Héctor Antón Castillo
Flor de fango es un acontecimiento que se apoya en la premisa sostenida por Marcel Duchamp de ser el espectador quien se encarga de completar la obra. Éste configura un environment donde lo sensitivo, lo teatral y lo minimal juegan un rol esencial, en esa atmósfera regida por el “cinetismo morboso” que desencadena. Esta presentación del artista Dennis Izquierdo acogida por la Galería de la Casa de la Cultura de Plaza acaba por replegarse a los pretextos del crítico norteamericano Harold Rosenberg cuando usó la categoría de objeto de ansiedad para explicar el objeto de arte contemporáneo. Dicha noción sintetiza mejor que nada la intencionalidad de su razón de ser. Solo de esta forma, la carga objetual de la muestra logró ceder su protagonismo visual al consumo en tiempo real del aura procedente de un ready made performático, matizado por una acción efímeramente erótica.
Esta connotación se percibió sin mucho esfuerzo en Cadena de favores (2005), pieza central de una exposición donde predominó un derroche del espacio vacío. Era una tina llena de vino con una modelo desnuda cubierta por el licor hasta el cuello. Con la ayuda de absorbentes multicolores, los espectadores debían reducir el nivel del vino, si aspiraban a concretar el acto de mirar. Pero la sorpresa sobrevino cuando un público entusiasta activó la zona erótica sin poses escrupulosas. La tarde se anunciaba caliente, divertida.
Hombres y mujeres, instruidos e iletrados, cautelosos y atrevidos, se lanzaron a la tarea de descubrir a la bella joven que se movía dentro del recipiente con una extraña mezcla de calidez y frialdad. Aun así, mientras más crecía el deseo de extender la profundidad de la mirada, más se intensificaba la frustración al comprobar que la altura del licor no bajaba y la muchacha continuaba siendo un misterio para quienes pretendían grabar los detalles de su figura en la memoria.
Vale aclarar que el vicio es el resorte de cabecera en el imaginario de este artista que se impone conscientemente emprender un proceso cálido para después obtener un resultado frío. Lo paradójico de esta operación es que en Flor de fango se invirtieron los roles preconcebidos en beneficio de un saldo interactivo que cuestiona los principios deconstructores elegidos por Dennis para articular una metodología de hacer arte.
Burlándose abiertamente de la estrategia de su gestor, Cadena de favores recordó el desenlace de La suerte (2000), una pieza resuelta con un bombo donde se rifaba un lienzo y, finalmente, no había tal cuadro ni tal sorteo sino un crudo simulacro para detonar la ansiedad de los espectadores. Algo parecido ocurrió cuando el público tuvo que abandonar la Galería en contra de su voluntad, después de una hora tratando de ver a una mujer desnuda, escultural y provocadora que tiritaba de frío ante la calidez con que resistía el asedio de miradas indiscretas, libidinosas. La sensación de frustración se reflejó de inmediato en el rostro de los comensales. No había sido una suerte sino una desgracia, traducida en manipulación dorada por la píldora de otra versión del suplicio de Tántalo.
Así, en cuestión de minutos, se armó la cadena procesual formada por los eslabones de la farándula, la banalidad y el consumo de lo que aparezca. Mucho menos tiempo duró la conversión de una pasión improvisada por absorber “vino contaminado” en una razón suficiente para desconfiar en los tejemanejes del arte contemporáneo.
La nota discordante de la exhibición recayó en el Sex–Machine que reposaba sobre un rústico pedestal de madera en un rincón a oscuras. Se trataba de un objeto eléctrico que representaba una cópula mecánica, ajena a todo el voyeurismo que rodeaba a la obra que lo relegaba a un segundo plano.
En su frustrante introversión, esta mínima caricatura del cine pornográfico se revirtió en el error de la muestra. Si por un lado no alcanzó ninguna relevancia en semejante contexto performático, por otro obligó a potenciar el concepto virtual como pifia calculada y no como imagen real.
Solitario y marginado, el Sex–Machine complació la atracción que siente Dennis Izquierdo por los objetos en miniatura a la manera de una gestualidad Fluxus. A pesar de esta deuda, su marca distintiva radica en ser un ejercicio que dialoga únicamente consigo mismo. Desde una perspectiva crítica, este “fuera de lugar” representa la máquina cerebral como represión social, emblema de todo cuanto debe ejecutarse en la penumbra para realizarse, a sabiendas de que en la otredad radica su plenitud.
Flor de fango reveló al vicio en su arista vulnerable, como un generador de vacío, sumándole los ingredientes de la ansiedad y el control de la experiencia para ilustrar la falacia oculta tras la ilusión de transformar el artificio en esencia. Finalmente, el vacío resultó ser el protagonista de esta provocación a las llamadas bajas pasiones.
Cerradas las puertas de la Galería Carmelo González, apenas quedaba la ansiedad de lo inacabado, el fracaso de una prometedora aventura. En cambio, el sobrio y malogrado Sex–Machine fue quien consiguió regodearse en la neutralidad de su indiferencia.
Entre el lleno y el vacío, Flor de fango perdurará como una reflexión acerca de la nada profunda del sujeto aferrado al vicio como esperanza de felicidad posible. Además, volvió a demostrar que no siempre se requiere apelar a los argumentos milenarios de la filosofía oriental, para desmontar con acierto los traumas que padece el mundo occidental. Este breve simulacro reafirmó que tras un ofrecimiento gratuito de placer se esconde la construcción de una rotunda mentira. Aunque, más que todo, pudo darse el lujo de concederle al fantasma de Duchamp el sentido de una absurda verosimilitud.
*Publicado originalmente en Noticias de Arte Cubano. 2005.
Vídeo documento de la acción:
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