Me reciben en una pequeña sala casi copada por libros, borradores con márgenes salpicados de correcciones, fragmentos de hojas, grandes y pequeños, llenos de apuntes.
Víctor Fowler y Abelardo Mena hablarán conmigo sobre Naranja Dulce, una publicación que vivió brevemente a finales de los años 80, tocada por la onda expansiva de un suceso lejano, pero en cierto modo familiar: la perestroika y coincidiendo temporalmente con la revuelta estética y conceptual de la plástica cubana. Casi mítica, las referencias a Naranja Dulce no abundan en la actualidad; solo algunos susurros de apasionados buscadores de tesoros mantienen viva su memoria (1). Fowler se acomoda en su silla y comienza a contarme, mientras yo hojeo el único ejemplar que conserva:
“Fui nombrado en 1986 jefe de la sección de literatura de Ciudad Habana y Alex Pausides era, por aquel entonces, el director de El Caimán Barbudo. Esta publicación incluía en sus páginas un suplemento cultural y le propuse publicar ese mismo suplemento de forma independiente.”
“Soñábamos hacer una revista cultural realmente importante; reunir, en una publicación, a lo más elevado de la vanguardia intelectual joven y hablar sobre literatura, poesía, sobre plástica y cine. Un país debe necesariamente tener una vanguardia cultural.”
“El primer número salió en diciembre de 1988. El equipo de la revista estuvo integrado por Omar Pérez, Abelardo Mena, Ernesto Hernández Busto, Alberto Garrandés, Antonio José Ponte, Luis Felipe Calvo, Atilio Caballero y Emilio García Montiel pero también invitábamos jóvenes intelectuales que nos parecían talentosos a presentar sus trabajos. Propusimos que la revista tuviera una estructura basada en el periodismo de columna, fíjate, esta es una de las diferencias entre Naranja Dulce y otras publicaciones que surgieron en aquella época. El diseño era, por otra parte, un elemento muy importante. Juan Carlos García Díaz decidió asumirlo siempre que se le permitiera tratarlo, a través de toda la publicación, en forma de ensayo y se hizo así, puedes verlo en este número que está dedicado al erotismo.”
“La Naranja se permitió, al ser suplemento del Caimán, llegar a un público numeroso.” –Mena ha tomado la palabra para hacer algunas precisiones– “Era y deseaba ser voz de una cultura compartida, antes que otra publicación anodina. Se hacía en mañanas de domingo en el Té de La Habana Vieja, con Ismael Rodríguez, Ponte y Almelio Calderón, o en los acogedores pasillos de El Caimán. Y por supuesto, participaban trabajadores de este como Ramón Estupiñán, que enseñó a Juan Carlos a diseñar para este tipo de impresión.”
Fowler continúa su explicación: “Realizamos también muchas traducciones, del ruso, del italiano. Las hacíamos nosotros mismos. Poetas tan relevantes como Iosiff Brodsky o Igor Visotski fueron presentados por primera vez al público cubano desde las páginas de Naranja Dulce.”
Pareciera que hubiesen retomado la idea lezamiana…
“En cierto modo lezamiana, tienes razón, –acota– pero con una concepción mucho más contemporánea. En Naranja Dulce se trataron temas de los que nunca se hubiese atrevido a hablar Lezama”
Mena es aún más radical en su respuesta – “Yo creo que más que Lezama y Orígenes, nuestro modelo iba por Borges. Más que Cuba, el mundo.”
He seguido observando las páginas mientras conversamos. Cada vuelta de hoja es otra sorpresa. Sin embargo, la mayor de todas es que no hay un artículo que como tal esté dedicado a la plástica cubana, a pesar de lo candente del tema y de que varios de los integrantes del equipo se encontraban estrechamente vinculados, como críticos, con este proceso.
“Queríamos dialogar sobre lo cubano pero desde lo universal. Te pongo un ejemplo: las discusiones sobre la libertad del creador, que eran importantes y frecuentes en ese contexto, fueron asumidas por Rolando Prats Páez en un artículo dedicado al cine de Andrei Tarkovsky. Deseábamos eludir el provincianismo, trascender lo local, trabajar a partir de la evocación…”
“La idea –comenta ahora Mena– era hacer una revista que fuese ella misma un objeto artístico, más que discursar sobre… Para nosotros, tenía la misma importancia cultural un texto de Omar Pérez sobre el Eastern, o sea, el cine norteamericano relacionado con la guerra de Viet Nam, que acerca del cine cubano, o una reflexión –creo mayormente masculina– sobre el erotismo que otra sobre Martí. Recuerda que coincidíamos con Revolución y Cultura, que fuera entonces la plataforma básica de discusión del Nuevo Arte Cubano, con Criterios, con los experimentos de David Mateo en el Taller de Serigrafía…estaba en su auge el pensamiento postmoderno. La Naranja… me parece importante especialmente porque fue la primera publicación cultural, después del Caimán del 66 y Pensamiento Crítico, que reunió y fue modelada por una generación enfocada y con intereses culturales definidos. Una revista vocero de un pensamiento vital y cultural específicos, en movimiento.”
