Libre y sin prejuicios, como marcando un territorio ajeno, Chago Armada se aventura otra vez a escribir de caricatura. Traza ideas. Propone. Y fecha su escrito el 28 de enero de 1983, muchos días antes del fin previsto: que su texto acompañe el catálogo de lo que sería la exposición colectiva Humor, línea y concepto (Galería L, La Habana, marzo-abril, 1983). Es una de las pocas exhibiciones que rara vez, por demás, podemos localizar muy de pasada en algún artículo: y es aparente la contradicción. No obstante, ni esta ni ninguna otra sobre caricatura apenas tienen hoy el análisis preciso –a modo de secuencias o enlaces fundamentados– para poder entender el lugar y la (posible) trascendencia en el entramado crítico-historiográfico que, con el tiempo, requiere todo (y cualquier porción de) un sistema visual. Porque las exposiciones nos fijan además las referencias para advertir los avances y retrocesos (semi)artísticos.
Humor, línea y concepto se me presentó hace varios años como un mito, es decir, llegué a asociarla con algo grande, de puntería. La vi entonces como el punto de partida de una nueva época, pues bordeaba perfectamente casi el inicio de los años 80. Sin embargo, aquella primera impresión –luego lo verificaría– contenía un error: la muestra no correspondía a 1981, según donde lo leí y que ahora no logro recordar la fuente (1). Buscaba entonces un equivalente temporal con la célebre muestra Volumen Uno (1981); pensaba e intuía que Humor, línea y concepto (1983) podía ser el “volumen uno”, como intención, en el universo de la caricatura cubana de los años 80. Vislumbré una tesis… (im)probable. Sentía que, tal vez, podía ser esa la bisagra que (nos) conducía a los 80 cubanos en el humor gráfico. Pensando en fechas y etapas, ¿cuándo comenzaban los 80 en nuestra caricatura? (Bastante habría que estudiar para fundamentarlo).
Apenas un título contundente advertía entre tanta desinformación. Solo un título solitario que, con posterioridad, tendría –para mí– más fisonomía: un catálogo (con algunas reproducciones y muy superior en concepción que el mismísimo de la expo Volumen Uno), el listado de los participantes, la relación de obras y sus fichas técnicas, un cartel, el eco en la prensa. Cierto: es algo y no es todo, pues por ejemplo, jamás he visto fotografías de la galería ambientada con las piezas y mucho menos de la inauguración donde Manuel López Oliva habló en la apertura: ¿o acaso leyó un escrito que podríamos (hoy) reconsiderar? Cada tesela tiene un aporte cuando se piensa en una mirada integradora.
Por otra parte, habría que valorar los juicios y recuerdos de los (sobrevivientes) que en la Galería L mostraron su arte, es decir, una etapa del mismo. De tenerlos, tal vez, pudieran ser criterios divergentes con relación a la mirada de un crítico. ¿De qué estuvieron conscientes los expositores con Humor, línea y concepto? (2), ¿qué huella habrá dejado en ese listado (in)finito, llamado currículum, que los artistas conforman a veces para convencer-aparentar?
Entonces, sí quedó claro que la exposición inaugurada en un horario hoy atípico –a las 8 pm; podría verse en el horario de 2 pm-10 pm: tremendo, ¿no?– “no era para morir de risa y el objetivo básico se cumplió cabalmente, pues hasta el momento de publicar estas líneas no ha habido ningún deceso entre los espectadores –que no fueron muchos” (3).
Quizás pudo ser una expo más de humor entre tantas ¿similares? que, en el mismo 1983, tendrían lugar en otros puntos (galerías) de la capital. Quizás, para unos pocos, no debe haber sido lo mismo. Y entre esos ¿pocos? habría que mencionar primero –a lo mejor– a Chago: con el perdón de Tonel y Simanca (4), a quienes Armada llama “animadores culturales unitarios” en el primer párrafo de su escrito, sin título, que comienza con cierto tufillo negador y sincero: “No todos somos capaces de aunar y hacer brotar, de voluntades y propósitos disímiles, el interés común sin que signifique desgano ni mengua, sino revitalización y suma en el complejo orden de las relaciones humanas y artísticas”. Ese “no” se transmuta en esperanza y lucidez, porque había –hay– sectores de humoristas cubanos que logran distinguirse y deberán salirse del soporte plano e ir hasta el entorno de una exposición. Por eso, más adelante prosigue Chago y enuncia:
Sin hacernos firmar un contrato, nos invitan a vencer las jornadas del laberinto del quehacer de la carcajada, la risa, la sonrisa y… ¿por qué no?, también del llanto. Gesto abierto a toda perspectiva y luz del humor alcanzado y del atisbable adelante [sic], en un sueño o en la vigilia de nuestra razón, sin monstruos. Gesto para extraviarnos menos en la risueña madeja y para no enfadarnos demasiado, ignorarnos mutuamente, aburrirnos o vencernos un poco, o totalmente, sin quererlo, a nosotros mismos.
