Nelson Herrera Ysla

La historia del arte contemporáneo contiene una significativa cantidad de artistas cuyas trayectorias no transitan por academias o cualquiera de los innumerables y múltiples centros de aprendizaje y entrenamiento acerca de las artes visuales. Para la historiografía y la crítica, a la hora de evaluar su presencia o vigencia, aparecen consignados muchos de ellos como primitivos, näif, ingenuos, en bruto y tantas acepciones más que responden más a los procesos de formación y evaluación tradicionales que a una valoración lógica del talento verdadero y su contribución a los procesos estéticos en desarrollo. Lo curioso resulta que, querámoslo o no, la relevancia de estos artistas en el panorama cultural de cualquier país donde hayan nacido y vivido deviene imprescindible a la hora del análisis de la producción simbólica local e, incluso, global. Etiquetarlos de esas maneras u otras es apropiado, principalmente, para recuentos, catálogos y eventos especializados. No creo lejano el día en que consideremos la posibilidad de eliminar tales denominaciones y reconozcamos definitivamente esta raza de creadores únicos, liberados del canon, raras avis, distantes de los estremecidos y difusos territorios de los géneros artísticos en el siglo xxi, en tanto componentes legítimos de cualquier apreciación y valoración de la visualidad contemporánea.

En medio de unos y de otros, Víctor Alexis Puig (La Habana, 1966) aparece a caballo entre aquellos signados por la formación académica rigurosa y aquellos surgidos al azar o, como se dice vulgarmente, a la buena de Dios. Este artista, por momentos, nos hace dudar de sus reales orígenes, formación y trayectoria pues cada obra suya nos enfrenta al misterio insondable de la creación, ese que nadie ha podido desentrañar del todo. ¿Posee una mano experta y bien entrenada la que guía y enrumba la superficie del espacio pictórico o se trata de palos de ciego orquestados a pura intuición y voluntad? Como si se hubiese dispuesto orquestar en sus obras un constante desafío a nuestros conocimientos y experiencia, a nuestra mirada adiestrada en diversos espacios y confines del mundo dentro y fuera de los confines propiamente asignados al arte, Víctor Alexis tiene esainsólitavirtud de inquietarnos más allá de los límites canonizadospor la historiografía yvariados saberes, de obligarnos a repasarla propia historia del arte contemporáneo y, en especial, la pintura pues precisamente en ella y desde ella hemos visto surgir tantas modulaciones y trasgresiones de lo figurativo y lo abstracto a lo largo del siglo xx.

Se alza ante nosotros como un fenómeno singular en el arte cubano producido en los últimos 10 años, cuando se abrieron numerosas puertas y ventanas para permitir la entrada de lo enarbolado e impulsado por importantes artistas europeos, americanos, asiáticos y africanos (dentro y fuera del mainstream) gracias a intercambios de todo tipo, a viajes exploratorios e invitaciones de nuestros artistas por multitud de eventos en el orbe, desde bienales y ferias pasando por exposiciones individuales y colectivas, residencias, talleres, y una creciente navegación por revistas y autopistas digitales.Gracias a ello, los artistas cubanos se estimularon saludablemente para revisitar sus tradicionesa lo largo del siglo xx cuando se definieron las vanguardias cubanas endeterminados momentos de los años 30 y los 50 hasta culminar en década explosiva y prodigiosa que fue la de los años 60 en nuestra isla y en gran parte del planeta. De ahí que los artistas cubanos, de tiempos recientes, incorporan más que antes todo lo universal producidoen cualquier contexto como forma de desarrollar sus propias visiones del arte y la vida, liberándose de ataduras y prejuicios, de límites, coordenadas.

De tal energía y pasión se ha nutrido Víctor Alexis desde que se asomó y decidió explorar el enmarañado bosque de las artes visuales, a partir de sus 39 años, cuando un neoexpresionismo vigoroso (de ascendencia alemana que tiene en Baselitz, Penck, Inmendorf a algunos de sus mejores exponentes, y otros artistas europeos como Ensor, Münch) irrumpe en la escena cubana hasta entonces dominada en parte por el conceptualismo y el minimalismo proveniente de los años 80. Como un connotado y tardíooutsider, y sin haber pisado aula alguna para aprender el arte tal como nos lo han enseñado siempre, se desprendió de ligaduras intelectuales y trabazones ideológicas, de coerciones artísticas para asumir raptos de inspiración y creatividad surgidos desde lo más profundo de su corazón(por momentos cercano a Francis Bacon en cuanto al modo de aplicar el color sobre telas y cartulinas) pues andaba liado con asuntos de ingeniería de radio y comunicaciones electrónicas, bien distante de óleos y pinceles, de lienzos y cartulinas, tendencias y manifiestos encendidos, galerías y museos, estilos y culturas. Las “señales” artísticas y estéticas le llegaron de pronto un día(más tarde de lo que habitualmente ocurre con los artistas cubanos, tan dados a una precocidad irrefrenable) gracias a un ambiente propicio en esta isla de Cuba dada a la cultura en todas sus conocidas y sorpresivas expresiones. Filtradas, además, por una rica sensibilidad que nada tuvo que ver con cables, fibras ópticas o códigos encriptados que pueblan por lo general el mundo de la ciencia y la tecnologíaen el que se había formado tempranamente.

