Luis Rey Yero

Las artes visuales espirituanas siempre han estado matizadas por la presencia de la mujer. Baste señalar las cerca de una veintena de ellas para comprender tal aserto. Desde la república burguesa hasta el presente no ha faltado en nuestro ámbito la impronta femenina con mayor o menor intensidad de propuestas desde su propia óptica. Pero no es mi intensión legitimar un modo de hacer desde el llamado arte de género que si bien vindica la capacidad femenina en la creación puede provocar una especie de artificial diferencia con respecto a lo masculino. Quiero precisar con esta observación que no siempre se registra el modo de pensar y sentir la feminidad de modo explícito en las obras surgidas de las manos de la mujer. