WARNING!: No te dejes provocar, todo el arte es un escenario.

Proyecto Dentro del Juego (1)

¿Qué semejanzas hay entre Políticamente correcto y un juguito frío de melón? Supongamos que estamos en un desierto, el desierto de lo Real, tenemos mucha sed y podemos satisfacerla con un juguito de melón. Nadie esperaría, ni querría que ese jugo cumpliera, ni saciara los gustos políticos de nadie. Esperaríamos de este jugo algo más natural, más primario e incluso más importante: acabar con la sed, solo eso. En cualquier caso, disfrutaríamos de la frialdad, de lo líquido, de lo fresco, de lo agradable; y cuando cumpliéramos con lo básico, solo entonces, quizás, retomaríamos las preferencias políticas o desearíamos seguir tomando más juguito… y de eso también puede ir el arte.

La aparente simplificación formal del cubo puede ser puramente funcional. Como las píldoras, ayuda a que no se nos atraviese en la garganta, en la percepción. Esa es la razón por la que las pastillas no tienen la forma de Victoria de Samotracia o de Peines al viento. Políticamente correcto podría ser la puesta en práctica del supuesto triunfo de la razón que una vez enarboló el minimal, la confiada ingenuidad de los modernistas, la digestión ligera y refrescante que nos gustaría tener después de un largo período de inanición o de atiborre ideológico.

Políticamente correcto es como debe ser, sin más allá ni más acá, y tiene todo lo que debe tener para triunfar: la sensualidad de unas vacaciones en Varadero junto al tecnocrático cálculo de un empresario; la estirpe del arte más conceptual y la fantasía visual de Master Chef. Es paradójico que una obra cuadrada posea la suavidad de un supositorio. Es así como se triunfa, brothers, con una estrategia todo terreno.

Políticamente correcto

 La primera impresión es la que cuenta, esa es la ventaja de ser ambiguamente positivo, que es casi igual a no serlo ¿De qué vale afirmar que un vaso esté medio vacío o medio lleno si la realidad es que está tan vacío como tan lleno? Ser optimista o parecerlo, parecer escéptico o serlo puede ser la sincera decisión de quien habita, siente y piensa como vive, pero de vez en cuando puede imaginar cómo podría vivir. Por allí anda mucha de la realidad y la utopía nacional -que también es la contemporánea. He aquí otro posible supositorio, otro paso seguro en la cuerda floja.

Wilfredo decidió focalizar el lado ambiguo, pero no obvio; el quebrado, el que naufragó. Salva sus obras con un fino sentido del humor que rebasa lo trasnochado de las ideologías. En cierto sentido es la máxima popular cubana de reírse o sacarle lasca a la desgracia; es echar pa’lante, sobrevivir. Decidió ser, quizás, más como Roberto Benigni cuando intentaba mantener la vitalidad psicológica y juguetona de su hijo frente a lo trágico inevitable. Puede estar jugando en el filo, en el límite; llena el vacío de la precariedad con la voluntad del optimismo, alimenta la paradoja de a más optimismo quizás más vacío o viceversa. Es un modo de ser positivos ante la condición omnipresente de la escasez, de la limitación forzada. Es una confianza verbal, virtual. Es una creencia o una condición que es tan fantasmal como posible.

A pesar del páramo yermo que fue la década de los 90, Wilfredo supo sacar la parte especial del período. Su propuesta estética parece ser la del hombre que imaginó cómo podía ser; él que sobrevivió inventando, luchando, uno de los tantos productos de la necesidad. Es cierto que la trama puede ser la de un bestseller, una movida taquillera. Puede que Vaso medio lleno sea el poco de agua más caro de la historia, una jugarreta sucia, un glitch financiero, pero es inequívocamente Arte, al menos por negación.         

