuba. Sin embargo, no deja de sorprender el modus operandi de estos oscuros censores. Sobre todo porque la emprenden lo mismo con un desconocido que con un Premio Nacional de Artes Plásticas. El caso de Pedro Pablo rebasó la superstición de las llamadas “vacas sagradas”. 

Ahora, el escarnio ha vuelto a su estado de punto muerto. Aquellos que metieron “la cuchareta” recibieron algún cocotazo provisorio. Pedro Pablo le roba días al calendario padeciendo un terrible Parkison, absuelto de su dudoso pecado. Quizás no vuelva a conciliar el sueño como antes, bajo el acoso de esta reciente pesadilla. 

La causa: una culpa dudosa con la que no hubo indulgencia. Una vez más, disentir se trastoca en riesgo en un país donde flamea –al menos como consigna desgastada– la libertad de expresarse sinceramente. 

Por su parte, Utopito, el ácido alter ego de Oliva, sigue formulando preguntas al vacío. El alardoso y retórico personaje, que tanto fustigó el hígado de varios burócratas en los años 80 y 90, parece hoy inofensivo frente a otras formas más crudas de criticismo. Sus dudas parecen actualizarse a la luz de la neblina política que define la isla. Sin embargo, la indiferencia prosigue alimentando su inconformidad. Si algo nos queda claro es que este antihéroe, con sus raptos de lucidez e impaciencia, puede llegar tan lejos como se lo permita el sistema. 

La sombra dogmática que inocula nuestra política cultural, esta vez reaparece a mostrarnos que nadie está verdaderamente a salvo de la inquisición. Moraleja: Poco importan los títulos nobiliarios, cuando la acusación se funda en el totalitarismo. 

*Texto escrito en 2016. El rey en su refugio, obra que sirve de portada a esta publicación, es la obra precursora de El gran apagón. (Nota de la editora).