Detrás del Muro ha sido con mucho el
proyecto más mediático de la Bienal de La Habana, tal es así que en el
imaginario social cree que la Bienal es lo que ocurre en el tramo del Malecón
habanero. Ayer 9 de octubre fue presentado el libro-catálogo de la edición de
Detrás del muro del 2015, el cual incluye textos de Orlando Brito, Iván de la
Nuez y Elvia Rosa Castro, además de frases de Mario Coyula a manera de
homenaje.
Contrario a todos los eventos organizados
por Juanito, este de ayer fue austero y se presentó en el Centro Wifredo Lam,
pero lo que más llamó mi atención fue la ausencia sino totalmente nula al menos
casi, de los medios de comunicación. No es temporada de vacaciones, no hace
tanto calor pero los medios se ausentaron, al menos los más conocidos…, excepto
elsrcorchea!
Las palabras de presentación de
presentación, gentilmente donadas a este blog por su autor, Nelson Herrera
Ysla, fundador y curador del Centro Lam así como Presidente de la Bienal de La
Habana años atrás, son reproducidas íntegramente aquí:
Adiós a las armas… y a los muros
Nelson Herrera Ysla
Celebrar la publicación de un libro como el que hoy
nos convoca Juan Delgado es otro modo también de celebrar la Bienal de La
Habana, su existencia, persistencia y resistencia a seguir siendo un evento de
notoria magnitud en el panorama local y global del arte contemporáneo.
Detrás del Muro nació como un proyecto a
tomar en cuenta en esa importante cita internacional. Y eso fue lo que hicimos los
curadores y organizadores de la Bienal: tomarlo en cuenta por su audacia estructural,
temática, reflexiva y su capacidad para transformar, aunque fuese
temporalmente, uno de los enclaves urbanos más controvertidos y queridos de
nuestra atribulada ciudad. Ya habíamos explorado variantes de participación
ciudadana y de artistas en ediciones anteriores de la Bienal desde el lejano 1986
con el taller de Julio Le Parc en un parque de El Vedado, pero Detrás del Muro iba más allá: se salía
de los cauces convencionales para apostar por una transformación transitoria de
esa zona de algo más de 1 kilómetro de longitud y 100 metros de anchura, capaz
de provocar a sus habitantes dentro y en los alrededores de la misma y a
cualquier visitante o espectador entrenado o no en cuestiones del arte.
Esa idea, esa chispa inicial trazada a grandes rasgos
por Juan Delgado sería secundada de inmediato por expertos amigos como Elvia
Rosa Castro, por diseñadores gráficos y, sobre todo, por artistas cubanos y
extranjeros que vieron también esa posibilidad de hacer volar los espacios
interiores de galerías, centros de arte y museos, y tantos recintos
tradicionales de exhibición que, en última instancia, son muros a veces
infranqueables, imperceptibles, invisibles por esa seducción que comportan
desde el siglo XVIII europeo hasta nuestros días en todo el orbe.
La última Bienal de Venecia en 2019 es ese ejemplo
vivo de atracción fatal en el universo del arte contemporáneo, solo que, en su
caso específico, todos los artistas están dispuestos a colaborar con ella
aunque nada pueda competir con esa extraordinaria urbe sin calle ni semáforos,
sin rascacielos de oficinas ni torres de apartamentos ni centros comerciales,
sin McDonald’s ni luces de neón.
La Bienal de San Pablo, otro ejemplo de vastedad
curatorial y recursos materiales, se define desde mediados del siglo XX dentro
del recinto espacial creado y edificado por Oscar Niemeyer en el Parque
Ibirapuera de la megalópolis brasileña, dispuesto así para permanecer las obras
dentro de sus límites físicos y tratar de comprender mejor el arte contemporáneo
entre paredes de cemento y vidrio, y hermosas áreas verdes alrededor.

La Habana (alejada de ambas proposiciones urbanas en
lo ambiental y museográfico), en esta modesta versión de ciudad colonial y
ecléctica que hemos heredado puede, sin embargo, darse el lujo de competir con
numerosas expresiones del arte y la cultura y enfrentar los nuevos modos de
interactuar con los espectadores que no sean dentro de los espacios
convencionales conocidos bajo el genérico nombre de cubo blanco.
