Durante cuatro sábados hemos visto desfilar propuestas muy diferentes por este espacio con el fin de calibrar esas temperaturas y de ejercitar, en la medida de todo lo deseado y lo posible, un juicio de valor congruente sobre el estado de las prácticas simbólicas en el contexto de una nueva realidad que demanda, con fuerza, de sus nuevos y más audaces relatores. Tanto es así que afirma el curador “si esta muestra aspira a ser algo es una suerte de retrato a una generación que apenas se insinúa como tal, con toda la subjetividad que ello implica (…)”. Lo que deja claro su ambición intelectual y el deseo, siempre bienvenido y necesario, de instaurar un orden y unas coordenadas axiológicas en las aguas del pantano.

Andrés Isaac Santana

Cuando Jorge Pere Sersa me pide algo, yo, como en un bolero, lo dejo todo. Sucede que esta vez no me ha pedido nada, pero basta con repasar desde la distancia el proyecto PUZZLE en Galería Taller Gorría, en La Habana, para comprender, entretanto, su valor y su alcance.

Cuando las escenas culturales de muchos países padecen de una anemia espeluznante y de una bulimia de estupidez, la escena cubana, con todo y su insondable universo de paradojas, sigue gestionando esas zonas insolentes en las que tienen lugar el cuestionamiento, la reflexión y el debate. No por gusto, y con esa prudencia tan típica en él, el curador de Puzzle asegura que este proyecto, que pendula entre los órdenes de la crítica, la curaduría y la docencia, “supone la posibilidad algo ambiciosa de calibrar el temperamento del arte producido por las generaciones más jóvenes dentro de Cuba. No trata, en cambio, de asentar un statement o proponer una tesis en torno a ese imaginario que se resiste a quedar fijado entre marcos y contornos precisos. Antes bien, se dedica a proponer motivos para discusiones posteriores, concernientes a la crítica, la curaduría y el público en general (…)”

Claudia P. (La Mamarracha)

Durante cuatro sábados hemos visto desfilar propuestas muy diferentes por este espacio con el fin de calibrar esas temperaturas y de ejercitar, en la medida de todo lo deseado y lo posible, un juicio de valor congruente sobre el estado de las prácticas simbólicas en el contexto de una nueva realidad que demanda, con fuerza, de sus nuevos y más audaces relatores. Tanto es así que afirma el curador “si esta muestra aspira a ser algo es una suerte de retrato a una generación que apenas se insinúa como tal, con toda la subjetividad que ello implica (…)”. Lo que deja claro su ambición intelectual y el deseo, siempre bienvenido y necesario, de instaurar un orden y unas coordenadas axiológicas en las aguas del pantano.

De entre todo lo que he visto, y he de decir que mucho de lo que he visto me ha gustado lo suficiente, quiero destacar el trabajo de la joven y bellísima artista Gabriela Reyna. Su obra, dentro del contexto de un posible discurso feminista en el arte cubano, resulta, sin duda, un caso excepcional. Y esa excepcionalidad no le viene dada por la apelación -tan estandarizada como a ratos dañina- de un impulso radical. En Gabriela, por el contrario, se potencia el alcance subversivo del gesto poético frente a la acidez de la frontalidad o el concierto de las barricadas. Su obra es pura sutiliza, floración de una voz que teje los sentidos y sus correlatos desde el más fino de los erotismos. Sus enunciados giran siempre en torno al cuerpo, sus capas, su naturaleza poliédrica y su dimensión travestida.

Ropa, maquillaje, moda, confección, tejidos, oficios tradicionales y nuevos medios… Todo esto se mezcla y colapsa en el epicentro de su obra. Un cuerpo enfático en el que su voz se postula siempre desde cierto (im)pudor y en el marco de una teatralidad que alimenta las prefiguraciones conceptuales de la obra en su diálogo con los otros.

Gabriela Reyna

Para Puzzle, Grabriela realizó una suerte de videoperformance. En esta pieza, de elegancia y sutileza extrema, la artista pulsa los códigos de la resistencia visual y del índice del morbo colectivo ralentizando la aparición de un desnudo -el suyo- que termina siendo, para suerte y gracia de la desviación, tan evanescente como volátil. Luego de un ritual de desvestimiento que hace pesar a algunos que ese desnudo no llegará nunca, ella, con una gentileza poética fuera de serie, certifica de su cuerpo desnudo desde la contención y desde la distancia.

Como diría Peré, en esa delicadez reside, precisamente, su sinceridad. Si de algo goza la obra de Gabriela es de arquitectura semiótica. No hay nada al azar en su trabajo. Como en la práctica del tejido, todo queda sujeto a una urdimbre de intenciones y de sentidos. Resulta incuestionable su posicionamiento femenino frente a la construcción discursivas y sus derivaciones morfológicas. Recuerdo, cuando visité su estudio en La Habana, aquella serie suya, bajo el título “Cosas de hembra” en la que reproducía sobre toallitas húmedas, grandes obras del relato hegemónico de la historia del arte cuyas protagonistas eran mujeres.

Creo que habría que volver, can ganas y con tiempo, sobre su trabajo para apuntar, si acaso, un par de ideas más sólidas y congruentes.