Reprimir el vigor es una prueba de vigor
José Martí
En diciembre de 2020, la galería de Arte de San José, cedió su espacio al artista Andrés Retamero (La Habana, 1970), quien presentó la exposición personal Recursos móviles. Remozado y cuidado con esmero, éste recinto es casi un white cube. Muchos espectadores reaparecían en la escena visual de la Isla, debido a los avatares de una pandemia que reclutó a los amantes y reacios a socializar. Curiosamente, las paradojas entre las ansias de romper barreras espaciales y la detención del tiempo es uno de los contrapunteos visibles en una exhibición sintética, diseñada para conseguir “más con menos”, sin entregarse en los brazos del minimalismo clásico o perverso. Se trata de un quehacer ajeno a las modas.
Según distinguió Gerardo Mosquera, en el arte hay centros y periferias, a la vez que existen periferias de periferias. ¿Qué significa exponer en el municipio San José en la provincia Mayabeque, región situada a más de treinta kilómetros de ciudad Habana? Pura tautología: habitar plásticamente una periferia de la periferia. A través de las décadas y sus obsesiones, muchos críticos respetables han señalado la existencia de obras o artistas interesantes durante sus esporádicas visitas a rincones de la Isla o las afueras de la urbe. Sin embargo, se cuentan pocas reseñas e investigaciones sobre dicha producción. Ello deviene un gesto tolerable que oscila entre el “ojo despierto” y la demagogia de querer erradicar un trauma, reduciendo una solución a nivel de parloteo triunfalista.
La centralidad de la figura humana en medio de situaciones absurdas, resulta protagónica de la muestra Recursos móviles, donde lo “político puede ser poético y lo poético puede ser político”, siguiendo a un avezado crítico insular estudioso del fenómeno de la globalización. Así, los personajes de Retamero se desplazan del espacio privado a la intemperie, para dejar entrever sus estados de ánimo. Por esta vía, los sujetos apelan a la telefonía móvil para gritar callados o reclamar un deseo en medio de la ansiedad cotidiana. Pese a que las fantasías repiten el ademán en el plano pictórico, varían los motivos que incitan sus peripecias.
Ahí está el misterio de una mujer de espaldas a la cámara y la mirada extraviada en el horizonte con el teléfono pegado a la oreja. Ella exhibe parte de su anatomía, sin que percibamos una desnudez ordinaria. Parece atrincherarse en sí misma, para resistir los embates de la infelicidad. Pero todo se resuelve en un enigma, característica de los personajes de Retamero que aparentan o revelan su esencia. Esto es lo único que permanece en la intimidad de actores sociales, quienes salen a la luz por vez primera como figurantes de una manipulación.
Quizás estas piezas fueron concebidas escuchando el axioma de Cicerón, quien postuló: “El silencio es la mayor elocuencia”. ¿Sería la opción de irreverencia en la pasividad de excluidos de la cadena hegemónica? Clamar en silencio: un desahogo ante la imposibilidad de cambiar la vida.
De igual forma, los matices psicológicos fluctúan en soluciones visuales que se repiten como una pesadilla y, a su vez, las hacen tan “opuestas” unas de otras. Ahí está la inocencia dramática de un niño, supuestamente lejos de la picardía o cinismo de los adultos. Éste infante parece acabado de salir o listo para entrar en una película de Andréi Tarkovski. Sentado en un muro, descalzo, celular en mano, la criatura mira hacia ninguna parte. No inspira lástima, apenas inquietudes producto de la timidez o una introspección sorprendida en plena catarsis.
Ocupado (2020) es un retrato psicológico de la fragmentación que genera la distancia. El niño es una secuela del quiebre de los lazos afectivos. Para su inconsciente, vivir es ir acumulando carencias, pérdidas, expectativas. En su expresión hay ternura, fragilidad, bondad. Esa inocencia degollada por el trasiego humano. La imagen aboga por el retorno de los afectos, a los que nadie renuncia. Menos un niño en la edad de la cobija, bajo el castigo de un desamparo filial.
Una constante en la propuesta de Retamero son los intercambios entre lo familiarmente distante o lo cercanamente remoto y el ojo plástico, el juego entre el peso y la levedad. Un efecto de extrañamiento que consigue agradar a través de la crudeza del contenido y la pulcritud formal. Un mazazo con guantes de seda.
Ese engaño real o virtual adquiere fuerza en la imagen de un hombre suspendido en el espacio, en una pose que deja entrever castigo, sacrificio, desdicha. Solo que todo puede quedar como otra fantasía visual, desaprobada por el escéptico dado a los trucos de las sospechas o evidencias ficticias, malsanas, erradas.
La dosis de absurdo que contiene estas piezas da fe de sus matices indefinidos. Ellas revelan una persistencia en el drama de la insularidad, común en la plástica cubana. Aunque no reincide en tópicos cliché que saturaron los años noventa. Lo cual la despoja de compromiso estético, político. Incluso en el plano simbólico, la serie denota una ambigüedad que la exime de una filiación identitaria.
En Recursos móviles nada es explícito, a pesar de que todo pueda quedar encerrado en la etiqueta de un experto en maniatar poéticas, quien bautizaría la serie como un surrealismo tropical. El malecón que aparece no tiene por qué ser el malecón habanero. Nombrar las cosas no tiene la menor importancia. Ello no le aporta ni le quita nada a una propuesta donde se agazapan las apropiaciones.
Ciertas alusiones al desnudo femenino ilustran el hedonismo estético del artista, quien persigue alcanzar un equilibrio entre forma y contenido. Sin ocultar sus obsesiones íntimas, el arquetipo persigue escamotear ese realismo proveniente de las vivencias del constructor de la imagen. Se trata de un erotismo traducido en una frialdad romántica. En la senda duchampiana, un statement del gran provocador irrumpe, mientras el espectador se descubre entre el caos y la belleza. “El arte es una cuestión de personalidad”. En ésta exhibición, lo verificamos en cada obra escogida por una curaduría que se cuidó de rozar lo pasional. Si algo salva a la producción visual de Andrés Retamero ante una percepción miope es que no regala lecturas rápidas, sino una digestión lenta para golosos y desganados en materia de juicio crítico. Hay ingredientes en la sazón de las imágenes que las coloca por encima de fobias, preferencias estéticas. Esto intuye quien suscribe estas líneas escritas sin rabia. Eso suelen provocar estos dramas condensados, pues incitan a la calma, paradójicamente. Ojalá estos falsos testimonios disfruten de asiento en otros espacios; tal vez la añoranza secreta o reprimida de algunos personajes que lo configuran sin denuncias ni lamentos.
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