Desiderio Borroto Jr

Al cerrarse la década del ochenta del siglo pasado, las artes plásticas en Cuba cierran también un ciclo considerado uno de los más trascendentales de la historia de ésta manifestación en la Isla, pero ese ciclo trascedente, lo es entre otras muchas cosas, por la actitud asumida por los representantes más genuinos de esa generación que demostraron la validez del pudor, la sinceridad del creador y sus obra, se manifestaba en ellos, y sus creaciones, una coincidencia visible entre la conducta privada y el  desempeño público o sea estos artistas tomaron distancia de la doble moral, esas actitudes trajeron aparejados rozamientos, luego choques y finalmente enfrentamientos que conllevaron al repliegue institucional, que se manifiesta en un abandono premeditado a los artistas que comparten esos segmentos de comportamiento honesto y cuando el abandono no es expreso se aplica la práctica   de la indiferencia frente a ellos y sus obras,  y funcionó como manera licuada de anularlos, muchos de los implicado en el dominio de las artes plásticas, críticos, curadores, historiadores del arte y creadores se percataron del retorno de la inercia, inmovilidad que como afirmó Osvaldo Sánchez… asfixiaba  el sentido legítimo de la Revolución.

Ante la inercia advertida, las respuestas fueron de signos diversos pero hubo una marcada tendencia a la emigración, a abandonar el espacio natural, la simiente, la escapada era la  réplica enarbolada frente a la infertilidad institucional y oficial, otros, entre ellos, algunos de los emergentes, se moldearon a las nuevas exigencias y aparece un fenómeno lastrante, el cinismo o la representación y representatividad aparente, en otro orden se manifiesta más abiertamente lo que se ha dado en llamar oportunamente “tolerancia selectiva” que aúpa  a los afiliado a esa línea de flote nadando a favor de la corriente , entonces la sinceridad creativa y la actitud consecuente  es obligada a subyacer pero siempre inteligentemente  latente. Con la clausura de los años ochenta y en  la apertura de los noventa, el tiempo de la guerra ha  pasado, le tocaba emprender el tiempo a la postguerra.

Tania Bruguera, una creadora de transición entre las dos realidades, sentía una deuda con una artista gurú, Ana Mendieta, y en esos primeros años de los noventa Tania recuerda que “Ana había estado en búsqueda de la Cuba que había perdido, yo estaba en la búsqueda de lo que Cuba estaba perdiendo”, de ese razonamiento surge el proyecto de la muestra y periódico Memoria de la Postguerra. El proyecto del periódico, cuyo primero número apareció en noviembre de 1993, en un momento que el gris y el negro se enseñoreaban del horizonte de la Isla, se lanzó como alternativa a la política de secretismo, de no tratamiento de ciertos temas que habían alcanzado la categoría de tabú y con la finalidad de visibilizar rostros de dentro y fuera de Cuba que hacían flamear la bandera del arte, al mismo tiempo, el periódico, era una abrupta apertura, una grieta no oficial, a la censura institucional.

Dos ediciones alcanzó el periódico Memoria de la Postguerra, el segundo número fue rápidamente censurado, recogido sus ejemplares hasta donde pudieron ser acaparados por la propia comitiva censuradora, el gesto o más bien el proyecto funcionó como movimiento, como desengrasador intento  contra la inercia y  el desespero imperante. Fue un periódico concebido para el debate, quizás el primer jalón estremecedor de la plástica cubana en el contexto de los noventa, su creadora seguiría una trayectoria múltiple en la que la serie El susurro de Tatlin  forjada como contra – metáfora de la famosa oda al entusiasmo, ha sido una proa aquillada en el mar revuelto de las artes plásticas cubanas. Memoria de la Postguerra tuvo un tercer número sin número, sin título, solo cargado de slogan y propaganda, una especie de ejercicio del no periodismo y parodia al unísono.

En portada, todos los números de Memoria de la postguerra reunidos en la expo Hablándole al poder, MUAC, 2018.