Entrevista a Nina Menocal en el año 2015
Los seres excepcionales siempre generan opiniones encontradas y fábulas que orbitan alrededor de sus vidas. Generalmente se trata de juicios apasionados, ribeteados de admiración, celos, amor y desafectos. Cualquier cosa excepto medias tintas. Yo, por ejemplo, no logro tomar distancia para escribir algo objetivo aquí. Me encuentro en fase de fascinación, pero juro que trataré.
Visité la casa de Nina Menocal en el año 2008 y en su biblioteca pude ver, con grato asombro, la Santa Bárbara de Rita Longa que yo había “pescado” para la sesión a viva voz de SubastaHabana. Aunque ella aparentaba no inmutarse ante mi sorpresa, creo que ese fue un link esencial entre nosotras. Luego, en el mismo recinto, me topé con obras antológicas del arte cubano de los ochenta conviviendo con un precioso Amelia y una Enciclopedia Filosófica de Occidente: ¡wow! Para mí, que vengo de la Filosofía y el Arte, mejor imposible. Las obras que sólo conocía a través de catálogos y diapositivas estaban allí, como quien no quiere las cosas, sin alardes, y en medio de una particular calidez. Esto acaso es un síntoma del por qué ella nunca habla desde el arte en abstracto, sino desde las relaciones humanas.
Su colección, una de las más sólidas en lo que a arte cubano contemporáneo se refiere, pasa por el trato desalmidonado y vital con los creadores. (Oraré porque algún día el público de la Isla pueda ver ese cuerpo de obras exhibidas en el Museo Nacional de Bellas Artes).
Existen galeristas que representan bien a sus artistas, pero son escasos aquellos que se encuentran, de manera activa, en el epicentro de eventos históricos. Haya sido por misión o por capricho, por un rapto de nacionalismo entusiasta o por egocentrismo, esta mujer ya forma parte de la historia del arte cubano. Su galería se convirtió en una de las válvulas que permitió la salida de Cuba a muy buenos artistas de la llamada generación de los ochenta en un momento en que el diálogo arte-institución se había ido a bolina. Y ello no solo repercutió en términos migratorios, sino creativos y hasta metodológicos si hablamos desde el punto de vista de la investigación historiográfica. Ella y su galería siempre salen a relucir en cualquier estudio serio.
Donde hay una ser excepcional hay un mito. El que yo me voy creando de Nina está dotado por el glamour y sus reacciones infantiles. Un don especial para observarlo todo aunque parezca distante. Agrego también el empecinamiento y la disciplina, la instrucción y la extravagancia: Una mujer entra al cine para ver Leviathan. El filme la oprime y comienza a gritar: “¡Auxilio! ¡Auxilio!”.
ERC: Tu condición de periodista y profesora de Historia te hace pertenecer al mundo de las Letras y las Humanidades. El arte anda también por ahí. Cuéntame, ¿cómo fue exactamente ese enamoramiento, esa transición de un escenario a otro?
NM: Un día en 1982 gané el Premio Nacional de Periodismo, el bueno, el que quieren ganar todos los periodistas, que daban los mayores de la Asociación Mexicana de Periodistas –no del gobierno por “dedazo”, con premio en efectivo y una gran fiesta en “Los Pinos”, la residencia oficial. Después de ganar el Premio el periódico me ofreció “La Fuente”, considerada un gran honor, cubrir todo lo que hace el Presidente de la República. Eso me dio horror, sabía que no tendría libertad y además, tendría que aceptar “chayote” (formula del poder para corromper al periodista, dinero). Entonces en vez de seguir escribiendo, dejé mi querido periódico y me fui a dar clases a la importante universidad Iberoamericana de los jesuitas en México. Me gustaba estar entre jóvenes y trataba de enseñarles algo.
También en esa época fui al loquero para saber por qué había dejado el periodismo. Lo adiviné yo sola dos años después (se me quemó el cerebro). Entonces dejé la Universidad y al siquiatra, pero no a Joel, mi esposo. Él compró un terreno en las Lomas; me puse a trabajar con un arquitecto y un ingeniero para construir nuestra casa permanente.