Con naturalidad inefable supo absorber el maremágnum de cultura visual de su país e incorporarlo a su vida sin contradicciones ni ahogo, sin profesores ni tutores, sin referencias intimidatorias salvo lo emanado de sus afectos y emociones aunque sintiera por momentos en su rostro el viento indescriptible de la agonía y el desasosiego (como solía ocurrirle a Fernando Pessoa con su poesía contenida y densa) tan caro a los creadores.

Para Víctor Alexis todos los caminos de la creación le conducen a representar una suerte de comedia humana donde se perfila una significativa variedad de malestares de la conducta individual:desidia, temor, enajenación, dolor, agonía, drama, desorden, extravío, transitan por sus personajes desproporcionados y distorsionados, donde lo social es relegado a una línea del horizonte sumamente lejana y casi perdida. No asume ningún tópico de denuncia o crítica de la sociedad pues sus personajes se hallan demasiado atormentados con sus vidas, destinos, con su sola existencia sobre la tierra.

A partir del año 2005 este artista decide encarar la vida a través de la pintura, como un fatum que lo lanza a la soledad de la creación sin interesarse en exhibir o tocar a las puertas de críticos y teóricos. Sus temas y asuntos rondaban la puerta de su casa sin necesidad de buscarlos demasiado lejos, en medio de una sociedad en transición y en la que el sistema de valores morales, ideológicos, espirituales, tambaleaba de año en año a la luz de situaciones económicas adversas, irritantes, peliagudas, propicias y decididas a invertir y descolocar las estructuras que la sostenían durante más de medio siglo. El contexto peliagudo imperante contribuía a enfatizar malestares individuales, a desordenar y endemoniar conductas hasta entonces estables y, al parecer, duraderas en el tiempo. Los desajustes emocionales saltaron a la luz pública y se hicieron viral en un entorno agreste, difícil, dominado por duplicidad de monedas circulantes, desproporciones alarmantes en los niveles de vida poblacionales, carestía creciente del valor de las mercancías, persistencia del racionamiento de productos básicos y escasez periódica de muchos de ellos, deterioro físico de barrios y ciudades a lo largo de la Isla, fuga de talentos mayormente jóvenes hacia otras partes del planeta en busca de oportunidades mínimas y horizontes más claros y cercanos.

Desde esa contenciosa agonía alzan el vuelo sus demonios interiores para poblar lienzos y, sobre todo, cartulinas fabricadas por él ante la imposibilidad de adquirirlas en un mercado local desabastecido de artículos para la producción artística. Estados de ánimo alterados y generalizados promueven en él una obra densa, grumosa, de sacudidas febriles a la conciencia del espectador y de él mismo, plena en acumulaciones emocionales dispuestas a liberarse en el espacio bidimensional de la pintura.

No le preocupa la expresión de una determinada identidad cultural o social sino el aliento desgarrador del silencio, de la soledad total en la que habitan sus personajes. Paradójicamente sus obras contienen la solemnidad de lo contemplativo y el llamado a la acción interior de cada uno de nosotros.

Algunos de estos fundamentos asumidos por Víctor Alexiscentraron la atenciónde una de las últimas promociones de artistas cubanos surgidos a inicios del siglo xxi pero, a diferencia de ella, este artista no comulgaba con la ligereza o frescura de esa actitud colectiva en sentido general, o suconsciente rechazo a pretensiones ideologizantes, utópicas y políticas que insuflaron muchas de sus obras. OdeyCurbelo, Orestes Hernández, Osvaldo González, Yeremy Guerra,Noel Morera, Maikel Domínguez, Lester Álvarez, Lancelot Alonso, Alberto Lago, Carlos Ernesto García, Daniel López, entre otros, protagonizaron cambios interesantes en el panorama pictórico nacional a partir de desmarcarse de lo canonizado por la crítica y la mayoría de las instituciones encargadas de promover las artes visuales, y cansados ya de retóricas estéticas de establecido prestigio y legitimidad. Proclives a cultivar un cinismo y una agresividad poco usuales en el arte cubano contemporáneo de fines del siglo xx, esos creadores se vieron libres de toda sospecha, aliviados del peso de la tradición y recelosos de las formas con que hasta esos momentos los artistas cubanos reconocidosconstruían sus discursos y lenguajes estéticos.

Víctor Alexis miró hacia otro lado, más bien adentro del ser humano sin ocuparse de enfrentamientos, posiciones, luchas y acciones que no fuesen otras que las libradas en el interior de cada hombre y mujer por librarse del exceso de demonios que todos llevamos dentro por las causas o las razones que fuesen. De ahí que su obra se siente cercana a la que en los años 60 del pasado siglo realizaron Antonia Eiriz, Umberto Peña, y más atrás Fidelio Ponce de León quienes revelaron, de manera implícita, trasfondos sociales intensos en su época. En ese sentido es un artista de este tiempo convulso y plagado de padecimientos humanos, donde parece no haber límites para el desencanto y la desilusión, la incomunicación y la incertidumbre.