A estas alturas me encuentro cara a cara con el texto de un Ruffo Caballero (firmaba aquí con doble f) aun estudiando en la Escuela de Letras. Es ni más ni menos que el testimonio de una “entrevista” que le fue concedida por Salvador Dalí y que el joven crítico ha titulado “Orgasmo de oro”. Quedo atrapada en su lectura. Es audaz y brillante. Aunque hablan fundamentalmente de la relación entre Dalí y Gala y de cómo la experiencia del amor físico puede transmutar la vida de un hombre, la conversación hace un giro inevitable hacia los derroteros del arte y en especial la pintura. En un momento en que parece haber ganado su confianza, Rufo se atreve a pedirle al maestro que le diga que es lo que más le impresiona de la plástica joven en Cuba y éste le responde con convicción que es, sin dudas, Segundo Planes. “Espero que Segundo sea comprendido hoy”, –masculla Dalí pensativo– “porque a mí los surrealistas me acusaron de coprófago por representar las heces fecales. (…) Siento horror por los colores antimierda y la falsa alegría”
Abelardo Mena, por su parte, ha abordado dentro de este número, en su sección Pre-textos, la obra del fotógrafo norteamericano Joel Peter Witkins, recreando un inusual diálogo entre un oscuro reportero y un viejo policía –su antiguo jefe– a quién aquel llama, con un sentimiento ambivalente de deferencia y pena “Das Komisar”. Sumidos en la densa noche de la gran metrópolis, entre los restos sanguinolentos de una anciana aplastada por un coche, los ruidos enervantes de las sirenas y los murmullos de los curiosos, los antiguos colegas se solazan con una reflexión sobre la historia del desnudo en la fotografía. Víctimas ambos de la sinrazón de una sociedad que se desmorona, Das Komisar había experimentado en su juventud el ansia de hacer arte a través de la fotografía, para devenir finalmente jefe del Escuadrón 5 de la Policía, mientras su interlocutor renunciaba a su futuro como detective y se gana la vida tomando macabras instantáneas destinadas a la crónica roja. “Este es un país absurdo de relaciones absurdas” –comenta cínicamente Das Komisar– “Desde que un puñado de blancos se robó las tierras de millones de indios todo en este país es absurdo ¿Para qué quieres esa foto?” El reportero responde de mala gana: “Incluso la mierda debe ser testimoniada”.
“Salieron solo cuatro números de Naranja Dulce, –Fowler me trae de vuelta al presente– después vino la crisis del papel en el país y se acabó el suplemento. Pero mirando desde la distancia puedo decirte que no me equivoqué ni siquiera con uno de los miembros del equipo. Sus textos se sostienen aún hoy. Naranja Dulce fue también uno de los precedentes, meses después, del proyecto Paideia, que se celebró, casi por un año, en el Centro Alejo Carpentier. Casi todos los del equipo de Naranja Dulce confluimos en Paideia, donde se originó una polémica muy interesante que contó con la participación de intelectuales como Desiderio Navarro, Félix Suazo, Arturo Cuenca, Madelín Izquierdo, Gerardo Mosquera. Puedo decirte que todos los grandes acontecimientos de la plástica del momento fueron debatidos en Paideia, que comenzó como un espacio de debate cultural y concluyó debatiendo las políticas culturales de la época. Pero bueno, esto es otra cosa, otro día te cuento más de Paideia …”
*Publicado originalmente en El Correo del Archivo, La Habana, 26 de Noviembre de 2012. Hoy traemos esta conversación a propósito de una publicación del eBook Naranja dulce, edición facsimilar 1988-1989. Ediciones inCubadora con una edición e introducción de Idalia Morejón.
Nota:
(1) Liliana Martínez Pérez. Los hijos de Saturno. Intelectuales y Revolución en Cuba. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede México. México D.F, 2006.
Related
Related posts
Estamos en Twitter
Top Posts & Pages
- QUÉ UNIRÍA AL CARIBE?
- Blog
- ESTÁ SUCEDIENDO: SUBASTA ONLINE DE ARTE LATINOAMERICANO EN CHRISTIE´S
- EL DIBUJO ES UNA MUJER LLAMADA DIÓGENES*
- EL PODER FEMENINO EN EL ARTE Y LAS CREENCIAS
- EL VIERNES FUI TESTIGO DE UN HECHO HISTÓRICO
- TONY MENÉNDEZ
- EL ESCAPISTA: UN ARTISTA DE LAS CIRCUNSTANCIAS
- ICÓNICA SERIE EXPUESTA EN EL SOUTHEASTERN CENTER FOR CONTEMPORARY ART
- Carlos Rodríguez Cárdenas y el ARTE REDENTOR
Recent Posts
To find out more, including how to control cookies, see here: Cookie Policy