Elvia Rosa Castro

Hay una foto de perfil de Zozibini Tunzi idéntica a la cabeza de “Nefertiti, la bella que llega”. Una hermosa sudafricana se ha llevado el gato al agua, el galardón de Miss Universo 2019 en un certámen tan rociado de cloro que ni su sincero statement ha logrado aplacar a los racistas de la Lejía Legión. Pero lo mejor del caso no es eso. Lo curioso es que todo parece consecuencia de un noble complot o que todos los astros se alinearon para que la Sudáfrica negra brillara en este mes de diciembre.

Lo que nos lleva años de estudio, viajes, travesías en las redes, anaqueles forrados de pesados libros y revistas caros que a su vez están llenos de polvo (si yo tuviera menos libros por ejemplo no tuviera tantos morados en mis piernas al tropezar en mi cuarto, aka El observatorio de Línea), les decía que todo eso en lo que gastamos una vida puede que la feria de arte ArtBasel nos lo enseñe de un tirón.

Si entras por la West B del Convention Center Miami Beach hay un sector que no visito y es esa área a la izquierda que exhibe a los llamados masters del siglo XX. Lam, Picasso, Giacometti y alguna que otra repetitiva cabeza de Jaume Plensa, entre muchos más. Suelo decir que todos ellos están disponibles en museos, libros, catálogos y que venimos a ArtBasel a ver “otra cosa”, lo que está por venir. Casi todo es muy decadente en una feria de arte y ese sectorcillo de Acquavella y cia. lo es más aún. No obstante, agradezco cada edición de ArtBasel Miami Beach y a mis empleadores, la tripulación de la revista ArtNexus.

Más allá del plátano de Cattelán (que con creces cumplió su propósito y del cual me gustaría escribir algo más adelante) en esta edición de 2019 hay varias obras que van de género, medio ambiente (hay una interesante pieza con el retrato casi irreconocible de Greta Thunberg a partir de la reproducción infinita de glóbulos rojos), y raza. Es aquí, en esta última, que quiero detenerme.

Algunos visitantes han preguntado por mi obra favorita y sin pestañear les digo que la de Mary Sibande, The domba dance, 2019. Nacida en 1982, la artista de Johanesburgo fue agasajada con un Kabinett en la galería Kavi Gupta (Chicago), durante ArtBasel Miami Beach 2019. El Kabinett es el espacio del booth dedicado a un artista, resaltándolo, haciéndolo notar. Gracias a este subrayado llegué a la galería, la última de la fila A.

Del mismo modo que en Cuba persiste el racismo a pesar de las legislaciones, en Sudáfrica no se ha erradicado el apartheid ideológico o el “racismo epistémico”, como de manera excelente acaba de describirlo Alberto Abreu. Una cosa es el papel y otra el imaginario y la conciencia, que son retardatarias y las encargadas de que la vida marche.

Domba dance es una instalación de gran formato que se refiere a la danza anual sudafricana protagonizada por muchachas camino a la madurez. Se trata de una evocación en forma de serpiente para garantizar lluvias y fertilidad. Es un ritual sagrado, anual, y se realiza en el lago Fundudzi.

La artista sudafricana apela a dicha tradición, cuyo centro es la mujer joven, no sólo para otorgarle movimiento y ritmo a su pieza debido al serpentinaje sino para sugerir un cambio genérico en el paradigma de lo heroico, no ya excepcional sino cotidiano, y sobretodo para hablar de la intersección género, raza y labor doméstica en la Sudáfrica postapartheid. (¡Y hay que hablar sí señor, miles de veces hay que hablar y referir; y nadie se ofenda de que una bella mujer de ese país gane un Miss Universo; hay personas me consta, que no saben en el siglo XXI qué rayos era(es) el apartheid!).

Sudráfica, como Cuba, como Winston-Salem, como todo el sur de Estados Unidos, sigue viviendo en un estado mineral de racismo: el premio Nobel a Mandela no ha cambiado mucho la situación.

En el centro de la composición de Sabinde está Sophie, su alter ego, alimentando a feroces perros rojos (el rojo es el color de la ira y esta te animaliza en la tradición Zulu. También es el color de Shangó, guerrero, en la Yorubá). Sophie da alimento a la furia en tiempos en que todos son apaga fuegos, conciliadores correctos o soft protestantes. Ella está molesta en el contexto que le ha tocado vivir.

El azul, otro color típico en su discurso, se identifica con el de la servidumbre doméstica sudrafricana y el púrpura es el color de la resistencia (The Purple Rain Protest, 1989, en Cape Town resulta el link más visible). De una manera u otra, la presencia de esa tricromía en su obra es prácticamente estructural.

Todos estos elementos hacen de esta instalación, junto al diseño (a los artistas afro y sudraficanos les fascina el fashion y en sus casos es determinante), concebido de manera excelente y el realismo de las esculturas, un statement demasiado poderoso para que pase inadvertido. Una obra que no coquetea con códigos artificiales, ni con el hedonismo, ni con fórmulas probadas. Mucho menos con el chiste conceptual. Es bella y es agresiva. Es políticamente necesaria. Hay momentos en que no se puede ser polite.