Eso lo sabían bien los creadores de Detrás del Muro cuando aceptaron
participar en la undécima Bienal de La Habana en el año 2012. De ahí que aquella
asonada de su primera edición suscitara tantos comentarios como para seguir
pensando en un futuro proyecto y echara a andar por las redes sociales, por
videos y un libro de gran formato y factura. Entusiasmados con la idea y
realización, sus organizadores se propusieron reditar la experiencia en la
Bienal del año 2015, solo que en esa ocasión pasó a formar parte del núcleo
dispar y heterogéneo de las llamadas exposiciones colaterales, y cuyo libro hoy
presentamos. Lo más parecido a un catálogo es, por lo que apenas existen
diferencias entre un cuerpo editorial y otro: no importan las definiciones
ahora pero sí resaltar que este ejemplar recoge en su totalidad las obras expuestas
de los 49 artistas participantes y un proyecto colectivo, a diferencia de una
mayoría de otros catálogos que muestran proyectos de obras o imágenes similares
a lo que los artistas expondrán realmente en el evento.
Pintura mural, intervenciones en fachadas de
edificaciones, performances, acciones, esculturas, objetos, instalaciones,
patinaje, escalamiento, placeres entre sillas, arena y sombrillas, fotografía,
señales urbanas, vestuario, sonido, encendieron el verano de 2015 la
imaginación de todo tipo de espectador: quien no sintiera asombro o curiosidad
ante alguna de estas expresiones, lo mejor que pudo hacer entonces es marcharse
a su casa en el mejor de los casos, a paliar su aburrimiento por no querer entender
o emocionarse ante tantos destellos de vida que propusieron las obras emplazadas.
Estas avivaron los debates en torno al arte fuera de los muros de las
instituciones entre los expertos cubanos y de otras latitudes. La meta se había
cumplido con creces: todos hablaban de la experiencia estética,
arquitectónico-urbana, emotiva y colateral de Detrás del muro. Tanto fue así que su clausura como espacio de
exhibición fue considerada por muchos como la clausura de la Bienal. Y no
estaban desorientados ni trasnochados los que así se expresaron, que conste.
Esa segunda edición de Detrás del Muro, intraurbana e interciudadana, rompió toda
expectativa al dialogar con el conjunto de contradicciones y paradojas que
ofrece esa zona de la ciudad limitada por el insoportable deterioro de la calle
San Lázaro y por el gigantesco espacio líquido del Océano Atlántico o, más
modestamente, la Corriente del Golfo.

No hay muro allí si nos atenemos a lo que siempre
hemos entendido por ese nombre, ni en el resto de los 8 kilómetros de longitud
del sí conocido malecón habanero: si se quiere, se trata de un muro muy bajo y hasta
se puede saltar (muy diferente al que se concibió para realizar la Gran Muralla
China, el de Berlín derribado en 1989 o del que se construye a pedazos en la
frontera entre México y los Estados Unidos). Es un muro bajo donde más bien
podemos sentarnos, conversar con pasmosa tranquilidad, cantar, comer y beber:
desde allí podemos, incluso, darnos un baño fresco a pesar de las aguas
difíciles que contiene, y hasta disfrutar de bondades submarinas. Por eso Mario
Coyula, quien es citado en este libro en más de una ocasión, habla de malecón y
no de muro. ¿Es el vocablo muro el
mejor para definir tal barrera urbana, convertido hoy en casi un símbolo de la
ciudad en tiempos en que muy pocos en el mundo quieren saber de su existencia y
menos leer o escuchar de ellos y, peor aún, construir alguno?
Iván de la Nuez exhorta en su texto a calibrar con
cautela las palabras que empleamos: algo para pensar como todo salido de cuanto
escribe junto con Elvia en esta edición, quien suma provocadoras ideas a su
experiencia personal, entremezclándolas con un intenso peregrinar por varios
proyectos artísticos de juventud y madurez realizados desde principios del siglo
XXI hasta hoy.
Ambos sostienen teóricamente el libro al lado de Orlando
Brito, curador y crítico español de larga trayectoria, incansable amigo
dispuesto a colaborar con nosotros siempre y que en esta ocasión repasa la
faena que le llevó a integrase en esta aventura con artistas de España y otros
países.
Pero el desafío mayor de esta experiencia curatorial y
museográfica, a la que Elvia ha precisado probablemente con toda razón, como “…el
proyecto más visible en la cultura cubana…” es la arquitectura y el ambiente que
enfrenta. Está enclavado en una zona de la ciudad que parece desvanecerse día a
día ante nuestros ojos, casi indescifrable e indecisa, de destino incierto e
impredecible y que no halla aun “su definición mejor”, como hubiese podido
referirse a ella Lezama Lima, quien
fuera uno de sus vecinos ilustres y ejemplares.
