Elvia Rosa Castro

Año 2017. Caminaba Madison Downtown. En State St. había un viento de cien pares que venía del lago y me colé por la primera puerta abierta que vi. Era un bar. Conversaba en español con mi acompañante, un estudiante de literatura de la University of Wisconsin. Un hombre se acerca. Era de raza negra, de aspecto medio rasta. ¿Tú eres cubana? Lo sabía, me dice cuando le dije que sí. Yo también. Y ahí lo abrazo. Me cuenta que llevaba viviendo allí desde 1980 y que tenía un part time en ese bar en otro horario. Le pregunto si estuvo en Fort McCoy y afirma. Mueve la cabeza. Algo me anuncia que no pregunte más sobre el tema. Se me aguan los ojos. Me habla entusiasmado de sus amantes, que esta es fría en la cama y la latina me gusta más…

Por sus maneras e historias pude ver que ese hombre había vivido a la buena de Dios.

Cómo te llamas para buscarte en Facebook y pedirte amistad. Qué es ESO. No, Internet, yo no tengo Internet. Volví a abrazarlo y me fui. Mi joven acompañante no entendía nada. Ese hombre, le explico tratando de explicarme, cubano y marielito, no estaba desactualizado, no. Ese ser había vivido una vida completamente disfuncional, tanto que, se notaba, no tenía conciencia de ello. “For many Wisconsin Marielitos who were at Fort McCoy, the anxiety of coping with delayed detention turned into a depressive stage that clashed with their expectations of the ‘freedom’ and ‘dream’ of America”, afirma el profesor Omar Granados en Cuban in the Tundra: The 1980 Cuban Refugee Program of Fort McCoy (1)”. Me acordé tanto de aquel cubano del bar en Madison.

El titular de un periódico local, cerca de Fort McCoy reza: “When Cubans and Chaos came to Fort McCoy that was in 1980, when Castro duped the US into accepting refugees in the Mariel Boatlift, and many were criminals”. Fue escrito en 2005. Aún en el siglo XXI el prejuicio ronda el imaginario de la zona.

Del mismo modo que no escogemos nacer, muchas personas no pueden escoger dónde ni en qué condiciones renacer. Aquel hombre huyó (o lo expulsaron como a muchos, nunca sabré) cargando un estigma, víctima del estereotipo y el prejuicio racial existente en la isla para “caer” en un contexto sumamente extraño, frío y solo, donde ha sufrido lo mismo. (El exilio conservador cubano abonó su alta dosis de desprecio y racismo). Escorias en un bando, criminales en el otro. Atrapados en un sandwich violento e injusto. Miles de cubanos han corrido su suerte. Es muy probable que ellos, emocionalmente hablando, nunca hayan “cruzado la línea”. O que el suicidio haya sido la única variable. Es muy probable también que no formen parte de ninguna narrativa canónica salvo de la incriminatoria. Viviendo en la zombitud. A 40 años de distancia este es aún un evento que nos hace llorar pues cualquier gesto de aspiración sanadora será pálido comparado con tal quiebra.

“En 1980 la revolución fue menos revolución que nunca…” escribió Ivan de la Nuez. La revolución se inyectó rivanol y jamás se restableció.

Nota:

(1) “Cuban in the Tundra: The 1980 Cuban Refugee Program of Fort McCoy.” Cuban Counterpoints. September- October 2016. Granados organizó también el evento The Lost Voices of Mariel: The Cuban Refugee Program at Fort McCoy el año pasado. Se trata de una exposición-plataforma itinerante que incluye paneles tanto con profesores de UW-La Crosse como con los protagonistas “marielitos” que aún quedan en la zona, así como exposición de documentos, objetos y fotos relacionados con la estancia de los más de 14 mil cubanos en Fort McCoy. Hubiera querido extenderme en este evento. Para ello escribí a Omar Granados pero no recibí respuesta.