Gustavo Ramos

Abril es el mes más cruel

                                         engendra lilas en la tierra muerta.

                                                                        T.S. Eliot

Cuando un hombre se hace rodear de agua para aferrarse a la espera (de algo o de alguien) se convierte en parábola. Esa estructura visual es polisémica. Es poesía dispuesta en espacio y tiempo para enfatizar esa condición de isleño sometido que no deja vivir en paz: emblema de precariedad, modelo de asfixia, víctima. Un Ser en huelga por lo que le arrebataron, o nos han arrebatado, sin miramiento. Y en el caso en cuestión el producto de un artista que busca, a través de la obra, compensar y advertir las pérdidas humanas entre una orilla y la otra valiéndose de una video instalación: un bote que se mese frente al malecón habanero con un cartel que enuncia: Eternamente te esperaré. Y a lo lejos, en el balcón de un apartamento, un telescopio y la cifra aproximada de los difuntos que fueron tragados por el mar. Esta imagen conforma la producción que fuera expuesta, por vez primera, en una versión de la galería El apartamento en el 2015. Una metáfora que bien puede ser espejo perpetuo de la migración, sea cual sea la migración porque todas adolecen de la misma en esencia: unos se han perdido en el mar, otros en tierra de nadie.

Ese conjunto de ideas e imagen procura remover la conciencia del público, (que viene a ser arquetipo de una conciencia nacional) llevarlo a un estado de indagación que desemboque en la compasión o en el rechazo; ello depende de las necesidades individuales. Incluso puede despertar la ira al ver esa especie de misionero añorando que el mar le devuelva lo ido a sabiendas que la culpa no es de esa inmensidad de agua. La culpa es de los otros, los Provocadores. Pero aun así se sigue esperando sin importar que pasen los días y las noches: tanta fe tiene que devolver algo, salga el sol por donde salga.

Han pasado cuarenta años del tristemente célebre Mariel: hecho de vacilante patriotismo que le movió el piso a la cúpula oficial, tanto de aquí como de allá. Cuarenta años disueltos y no resueltos que el Chino Novo (artista visual que ha dejado el pellejo en los alambres en aras de construir una obra valedera) ha fijado, acaso sin pretenderlo, en nuestro imaginario; y por ende en nuestra memoria histórica para que el olvido no cale la visión de patria, visión que las más de las veces se camufla, consciente o inconscientemente, en el eufemismo. Cuarenta años es tiempo suficiente para fustigar cualquier esperanza al colmo de travestirla en resistencia. Se puede ser un cabecita de playa, un salido del carril, un contra corriente, pero el artista (Reynier Leyva Novo) sigue allí como un elegante apóstol que aguarda en su cíclica fijeza: argumento que es símbolo para una sociedad que chotea y espera sin un ápice de desespero.

Eternamente te esperaré tiene su asiento en La otra orilla (2006), acción realizada por Novo en el Escambray y que ha quedado en video. Pero Eternamente te esperaré cierra y supera, visto desde mi apreciación, un ciclo auténtico. Y no es solamente por lo proeza de la obra, si no porque hace un cumplido de tal magnitud que el público la acoje con hospitalidad, teniéndola como referente en el momento justo de aludir a íntimos desasosiegos, siendo amorosamente su cómplice, teniéndola como escudo ante la retórica que intenta subvertir la historia.

A veces pienso que el Novo se ha resignado a esta producción teniéndola como la substancia que empina las demás. (Mi aseveración no debe pasar de tal). Pero en última instancia es un placer revelar cualquier desmontaje, porque de una forma u otra siempre seremos deudores de esta Transparencia que como sentencia Luis Camnitzer, es un concepto.

Marzo, 2020.