Basta repasar las fotografías atractivas del libro
para notar la importancia de edificaciones, aceras y vías en este proyecto que
aspira a perpetuarse dentro y más allá de la Bienal de La Habana. La
arquitectura y el urbanismo parecen elementos reguladores de muchas ideas manejadas
por curadores y productores del proyecto, desafiando así la importancia de las
obras expuestas. Conforman el marco físico para el proyecto general y de cada
propuesta individual, y así parece que será por años pues esta experiencia no
se agota al final de cada edición del evento internacional. Ya deja su huella
en algunos puntos dentro y fuera de la zona como pueden verse hoy, pero en este
caso el libro se apresuró demasiado al dejar constancia fotográfica de obras “…
que se quedaron…” hacia el final del volumen pues algunas no están ya en esos
lugares donde originalmente fueron emplazadas.
La variedad de las obras que aparecen en el libro hace
referencia a una variedad de propósitos estéticos y reflexivos. Esto nos hace
pensar en Detrás del muro como una
suerte de laboratorio donde se articulan expresiones no sólo de las artes visuales.
Es un privilegio enorme -yo diría que el mayor de todos los que asumen curadores,
arquitectos y diseñadores en nuestro país, después de la Bienal en sí misma-,
contar con tantos espacios abiertos y cerrados en una zona de la ciudad con el
fin de ensayar ideas y cuestionar estereotipos del arte público, arte urbano,
diseño ambiental, escultura a gran escala, pintura en muros y fachadas, objetos,
acciones e intervenciones o cualquier nueva expresión artística.
Tal privilegio pudimos disfrutarlo en esa edición del
año 2015 en la muy recordada playa artificial en uno de los preciados bordes de
la ciudad, en el deslumbrante cubo azul que atraía gentes como abejas al panal,
en esos sillones caseros emplazados en un portal hotelero, en el goteo migratorio-fotográfico
por tuberías de plástico, en el llamativo simulacro de adoquines amarillos en
un parque, en la cazuela gigante atravesada por tenedores pobres, en la aislada
lámpara de ciudad con suficientes bombillas para iluminar un barrio entero… en
fin.

Este libro nos recuerda todas esas experiencias y
muchas otras y por eso es un testimonio palpable de la cultura visual
contemporánea que mucho debemos agradecer en primer lugar.
Se han hecho tres ediciones de esa experiencia
curatorial y museográfica, y sigo pensando que la segunda, reseñada con
eficacia en este libro, devino la más profunda de todas por su sentido de
laboratorio. Detrás del muro no debe
dejar en el aire dudas acerca de si ese proyecto es un carnaval de formas
artísticas, una fiesta de la visualidad, un macro proyecto reconfortante, un
oasis en medio del escenario deteriorado de la ciudad. Porque no es ninguna de
tales cosas: es otra que apunta hacia nuevas direcciones del arte y que tanto
interés suscitan en diversas partes del mundo. Se pronuncia con el signo de
marcar derroteros, de experimentar con ideas y materiales, de provocar a la
mayor variedad de espectadores en un intercambio nada simple ni superficial.
Es un proyecto de altísima dificultad intelectual,
estructurado sobre complejidades curatoriales nada comunes. Está llamado a
marcar pautas en varios órdenes de la cultura cubana contemporánea e incitar a
actuar mejor a los que toman decisiones y tienen altas responsabilidades a la
hora de definir nuestro destino ciudadano. Y se debe a sí mismo, minuto a
minuto, días tras día, ahuyentar lo más lejos posible a los fantasmas de la retórica
y la repetición que lo acosan de forma implacable, solapada y sutil.
Es un proyecto megalómano, al decir también de Elvia, listo para debatir, desde su misma
concepción, acerca de numerosas cuestiones del arte y la cultura contemporáneas
en Cuba. Este libro es una contribución a ese debate.
No queda otra cosa que felicitar a Juan Delgado
Calzadilla por su tenacidad, empeño y poder de convocatoria, por su
contribución a ilustrar, en el magno sentido de la palabra, una historia del
arte contemporáneo exhibido en nuestro país. Y por su contribución al
desarrollo de la Bienal de La Habana que creo fue, y seguirá siendo es para él,
una fuente viva de inspiración, admiración, conocimiento y respeto. Y felicitar
a los autores y hacedores del libro, y a todos nosotros por apoyarlos.
La Habana, octubre 9 de 2019
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