No proponen “amontonar” la mayor cantidad de reputaciones humorísticas; más bien, reafirmar el concepto-línea-cualitativo-rector del Humor gráfico cubano de vanguardia, un tanto diluido en la diáspora y en la persistencia de cierta formulación iterativa.
Su intención fue la de formular-explicar un período, una línea (aparentemente) común entre quienes otean e izan en aquel instante la bandera del humor de vanguardia y la caricatura. Debemos presumir, por consiguiente, que algo así debió ser mostrado aquella vez de Fornés, Nuez, Chago, Posada, Jesús de Armas, Muñoz Bachs, Chamaco, Carlucho, Ajubel, Manuel, Tomy, Lázaro Fernández, Tonel, Simanca y Lillo (en calidad de invitado). Para cada uno formula además una presentación necesaria en el catálogo.
Pero también Chago con su análisis escrito ratifica, tal vez, como gesto distinto y necesario la opción de pensar-defender la grandeza de una exposición, a modo de otro tipo de plataforma discursiva. Si ya antes, entre enero de 1960 y octubre de 1961, Rafael Fornés había pensado en la vanguardia humorística desde el papel gaceta –El Pitirre–, muchos años después Chago Armada (in)directamente abogaría además –¿o esencialmente?, ¿resultado acaso de la interacción y el contacto con Simanca y Tonel como los promotores de esa exhibición?– por el sentido espacial de la caricatura a través de sus originales y en el contexto de una galería. Esto podemos creer incluso, porque Tonel reconoce en los años 90 que, en su caso, de él recibió “sobre todo la posibilidad de comprender el humor como una opción estética no agotada en la caricatura” (5). Y al ocurrir algo así, inevitablemente para la obra de arte humorística surge una nueva o necesaria órbita, que es el ámbito-sentido de una exposición.
Para 1983 la proyección no es la de fundar una publicación nueva de humor –sueño difícil, riesgoso, pero nunca improductivo–, más bien es la de dejarse conducir por los criterios de dos jóvenes promesas del humor nuestro, ese que (ya) debía rebasar los límites de la caricatura. Todavía para esa fecha era imposible vislumbrar los infortunios que tendría la caricatura cubana. Podríamos aludir únicamente al “desvanecimiento del humor en la prensa periódica” (6) y que no es igual a sustituir “humor” por “caricatura”, pues nunca nos ha faltado el humor gráfico: no ha ocurrido. Mas, el ingenio, sí, que es lo que se desea hacer notar en ese caso con la palabra “humor”: esencia muy consustancial a nuestra espiritualidad y presente-presente en muchos de nuestros ámbitos del día a día. A causa de la escasez y las problemáticas vividas a partir de los años 90 –hasta el momento actual–, el girón de la caricatura en nuestra prensa fue –y ha sido– no tanto de desvanecimiento y sí, más bien, de oxidación progresiva. El paisaje de las exposiciones humorísticas se tornó inclusive un tanto similar, pues con la entrada del arte cubano a la era del objeto-mercancía exponencialmente multiplicado, el humor gráfico siguió siendo una manifestación ignorada en términos de mercado: y no ha habido variaciones. Además, la enseñanza –“comprender el humor como una opción estética no agotada en la caricatura”– no fue aprendida en su momento, y mucho menos conocida, por una buena mayoría de la comunidad de caricaturistas (jóvenes y viejos) que, desde los años 80, prosiguieron dibujando para la prensa, los concursos, las exposiciones. Y nunca para circuitos y galerías internacionales, porque es cierto, al respecto no existen hábitos, contratos ni voluntades de introducir al humor (gráfico) en el ámbito de los apetitos extrartísticos. La tradición es la tradición. De ahí, en parte, su trayecto de oxidación progresiva, porque aquí vale sobre todo como premisa noticiosa. Mientras, la opción ha sido la inercia inspirada en la esperanza, en el hacer porque sí. Y la caricatura además es humor, que es arte cuando tiene lo que debe tener (o conquistar).