El camarada Prieto aprendió bien la filosofía de cómo derretir un durofrío con un motor GE-9X de Boeing 737. Le da un nock out al que espera un arte de sábado por la noche, al que necesita que el artistaje sean dos rodajas de pepino en los ojos, un clorodiazepóxido para los nervios. Su grúa puede ser cualquier cosa, desde la reafirmación monumental de la inutilidad del arte -aunque no queramos aceptarlo-, hasta una crítica mordaz al utopismo. Ante esta obra si eres un acomodado primermundista puedes percibir una oda al poder. Te levanta la confianza de tener la palanca con la cual mover al mundo. Es la posibilidad física de levitar. Si amas el placentero encanto de extraviarte en las metáforas del arte quizás fabules sobre cómo trastocar 202 toneladas de hierro en el amaneramiento de un cisne flotando. Y hasta quizás eso sea como su jouissance. Pero si solo eres un transeúnte, pues, tendrás un despliegue espectacular, el solo show de una grúa o un traste inmenso atravesado en tu camino. ¿No era esa una de las ideas trascendentales de Richard Serra?

  Si las cosas son así no estamos ante la comodidad de un supositorio, sería más como una brusca intervención sobre la realidad, un tacto de colon. Estamos pues, ante el arte que no pretende serlo, que para nada sirve y se precia de ello. Atreverse a emplazar en una galería un helicóptero atado una mesa a o regar gota a gota una matica mediante un enrevesado mecanismo, es un hecho poético que expresa lo contemporáneo. Aunque resulte un gran esfuerzo para nada.

En este juego parece haber una máxima: ¡personas de todas las sensibilidades artísticas y políticas, uníos! A favor o en contra, pero ¡uníos! Escandalícense, armen tumultos, escriban textos, diseñen carteles. Sean prolíferos y fantasiosos. Hagan como Pablo de Llano, que pudo llegar de un pelo con una uva pasa a la Revolución Francesa, y aprendan así a disfrutar de cómo cambiar el pollo por pesca’o (2).

Wilfredo hizo su lozana juventud como artista mínimal maldito, pero se nos hizo todo un hombre de pelo en pecho entre los brazos. De paso, obra tras obra, posiblemente se transformó en un artista relacional maldito. Agita masas de aquí y de allá, nos quita el aburrimiento, nos pone a conversar y no es precisamente sobre el Atolón de Mururoa, es sobre Arte. El plusvalor de su obra puede que se haya desplazado; no es solo el objeto, es el chisme intelectual, los resabios explosivos, las ofensas a medias, las loas partidistas. De lo contrario, si solo miramos lo que parece evidente, sus obras serían restos esparcidos que la encargada de limpieza tiraría, mera basura. 

  Lo trágico de nuestro dilema con la obra del Wilfre es que cuando creemos que escapamos de ella caemos directamente en su trampa. Te coloca sobre una X para dejarte caer un cubo en la cabeza mientras sonríes o te insultas. Nuestro héroe comprendió que el orden del factor altera el producto. Lo que nos sube la presión es que manipule las opiniones con “cosas”, que alimente leones. Más allá del enfado, el desentendimiento, la comprensión o la incomprensión, en nosotros es donde radica su obra.

  Al final, no sería sospechoso pensar que caímos en su gata. Henos aquí desvelándonos de nuevo. Posiblemente el Wilfre esté con los pies cruzados disfrutando de su jugo de melón políticamente correcto con la tranquilidad de quien sabe que su trabajo está hecho. Por eso estamos, con la Santísima Trinidad de Grasa, jabón y plátano, nosotros dando otra vez el resbalón universal.   

Notas:

(1) Proyecto colectivo de artes visuales. Integrado por Lisandra Lumpuy Simón, Carlos Manuel Loriga Gil, Yoelvis Chio Consuegra y Roberto Fernández Blanco.

(2) Con saludable desenfado al reseñar la obra del Wilfre Pelo danzando con pasa, de Llano nos recuerda que todo el arte depende de una disposición interpretativa. Su artículo Un pelo negro guiando al pueblo apareció publicado en elpaís.com en junio de 2016. Este texto disertó sobre la muestra personal de Wilfredo Prieto No se puede hacer una revolución con guantes de seda. Galería Kurimanzutto, Ciudad México, 2016.