Unos años después, en enero de 1989, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y G. Menocal –todos esos apellidos– apareció en México; era mi primo doble por parte de madre y de padre. Me dijo que por fin Cuba me levantaba el castigo por haber publicado, justo en 1982, cinco artículos donde daba mi reseña del país al que volvía después de 24 años de haber partido con mis padres. En esos escritos de 1982 publicados en El Universal de México conté cómo fui a dar a la cárcel con mi hermano Carlos y con el residente cubano Manrique, desde niño la mano derecha de mi abuelo, quien fuera dueño de la “Gran Farmacia” Droguería Johnson. Relaté cómo Carlos Rafael Rodríguez, entonces vicepresidente del Consejo de Estado y vicepresidente del Consejo de Ministros, me sacó de la cárcel en 4 horas, y también le encargó a mi primo, el cura, que me “enderezara”.
“Tienes luz verde”, confirmó Carlos Manuel de Céspedes. ¡Ya podía volver a mi primera patria después de los seis años en que me prohibieron la entrada! Desde entonces voy cada año y en muchos casos varias veces al año. Solo pongo un pie en La Habana y ya soy verdaderamente feliz. Solo veo las nubes de Cuba y sé quién soy. Solo huelo y oigo el mar y comprendo cuánto vale la pena existir. Quiero matar a todos los que dicen que Cuba es un país “¡horrible¡ ¡horrible¡” –como anoche en un fiesta en Las Lomas, Ciudad de México, dijo un pariente mío, prestigiado periodista cubano-americano del The Wall Street Journal, nada menos. Después tuvo que ofrecerme disculpas muy vehementemente, para que yo se las aceptara.
En 1989, en ese mismo mes de enero, llegué a Cuba por segunda vez desde 1959, conocí a varios artistas de “la generación de los ochenta” a través de mi prima Fichú Menocal; ella les había ofrecido espacios para producir obras en lo que eran los cuartos de servicio de su casona de El Vedado. Prometí a Arturo Cuenca y a Tomás Sánchez que regresaría por ellos. Así fue. En mayo del mismo año, junto con mis amigos mexicanos Ana Luisa y Claudio Landucci, ofrecimos una expo individual a Cuenca en el Auditorio Nacional, y en noviembre a Tomás Sánchez en la galería Arvil de la Ciudad de México.
Con Cuenca y Sánchez emprendí mi aventura en el mundo del arte, hace 30 años. Me di cuenta que en esta segunda carrera no se me quemaría el cerebro, pero sí la herencia que me habían dejado mis padres. ¡Ja, ja! Nada qué hacer, el arte, el diseño, la museografía, todo era natural para mí.
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ERC: ¿Cuál fue tu criterio, si lo tuviste, para representar a tales o más cuales artistas y además, para comprar obras suyas?
NM: Los artistas fueron llegando a México por sí solos. Arturo Cuenca les había dicho que aquí Nina se ocuparía de hospedaje, exhibiciones y catálogos. Todos eran fantásticos: Gustavo Acosta, Zaida del RÍo, José Bedia, Carlos R. Cárdenas, Glexis Novoa, Ana Albertina Delgado, Adriano Buergo, Consuelo Castañeda, Quisqueya, Rubén Torres Llorca, René Francisco y Ponjuán, Ibrahim Miranda, Sandra Ramos, Agustín Bejarano, Segundo Planes, Alejandro Aguilera, Ángel Delgado, Ángel Ricardo Ríos, Leandro Soto, Israel León, Cuenca, Tomás Sánchez; todos exhibieron en la galería entonces llamada Ninart.
Compré obras de todos estos, y de otros artistas que me las mostraban: Luis Gómez, esas fueron mis primeras compras; Gory, a pesar de que refunfuñaba; Gustavo Pérez Monzón, un ángel, quien también diseñó catálogos para Ninart; Tomás Esson, quien se creía Dios; José Luis Alonso, que amanecía casi siempre en el sofá de Ninart; Tonel, muy serio; José Franco…
El criterio fue mi mirada. Y sobre todo el amor que tuve por los artistas y sus parejas sin excepción; eran tan jóvenes, tan flacos, creían en la utopía, un mundo mejor por ahí –casi siempre en la “Yuma”–, donde ellos serían genios y famosos. ¡Y no sabían ni lo que era un cheque bancario!
ERC: ¿Cuándo decidiste abrir una galería?¿Tenías idea de cuán importante iba a ser tu labor? ¿Sabes que en todos los textos de corte historiográfico sobre el arte cubano contemporáneo sales a relucir?
NM: En 1989 con las exhibiciones de Cuenca en el Auditorio y en la Galería de Arte Mexicano, y con la de Tomás Sánchez en la Arvil.