Aunque 1983 y el resto de los 80 están (muy) favorecidos para la caricatura insular por parte de la crítica –con respecto al presente–, resulta desde hoy difícil juzgar con seriedad y rigor lo sucedido. Dos cosas más sí son seguras: que la muestra de nuestro interés responde además como (previo) saludo a la tercera edición de la Bienal Internacional de Humorismo y, que Chago Armada, se deleitó al bosquejar premisas y augurios… por escrito. Fabuló y reflexionó, como de costumbre.
Tal vez, nos quede incluso asumir como ícono el cartel realizado y (pro)seguir, de vez en cuando, el bojeo al texto del catálogo en el que ya casi al final advertimos que esa muestra debía ser “(g)esto (…) (a)firmador, sí, de la renovación, la experimentación y la teorización que exige todo arte verdadero, pero no negador de las funciones consolidadas del humor y de las necesidades que lo definen”. Aquella tropa fue partícipe de un nivel de jerarquía bajo la imantación de una trinidad que Chago y todos –algunos– proponen desde el título mismo.
Sería muy interesante saberlo. Sí. Tienen la palabra los sobrevivientes de Humor, línea y concepto: en definitiva, ¿qué fue para ellos?
*Publicado en la revista Artecubano, La Habana, No. 2, 2013, pp. 96-97.
Notas:
(1) [1] ¿O fue más de una? Sí sería factible advertir que en la relación de exposiciones de los años 80 del libro Déjame que te cuente. Antología de la crítica en los 80 –Artecubano Ediciones, [La Habana], 2002; fue preparado por Margarita González, Tania Parson y José Veigas– se sitúa por error a la muestra Humor, línea y concepto en el 9 de noviembre de 1981 (p. 286). No es para “asombrarse”: existen más libros y revistas que contienen imprecisiones en torno a nuestra caricatura, las cuales una y otra vez, son repetidas por los “exégetas”.
(2) Tonel ha ofrecido su punto de vista al calificar esa exposición así: “resumen de grupo de la opción estética más renovadora en la caricatura cubana del momento” (p. 289). Véase su ensayo “70, 80, 90… tal vez 100 impresiones sobre el arte en Cuba”, Cuba siglo XX. Modernidad y sincretismo. Centro Atlántico de Arte Moderno, Las Palmas de Gran Canaria, 16 de abril-9 de junio de 1996; Fundació La Caixa, Palma, 2 de julio-1 de septiembre de 1996; Centre D’Art Santa Mónica, Barcelona, octubre-diciembre, 1996, pp. 281-301.
(3) Ele Nussa: “Humor con humor se paga”, Bohemia, La Habana, 8 de abril de 1983. (Recorte consultado: Archivo Veigas. Arte Cubano, La Habana).
(4) Leemos en el libro de Arístides Hernández Guerrero (Ares) y Jorge Alberto Piñero (Jape) que esa exposición en la Galería L “con la curaduría de Tonel y Simanca agrupó a una serie de creadores que estaban desarrollando una novedosa manera de hacer el humor”, Historia del humor gráfico en Cuba. Editorial Milenio, Lleida, 2007, p. 174. En tanto, Tonel ha expresado que ambos la organizaron “alentados por él [Chago]”: véase su “70, 80, 90… tal vez 100 impresiones sobre el arte en Cuba”, ya citado, p. 289.
(5) En el ensayo de Antonio Eligio (Tonel), ya citado, “70, 80, 90… tal vez 100 impresiones sobre el arte en Cuba”, p. 289.
(6) En la nota 3 (p. 12) correspondiente a “Limonada”, de Caridad Blanco, texto publicado en la revista La Gaveta, Pinar del Río, año V, No. 13, enero-abril, 2006, pp. 10-14.
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