Julio Lorente

Cientos de veces, desde la crítica modernista, se minimizaron los valores de la pintura decimonónica planteándola como objetos estéticos de frivolidad y desapego por las ideas; criterio que resulta a estas alturas un atavismo típico del más rancio modernismo. 

El siglo XIX fue un tiempo convulso de luchas entre imperios decadentes y revoluciones sociales que mediante la pulsión violenta intentaban reconfigurar el mundo. Y si bien la pintura realista fue perdiendo fuelles frente a la emergencia de la fotografía como medio idóneo de documentación, la misma aportó atinadas y orgánicas críticas echando mano de la historia y del poder que destilan ciertos símbolos.  Cuando Ilia Repin pinta su colosal Iván El Terrible y su hijo Iván (1885), lo hace imbuido por una atmósfera social  cada vez más enconada contra el zarismo, por lo que la pintura, sotto voce, fue recibida más que como un acontecimiento estético como un alegato irrefutable contra la tiranía del Kremlin.

Armando G. Menocal (1863-1942) es uno de los más reputados pintores de la pintura cubana de todos los tiempos; también conocido como el Pintor de la Revolución –Revolución del 95. Este habanero de nacimiento padecía esa dicotomía típica de muchos artistas y poetas del siglo XIX -y posteriormente, también, de la primera mitad del siglo XX- que a la par que creaban participaban en alguna contienda bélica, incluso algunos llegando desaparecer en el campo de batalla como el poeta húngaro Sandor Petofi o morir en las cercanías del mismo como Lord Byron, por tifus, o José Martí, por disparos. Amigo de Gómez y de Maceo, Menocal termina la guerra del 95 con grados de comandante, pero antes de toda esta mística del guerrero curtido en batallas fue, ante todo, un pintor de pedigrí académico que lo llevó a graduarse en las academias de San Alejandro, en la Habana, y Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Luego de sus estudios europeos regresa a Cuba en 1889, donde instala su estudio en La Ceiba, Marianao. Rápidamente, por su talento y el desenfado fresco de sus obras, se posiciona en el gusto habanero logrando disímiles encargos de la burguesía criolla y obteniendo elogios de la crítica nacional y extranjera. Todo fluye, digamos, con tranquilidad en la vida del pintor hasta que en 1893 durante las conmemoraciones por los cuatrocientos años de colonización española de América, decide pintar un enorme lienzo titulado Embarque de Cristóbal Colón por Bobadilla, que a todas luces se puede considerar, como el primer gran desacato político de la pintura cubana. Menocal decide pintar una escena polémica que echa por tierra toda la grandilocuencia que el Gobernador General de la Isla quería imprimirle a los festejos.

Siendo gobernador y Virrey de La Española –República Dominicana-, Cristóbal Colón  el sabio y valiente navegante, descubridor de mundos era, en el ejercicio político, según nos cuentan Fry Bartolomé de Las Casas y el capitán Oviedo, bastante torpe y cruel; la política suele ser más peligrosa y turbia que cualquier océano que medie entre las tierras y los hombres. Conocidas eran los castigos que imponía el gran Almirante, por ejemplo, a los indios que hurtaban algo, cortarle la nariz y las orejas por ser las partes más visibles, cortarle la lengua a quien declaraba en un primer momento que aquellas tierras no eran, efectivamente, las Indias, etc. Por estos motivos y otros tantos que la historia se llevó consigo, los reyes católicos en 1500 deciden enviar al caballero de la Orden militar de Calatrava, Francisco de Bobadilla, para que sustituyera a Colón como gobernador y lo enviara a España a rendir cuentas. Luego de ciertas tensiones Colón y sus hermanos Diego y Bartolomé, deciden acatar la orden y son embarcados hacia España por Bobadilla, con grilletes puestos como presos comunes. Esta es la escena que decide pintar Menocal, que ocurrió realmente en República Dominicana o La Española, pero el pintor la situó en los predios del Morro habanero para remarcar su discurso crítico. Martí, quien supo de la obra mediante el libro de ilustraciones Galería de Colón, de Néstor Ponce de León, notó este trueque y escribió:

(…) Pero cuando Armando Menocal, libre el genio criollo, pintó atrevido y feliz al descubridor de América buscó por estudio la ceñuda fortaleza del Morro, poblada aún de tanto muerto cubano, copió la mar airada que se rompe contra las breñas y mostró a Colón cargado de hierros, entrando en la barca a donde lo manda preso el español Bobadilla; la cabeza grandiosa se destaca sobre el torvo gentío, en el horizonte azul: el cuadro chispea. (…) (1)

¿Qué pueden los pre-juicios estéticos frente a una obra que socava el discurso manipulador del poder? Ciertamente, nada. Menocal, consciente de que en un ambiente represivo que parecía estipular -como dulce ironía- dentro de la colonización todo, fuera de la colonización nada  no quedaba mucho margen para la libertad creativa, eligió desinflar el mito desde su propia condición histórica.  Pintar al descubridor de América, alabado por miles de españoles frenéticos que clamaban por su canonización, como un simple criminal conducido por sus desmanes, era la forma  más contundente de mostrar el reverso de la leyenda colombina; suerte de fabulación donde el crimen y el dominio fueron en pos del “progreso histórico”.

El Gobernador General de la Isla le pidió a Menocal borrar las cadenas que le había pintado a Colón, editar la historia por el bien de la Corona, a lo que el artista se negó rotundamente llevando esto a una escalada que terminó con la censura de la obra, quedando la misma enrollada en una esquina del taller del pintor por varios años antes de ser expuesta de nuevo, ya en la República.

Esta gran escenificación de ruptura con la historia barnizada, fue el alegato de un país de abolengo forzado que construía su alteridad como un aletargado work in progress, y mediante un recurso no menos traumático: la revolución, que a fin de cuentas es el resultado triste de una historia de violencia.

Detrás de toda fortuna hay un crimen, esta frase atribuida a Balzac bien podría ser parte de los ardides detectivescos de Menocal, que prefirió mostrar el crimen muy a pesar de un discurso aséptico que proclamaba incesantemente la fortuna. Un “ángel de la historia” devenido “vikingo genovés”; una mentira piadosa devenida verdad censurable. Ser bruto como pintor, más allá de la ironía duchampiana no es viable, cuando, con los pinceles, es posible arrinconar a la historia.

Nota:

(1) José Martí: Galería de Colón: “Libro nuevo de Néstor Ponce de León”. En Obra Completas, t.5, pp.203-208.