Elvia Rosa Castro
“Los jóvenes en La Habana te extrañan”, me dice Flavio pausado, extremadamente pausado pero visiblemente emocionado por su experiencia habanera, el re-encuentro con artistas en Miami y la expo Miami Flow II, de Tomás Esson (1963) en Snitzer Gallery. Todos asistieron al vernissage pero llegué un tin tarde, suficiente para en un gesto impropio de mí decirle a Tomás, soy Elvia y el abrazo entre ambos fue tan espontáneo, bullanguero e intenso que se me pone difícil pasarlo por alto. Luego, ahí que te presento a Fred y habla que habla y risas.

Tuve allí la visión de la felicidad matizada de Rioja. Todos en aleluya –los que estaban aún, los que se había ido pero me enviaron fotos por interno, y los que publicaron en sus muros. Respeto, admiración y hermandad por el retorno –ya lo había hecho el año pasado y con el ultra merecido premio CINTAS- del hijo pródigo.
Miami Flow II, compuesta por seis lienzos de gran formato, puede considerarse el segundo capítulo de Miami Flow, también expuesta en Fredric Snitzer Gallery, 2017, y reseñada de manera exhaustiva por Janet Batet.
Esta de ahora es una segunda parte (que no una saga), donde aflora más el dibujo –salvo en Oráculo IV, aka la joya- y los elementos grotesco-sexuales, lo “kitsch, lo escatológico y lo violento” que años atrás constituyeron su marca van desvaneciéndose en un jardín más bucólico que dionisíaco.

Miami Flow II es la bacanal en esfumatto. De una explosividad sutil y una sensualidad que ahora es elegante. De una cadencia inédita. Vapor que susurra una nueva dirección: la de la contemplación.

Aquellas “entidades pictóricas” de Tomas Esson que eran “un retrato visceral de esa angustia enjaulada que es la existencia humana: vulvas, penes, tarros, eyaculaciones, escupitajos, vello púbico, seres indescriptibles que comparten la atormentada condición de bestia y semidios, animal en celo y ente espiritual a un tiempo”, que muy bien reseñó Janet Batet, han ido cediendo paso a una suerte de Edén o jardín tropical, donde las formas que caracterizaban su obra, estando allí se han ido evaporando, abriendo las compuertas a una abstracción más lírica donde el dibujo cobra un protagonismo fuera de serie. Pero, es preciso decir, la fuerza está ahí, no sólo latente sino presente, apabullante tras una delicadeza de mil demonios. Conscientemente inacabada, una concepción tan cara al arte oriental.
Hay en ellas una espiritualidad sin ácido, un pago de deudas que había ido postergando, al menos eso me pareció. Demos la bienvenida pues a esta fase del trabajo de Tomás Esson, lejos de aquel A tarro partido pero intenso y bestial en la misma medida.

Nueva etapa, nueva obra. Más América que Europa. No es la gozadera sino tranquilidad que goza. Esson está ahora mismo tranquilo, en modo ofrenda.
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