En mayo de 1990 abrí en un pequeño departamento de la callecita más pequeña de la Ciudad, Calle Biarritz, en la Zona Rosa, que todavía era hermosa y a todos nos encantaba. Era la primera y única galería comercial del mundo dedicada al arte cubano. Y en 1991, con los curadores exiliados Osvaldo Sánchez e Iván de la Nuez, presentamos la muestra Quince Artistas Cubanos, que inauguró el Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y un gran mexicano, Víctor Flores Olea†; profesor universitario, autor de libros en materia política e internacional, diplomático y fotógrafo. Era amigo cercano del entonces Embajador de Cuba en México Pepe Fernández de Cossío. Pepe le rogó que no inaugurara esta exhibición, la primera que incluía tanto a cubanos nacidos en 1959 y formados con la Revolución, como a cubanos “gusanos” del exilio, como el legendario Félix González Torres†. A pesar de la amistad con Pepe, Flores Olea consideró a México como un lugar neutro, justo para reunir en las artes a los cubanos de adentro y de afuera. Fue un hombre adelantado a su época. Desde entonces los museos e instituciones culturales de todos los países adoptaron mi modelo. Los de la Isla y los del exilio, juntos.
Otro parteaguas en mi carrera fue la exhibición de José Bedia en 2009, Resistencia y Libertad, en el Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana. Fue un proyecto de la Galería Nina Menocal, con curaduría de Corina Matamoros, durante la Décima Bienal de La Habana. ¡Las obras de Bedia se volvieron a ver en Cuba después de veinte años!
ERC: ¿Cómo llegaste a esa idea de llevar grupos a Cuba, específicamente a los talleres de los artistas? ¿Cuál es el atractivo principal de Ninart-Havana; obtienes ganancias?
NM: La galería siguió adelante, y ya en 1991 nos habíamos establecido en un hôtel particulier precioso en la Colonia Roma. Cambió el nombre a Galería Nina Menocal y empezamos a exhibir a artistas mexicanos y de otros lugares de América Latina. Seguí siempre exhibiendo a cubanos, Los Carpinteros, por ejemplo, Humberto Díaz, Atelier Morales, Duvier del Dago, Lidzie Alvisa, Katiuska Saavedra, Rodolfo Peraza. Y recientemente a Douglas Argüelles, Jorge Wellesley, Kenia Arguiñao, Irving Vera, Analía Amaya, María Magdalena Campos Pons…
En el año 2000 fui a la Bienal de La Habana con un grupo de norteamericanos del MoLAA, Museo de Arte Latinoamericano de Los Ángeles; otra vez fui con la Asociación de Amigos del Museo del Barrio de Nueva York, después con mis propios coleccionistas americanos y europeos.
Desde ese entonces el atractivo principal de Ninart-Havana es que nosotros llevamos a los coleccionistas a los estudios de los artistas. De esta forma los clientes negocian directamente con los artistas y le pagan a Ninart-Havana un porciento muy razonable de la cifra negociada. Un win-win para todos, clientes, artistas y galería.
Esta fórmula innovadora resultó muy exitosa; los museos e instituciones casi enseguida se dieron cuenta de su potencial y comenzaron a llevar grupos ellos solos. Grave competencia para Ninart-havana, que es como se llama la rama de la galería que crea proyectos en Cuba. Hicimos exhibiciones propias muy exitosas y estrictas, en la Casa de México, por ejemplo, con curaduría de Luis Gómez, y en casas privadas, muestras curadas por Ángel Delgado. Y ahora mi proyecto principal de 2015, la exhibición colateral a la Duodécima Bienal de La Habana, RAM-ROM-RUN (correr, guardar y seguir corriendo), curada por Elvia Rosa Castro y en colaboración con el proyecto Loft Habana del arquitecto J.A. Choy. Será una “bomba”, con diecinueve jóvenes emergentes cubanos interviniendo el edificio del siglo xix en la Habana Vieja, trabajando junto a los residentes de ahí, presentando obras, todas inéditas. ¿Qué tal?
