Pescao (Alcides Herrera)

Un día como hoy, más confundidamente colorido, en 1844, murió en Manchester, sin irle a equipo alguno, John Dalton, químico y matemático inglés que se dedicó a estudiar, entre otras cosas, su propia visión –no “de las cosas” sino del defecto congénito que él mismo padecía y que consiste en la imposibilidad de distinguir los colores. Esa cosa se llama acromatopsia pero, siendo común entre los devotos de la poesía de Roque Dalton, también se llama daltonismo. Van Gogh fue daltónico, de ahí que se cortara una oreja y la enviase a su oculista, que le vino a descubrir el padecimiento cuando la mayoría de sus cuadros ya eran medio azulones y no se vendían. Otro famoso daltónico fue Paul Newman, aunque lo que le hizo famoso fue la actuación y luego las clases de salsa(s). Aunque falleció (con sus dos orejas), seguimos viendo su trabajo, pues vamos mucho al Publix nuevo, el que está al lado del cine viejo. Se dice que tenía que probar las salsas que fabricaba para saber cuál era la verde, cuál la roja, y que le pusieron muchos tickets en los semáforos. También un día como hoy, en un París sin aguacero ni Torre Eiffel, en 1824, nació Alejandro Dumas con la inapreciable ayuda de Alejandro Dumas (sin desdorar la ayuda de Marie-Catherine Labay, la costurera que le hizo sus primeras ropitas tras darle a luz cuando ya se había acabado el siglo de las luces). La casualidad de que su padre se llamara igual y fuera el popular dibujante de D’Artacán y los Tres Mosqueperros, no le hizo nada bien al joven Dumas, cuya venganza fue nada más y nada menos que escribir La Dama de las Camelias. Como se sabe, el personaje principal de esta obra, Margarita Gautier (hermana de Teófilo Stevenson Gautier, el llamado poeta del boxeo), contrae tuberculosis tras leer un libro autografiado de Rubén Martínez Villena. Fue doloroso para Armando Tomey verla escupir sangre y correr por toda la casa, gritando, enloquecida: “¡Soy reina, soy reina! ¡Tengo la sangre azul!”. Su famoso caso de daltonismo llegó a oídos de John Dalton (estaba quedándose en París, en el hotel que más le gustaba, el Duval, el que está pintado de camuflaje), pero le hizo oídos sordos.