Orlando Hernández
Me he demorado en escribir esta especie de aclaración (o declaración) porque no es algo que acostumbro a hacer. Mis motivaciones para escribir deben llenarme de placer, y este no es propiamente el caso. Así que lo hago con molestia. Y un poco defraudado. Algunos me han dicho que el texto al que me refiero (“Conversación en la catedral” de Magela Garcés) es ya “Bohemia vieja”, pues ha pasado un mes o algo así de su publicación y nuevos textos (quizás también igualmente provocativos) deben estar ya disponibles para entretener la curiosidad de los lectores. Pero me parece pertinente hacerlo para evitar habladurías y malos pensamientos que no merezco.
Solo en un par de ocasiones he podido conversar brevemente con la colega Magela Garcés, de manera que no me atrevo a especular sobre sus intenciones y mucho menos sobre los posibles valores intelectuales o literarios de sus textos sobre arte cubano. Tampoco sé mucho sobre la cultura del fake. Mi hijo Rafaelque es ingeniero informático y trabaja con esos asuntos, me ha explicado que incluso hay algoritmos (como el GPT-2) para generar noticias falsas. Pero las noticias falsas, las mentiras, los chismes, las intrigas, han existido siempre. Y generalmente son creadas y desmanteladas con fórmulas mucho más simples. (Como esa que dice: “Primero se coge a un mentiroso que a un cojo”, por ejemplo) Creo que el texto titulado “Conversación en la catedral” de Magela Garcés tiene muchas falsedades, de manera que puede incluirse en esa condición genérica de los fake news aunque en este caso su creación no ha partido de un algoritmo sino que ha sido más bien artesanal, manufacturado, mediante el corte y pega de ideas y palabras sin tener muy en cuanta su procedencia, su autoría, y por ello resulta más parecido a un ingenuo (o malicioso) collage. Pero el texto fue publicado en una revista digital conocida (Hypermedia) y su contenido se filtró luego a las redes sociales y a otros muchos “pasillos” y “solares” de nuestro reducido pero internacionalizado mundillo artístico, creando una reacción desagradable que realmente no esperaba.
No voy a alargar mucho este asunto: solo decir que no pronuncié la mayoría de las cosas que Magela Garcés puso en mi boca. Tampoco fue propiamente una conversación en la que participáramos junto a Ezequiel y Jorgito R10 y ese otro personaje (real o imaginario) que usa un seudónimo. Magela me pidió verbalmente unos comentarios sobre algunos temas del mercado del arte cubano que a ella le interesaban y sin mucha reflexión ni mucho entusiasmo le envié un breve mensaje por WhatsApp como forma de colaborar con una colega más joven. Como mi intervención era en verdad muy poco interesante, le dije –ahora veo que erróneamente—que pusiera o quitara a su manera, es decir, que editara, pero terminó atribuyéndome ideas y palabras que jamás mencioné en mi mensaje.
Ni uno solo de los nombres de personas o instituciones que aparecieron como mencionados por mí fue incluido en mi mensaje. Y muchos otros de los comentarios atribuidos a mí son también apócrifos. O tomados de otras personas que los dijeron. No tengo nada contra los apócrifos y su valor poético o artístico, y respeto la fantasía o las mitomanías de los demás porque también invento cosas todo el tiempo, fantaseo, improviso y digo mentiras, desde luego, pero me hago responsable de ellas y no se las atribuyo a nadie más, especialmente si se refieren y atacan a otras personas, como sucede con ese texto.

Siempre me he hecho responsable de mis ideas y generalmente he sido bastante claro y directo en lo que digo. La llamé días después por teléfono preocupado por las reacciones de molestias de algunos artistas mencionados y me prometió que iba a publicar la versión real de lo que cada uno había dicho, pero desgraciadamente tampoco lo cumplió. Creo que he sido delicado al dejar a su disposición tanto la edición inicial de mi texto como la explicación pública después de mi inconformidad, pero en eso tampoco he tenido mucho éxito. Debo confesar, sin embargo, lo que me resultó incluso más doloroso: que muchas personas que me conocen desde hace muchos años (o que yo supuse que me conocían) y a los cuales admiro y con los que he tenido vínculos de amistad y de trabajo hayan pensado tan rápidamente en una habladuría o una “mala lengua” que en realidad no tengo. O que al menos nunca usaría públicamente contra ellos. Fue una sensación muy incómoda.
No pensé hacer ninguna aclaración ni declaración pública, ya que hablé o le escribí personalmente a algunas de las personas que se sintieron afectadas y a otras que se sorprendieron de esta supuesta vertiente “maledicente” de mi escritura, pero me quedé con la sensación de que quizás no me creyeron del todo. Son los únicos que me importa que queden aclarados. Como “el que calla otorga” no tengo por qué darme el lujo del silencio o la discreción sobre esos comentarios falsos cuando estos pudieran seguir circulando (no sé por cuanto tiempo aún) en el contaminado e insincero universo digital. Gracias Elvia por trasmitir este mensaje.
Imagen de portada: Adriana Arronte, Transfusión
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