Iván Camejo Vento
Todo el que mire con profundidad La Habana, verá en ella todas Las Habanas posibles, las que fueron, son y serán, porque La Habana contiene en sí misma todas sus posibilidades. La ciudad guarda su eternidad como un recipiente que nos deja mirar en él pero a través de nosotros mismos. Sólo así se comprende y se expone. Como la “poma lúcida” de Ercilla, la esfera que en La Araucana mostraba al hombre todo el Universo en una metafísica que Borges resucitó siglos después en el Aleph para mirar él mismo el infinito y el todo. En una versión quizás no tan abarcadora y más a tono con la insularidad que la define, La Habana muestra su propio mundo, integrado por fragmentos del Universo pero a la vez enajenados de él, reelaborados en una nueva arquitectura sentimental. Funciona igual, pero a escala menor y probablemente sea mejor así. Cada mirada funda una ciudad que es otra y la misma. Carpentier, miró hacia la forma y vio en su barroco el sincretismo propio que dio origen al criollo. Su Habana, más descriptiva, expresaba en las columnas y sus capiteles “un estilo sin estilo” que para él definía al insular; Cabrera Infante miró hacia su contenido y como si escribiera en un pentagrama, le dibujó a la ciudad una anatomía de la nostalgia. Lezama convirtió cada esquina en poesía porque sabía que era La Habana, como el título de su artículo “La pequeña ciudad o la medida del hombre”, nuestra Atenas, nuestra Florencia. Pero La Habana es también el espacio surrealista o a veces demasiado real de Arenas, la energía de la irreverencia y el absurdo, el grito desesperado del diferente. La Habana es el espacio sórdido donde sobreviven los personajes de Pedro Juan Gutiérrez, sus antihéroes marginados oliendo a sexo y desesperanza.

Descriptiva, emotiva, patética, brutal, toda posibilidad de la ciudad emerge de sí a través de nuestra relación con ella. Así es también La Habana de Luis Enrique Camejo, así es la visión aparentemente instantánea que nos muestra su obra. En cada cuadro puede aparecer vacía, habitada, destruida, bella, húmeda, oscura, antigua, monocromática, o no aparecer y ser sólo un reflejo de sí misma. Las Habanas de Camejo son instantes atrapados en el lienzo que, no por fugitivos son perecederos, porque son la expresión de una visión particular que no es la misma siempre aunque parta del mismo sujeto. La manera de mirar del artista es la del que sabe el secreto de las posibilidades de la ciudad y lo transmite a cuadros, cada uno con su propia reflexión, con su propia historia, a veces con trazos que en ocasiones tienen el desenfado y la confianza que la ciudad expresa. Hay aquí un conjunto en el que conviven todas las ciudades que son una. La obra de Camejo es una taxidermia urbana a veces con la ironía de que en sus cuadros hay Habanas más vivas que en la misma realidad.

Wittgenstein, consideraba que no puede salir una nueva posibilidad que no forme parte previamente de la naturaleza de un objeto. Conociéndolo, conocemos todas sus posibilidades. Camejo no sólo ha sabido mirar en la ciudad, sino que ha sabido transmitirnos su visión que puede coincidir con la nuestra. Si la ciudad lo ha dejado ver en su interior, el artista le ha correspondido equitativamente con sus obras. Saber mirar la ciudad, es saber qué esperar de ella. A veces podemos sentir que La Habana también nos mira. Y quizás espera algo de nosotros.
Octubre de 2019
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