ERC: Háblame de aquella muestra colectiva cuyo eje era “los artistas cubanos residentes fuera de Cuba”
NM: Seguro te refieres a Quince Artistas Cubanos/Exhibición Piloto que presenté en el departamentito de Biarritz, Zona Rosa –donde vivían varios de los artistas, en otro piso arriba– en 1991. “Fue una exhibición piloto, la primera en unir a los cubanos de vanguardia de Adentro y de Afuera para cotejar identidad y raíces,” según escribí en el catálogo producido por Ninart. De afuera participó César Trasobares, cuya pieza Diáspora de los ochenta: pista de aterrizaje neutral mostró pequeños aviones por aterrizar en México con los nombres de los quince. También Félix González Torres, que hizo su pieza de caramelos mexicanos, con los colores de Cuba y Estados Unidos –rojo, azul y blanco– en una pirámide en medio de uno de los cuartos. Pepito Bedia Jr., quien entonces tendría 5 años, se los iba comiendo, día a día. Y Luis Cruz Azaceta con Journey XI, la cabeza sin cuerpo en una llanta en el mar, entre Miami y Cuba.
Había que subir hasta el quinto piso para ver la muestra, y con todo llegó la crema y nata de profesionales de la cultura de Monterrey y Ciudad de México. Todos apiñados pero muy felices, entre ellos Eva Garza Lagüera, Yolanda Santos, el Arquitecto Ricardo Legorreta† y por supuesto el Presidente de CONACULTA, Flores Olea. Los artistas y curadores felices, yo feliz.
También escribí en el catálogo: “… Respeto el talento de los artistas de la generación de los ‘ochenta’ –la misma que teóricos como Camnitzer, Jurgen Harten y Osvaldo Sánchez consideran como el movimiento postmodernista más fuerte en el arte latinoamericano. Pero sobre todo amo a Cuba, país donde nací y viví hasta los doce años de edad.”
Osvaldo Sánchez, cubano, poeta, guionista y crítico de arte, escribía: Esta exposición es, sin proponérselo del todo, un hito de la cultura cubana de los últimos treinta años, y subrayo “de la cultura”…”lo importante de esta muestra es que estas obras, por primera vez, también hablan de otro muro que entre nosotros nunca existió.”
El Embajador de Cuba Fernández de Cossío estaba furioso, poco después invitó a los artistas cubanos participantes que residían en México (2), a comer (almorzar como dicen allá) en la residencia de la Embajada de México y les dijo que Nina Menocal era espía. Hay muchos testigos, por supuesto. Ya para entonces mis amigos y parientes de Miami decían que yo era comunista.
Por eso me emocionaron las palabras de Iván de la Nuez, cubano, historiador, crítico y ensayista: “Vivimos entre El Infierno y El Paraíso, pero callamos acerca del pasadizo por el que viajamos de una a otra costa… Desde un punto minúsculo de México se ha logrado la ironía, imperfecta e incompleta, de disgustar a las dos partes y saber escapar el control de ambas.”
Lo cierto es que entre 1989 y 1992 logramos establecer en México una comunidad artística cubana que era El Paraíso, pasábamos las Navidades juntos, hacíamos fiestas para los niños pequeños de todos, nos invitábamos a comer, a mi casa y a los apartamentos nuevos a donde se mudaron los artistas en la Calle Cuba en el Centro Histórico, conversábamos con curadores mexicanos, y discutíamos el arte de vanguardia, posmoderno, de punta, que hacían los cubanos y que obligaban a los artistas mexicanos a movilizar, emprender y producir arte contemporáneo en este país.
Pero esta ventana entre 1989 y 1992, cuando cayó la Unión Soviética y se redefinió el mundo, fue única en la historia, y no podía continuar para siempre. Los artistas no lograron hacer de México un hogar permanente por falta de oportunidades, y nos separamos. Unos se fueron a Monterrey, otros a Miami y Nueva York, y otros pocos regresaron a Cuba.
ERC: ¿Algún augurio respecto a la creación y la circulación del arte producido en la Isla en el supuesto de que exista algún cambio y Cuba entre al “mundo real”?
NM: ¿Qué te han dicho los Babalawo?
Ciudad de México, febrero, 2015
Notas:
- Paráfrasis del comienzo del libro Elogio de la locura, de Erasmo de Róterdam. (“El vulgo dirá de mí lo que quiera pero lo cierto es que no soy tan necia como parezco”). En algunas traducciones al español son utilizadas las palabras “necia” y “loca”.
- Carlos R. Cárdenas, Ana Albertina Delgado, Leandro Soto, Rubén Torres Llorca, Alejandro Aguilera, José Bedia, Adriano Buergo, Israel León, Consuelo Castañeda, Glexis Novoa, Segundo Planes.
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