Beatriz Gago

Yo hallaré manera de poner alas de rosa
A mi mejor pensamiento.
José Martí

En una noche de junio del año 2010, la artista cubana Tania Bruguera recorre un trayecto rutinario hacia Vigo. A su llegada, relata haber sufrido una prueba: ha tenido una experiencia mística en la cual una voz comparte con ella información sobre sucesos globales presentes y futuros —desconocidos para Bruguera— junto a unas pocas frases en las cuales se centra mucho de sabiduría acerca de los males que aquejan al mundo contemporáneo.

Dos palabras pronunciadas durante el incidentetotus tuus, harán suponer más tarde a la artista que Juan Pablo II se ha dirigido a ella.

A escasas horas de presentar su performance Touched by discipline en la exposición Corpus en el Museo Madre de Nápoles, Bruguera decide retirar su obra y leer, en cambio, un texto ante el público y la prensa en el que sintetiza el mensaje que cree haber recibido, considerando su acto como una misión, como un deber impostergable:

El que se limita a satisfacer los deseos materiales, mediante la acumulación de bienes, sin prestar atención del sufrimiento de muchos, y haciendo del hedonismo el fin de las personas y las naciones… Necesitamos elevar nuestra alma a Dios, a través de buenas acciones. La nueva epifanía de la belleza está en la ética del ser humano.

Al declarar categóricamente que no se trata de un performance y que no está ejecutando su obra personal, así como al relacionar belleza y ética, Tania sacrifica su propia creación y se ofrece —en intenso gesto humanista— como intermediaria de un llamado a la responsabilidad colectiva, redefiniendo además radicalmente la función del artista en relación con su entorno, su condición de mediador entre lo imperecedero y lo humano.

Este hecho cierra de cierta forma el ciclo de una insólita operatoria sostenida durante décadas, mediante la cual ciertas zonas del enfoque del discurso crítico de las artes plásticas contemporáneas cubanas, ha transitado desde el mensaje religioso, en un intento de aprehensión de un paradigma ético.

La vanguardia histórica había, de cierta manera iniciado este proceso de apropiación, al adjudicarse una particular búsqueda de una representación de los hechos más relevantes de la historia cristiana. En principio, se trataba solo de un ansia experimental basada en los valores formales de las obras, pero los resultados fueron en muchos casos sobresalientes. A veces me ha parecido un tanto severo el juicio de aparente silencio que los críticos atribuyen al tratamiento del tema durante los primeros años de la República. Está naciendo la Nación y durante este breve instante, que devendrá posteriormente recurrente proceso de tensiones y contingencias, se reorganiza todo un sistema de pensamiento social; una intelectualidad emerge, apasionada, asumiendo una postura ante múltiples asuntos de interés general y prioritario, pero especialmente se redefine el concepto de la identidad.

Lo que se produce entre la pintura de la Academia y la expresión vanguardista, en relación con el asunto religioso, es menos que un silencio, una transición de lenta instauración. No solo Mariano Rodríguez, Alfredo Lozano o René PortocarreroAmelia Peláez o Eberto Escobedo, sino en realidad muy pocos, entre los representantes de ese movimiento, escaparon a la seducción de apropiarse de la pintura cristiana.

Será sin embargo en la segunda mitad del siglo, justo en el momento cuando la representación religiosa es conminada a desaparecer como símbolo en el universo ideológico y cultural, cuando su relación con la obra plástica se hace, como nunca antes, más íntima y filial. Son tiempos extraordinarios y la iconografía cristiana es reformulada entonces de una manera igualmente sorprendente.

Antonia Eiriz. La anunciación

La obra más importante que simboliza el susurro de estos primeros años es La anunciación de Antonia Eiriz.

Está realizada con la impronta de un desgarrador neoexpresionismo que acompañará todo el legado de esta artista excepcional. En este lienzo sobrecogedor de más de dos metros, el arcángel ha llegado hasta una humilde costurera para musitarle al oído la profecía. Un detalle singular sitúa la escena en la modernidad y la acerca a nosotros: la costurera trabaja en una máquina de coser industrial, típico instrumento de las amas de casa cubanas de la época. La misma, al igual que la silla, están presentadas de forma realista, en contraposición con las figuras del arcángel, la mujer y toda la atmósfera que les rodea. El cuadro, considerado por muchos uno de los más importantes de la historia del arte cubano, ha despertado desde su primera exhibición apasionadas polémicas. ¿Es La anunciación de Antonia Eiriz un cuadro que porta un mensaje religioso o es la premonición de una analista que nos habla desde un plano esencialmente terrenal? De ser juzgado por sus valores estéticos o por la fidelidad en la recreación del pasaje bíblico, La anunciación está inscrita en la más pura tradición occidental y tendremos irremediablemente que enmarcarla entre las infinitas versiones que la historia recoge sobre el momento en que María tuvo la certeza de su maternidad y del advenimiento de un tiempo nuevo. Si nos aferramos, sin embargo, a la avasalladora vehemencia de la escena, al carácter colosal y quimérico del arcángel que porta la noticia, a la reacción de la depositaria del mensaje, La anunciación podría ser, en cambio, un pronunciamiento de la autora a favor de la afirmación de lo trascendente, en medio de un irrefrenable tránsito vivencial en que todas las estructuras sobre las que se asentaba la sociedad estaban siendo removidas de raíz.

Tomás Sánchez. Crucifixión

Un poco más tarde, el maestro Tomás Sánchez comienza su conmovedora serie de Crucifixiones, que aún no termina. A lo largo de toda esta producción de más de veinte años Sánchez ubicará el martirio de Jesús en la pequeña isla de Cuba. En 1974 pinta Crucifixión, en la cual Jesús está siendo martirizado ante una multitud que observa su dolor indiferente, mientras hace el amor, conversa o lo increpa con crueldad. Una mujer desnuda y pintarrajeada lo señala sonriente mientras una madre ha traído a su hijo a observar, abstraído desde su bicicleta, semejante sufrimiento. Por lo abigarrado del vestuario, por la vibración del conjunto, que remeda una escena casi carnavalesca, el grupo resulta execrable a los ojos del espectador que asiste al hecho esencial del Cristo torturado.

En su obra Crucifixión con cerca rota, realizada en 1983, de marcado carácter hiperrealista, las tres cruces con los condenados se encuentran frente a un apacible paisaje cubano situado en un plano posterior de la escena. El espacio físico ha sido transgredido, pues la barrera de la cerca que salvaguardaba la paz de este entorno fue derribada para cometer el sacrificio. Es notable en la obra no solo el virtuosismo pictórico o la sensación de universalidad y de contemporaneidad del martirio de Jesús, sino la cuidada conceptualización de la violencia y del quebrantamiento de los límites en una escena de aparente armonía.

(Continuará)

*Publicado originalmente en El Caimán Barbudo