Las diferentes estructuras de comunicación (pintura, fotografía, dibujos, acuarelas, videos, animaciones, documentales, esculturas…) guardadas en el desván de cada artista –y ahora mostradas– generan nuevos significantes poblados de prácticas identitarias donde lo más valioso no es el pasado de cada obra ni las preocupaciones de cada creador sino las soluciones artísticas aportadas y los nuevos campos que estas (re)crean en una dimensión histórica, social, psicológica y sensorial diferente.

Laura Ruiz

La idea de que una obra de arte exista independientemente de valores o contravalores de una época y que su esencia radique en la capacidad de abrirse a sí misma, liberada de modas, del deber ser, y de obediencias culturales parece signar esta exposición colateral dentro del ya tradicional Salón de Invierno.

Y es, justamente, esa “colateralidad” lo que en primer lugar me atrevería a cuestionar, en tanto la arqueología de El gavetero se acerca más que todo a la idea de nueva experiencia al ofrecer la exhibición de estas obras en un espacio físico a la par que estrena la virtualidad de un Canal de YouTube con igual nombre e intención. La capacidad de convocatoria de la muestra y lo interesante de una agencia curatorial que desplaza los habituales lugares de investiduras para convertir las naves de un taller de escultura y cerámica en hospedería de un número considerable de artistas que, en su abrumadora mayoría, no pertenecen o están ligados al taller que los convoca, marca una atendible diferencia que se mirará al espejo del Canal como signo de continuidad, operable más allá de estos muros.

Creadores de diferentes generaciones, modos de hacer y soportes, se reúnen en una plaza donde la única jerarquía es el insoslayable ejercicio de la memoria. Obras aplaudidas en circuitos nacionales y en muchos casos premiadas pero desconocidas en Matanzas, junto a novedades y otras exhibidas alguna vez y luego guardadas, se mezclan en el mismo espacio de la gaveta-recuerdo. Una especie de mundo a escala, cuyas partes han sido desmontadas y convertidas en acumulación de restos, deviene imprescindible materia prima para la reconstrucción de todo aquello que ha pasado por el gris, la desidia, la deconstrucción o el mero intento.

Las diferentes estructuras de comunicación (pintura, fotografía, dibujos, acuarelas, videos, animaciones, documentales, esculturas…) guardadas en el desván de cada artista –y ahora mostradas– generan nuevos significantes poblados de prácticas identitarias donde lo más valioso no es el pasado de cada obra ni las preocupaciones de cada creador sino las soluciones artísticas aportadas y los nuevos campos que estas (re)crean en una dimensión histórica, social, psicológica y sensorial diferente.

Ciudades yuxtapuestas, bohíos bajo el agua aun habitados, estados en WhatsApp, corazones de jabón, fábricas en desuso, desnudos, paisajes de cera, retratos, historias gráficas, entre otras criaturas urbanas o procedentes de territorios fronterizos, dejan de ser vestigios para comenzar a (re)construir el proyecto que cada momento, cada época, cada país, debe reinventar para sí, para poder seguir respirando. Las múltiples dimensiones, mestizadas en esta exhibición, establecen un puente pasado/presente donde lo pretérito no es obsesión sino referente para la consecución de otras producciones de pensamiento caracterizadas por la flexibilidad de procedimientos, poéticas y mediaciones.

Las patologías privadas, el drama, dejan de ser tales en El gavetero. La lencería que antiguamente se lavaba solo en casa, los “trapos sucios” que no debían ser mostrados son aquí no solo desplegados desvergonzadamente sino también (y sobre todo) convertidos en material suficiente, en tejido restaurador para la piel antaño quemada y en recuperado órgano artístico que, luego del trasplante, funcionará con total eficiencia, de eso no existe la menor duda. El Taller del Lolo, como espacio transitivo que es, deviene contexto apropiado para la reconstrucción de un presente que involucra nuevos cuerpos, subjetividades y discursos artísticos.

Después de la tensión y el agotamiento, después del vaciamiento, es posible reconstruir. Después de cualquier sentimiento de orfandad artística o real no queda otra opción que abrir gavetas y echar mano a lo guardado “para después” durante años, siglos, minutos o días porque simplemente el “después” ya está aquí. Hay que abrir la gaveta, echar mano y ponerlo todo en movimiento porque es la sacudida, la agitación, la movilidad, lo único que puede hacer de este minuto un lugar artístico y ciudadano verdaderamente habitable, digno y trascendental.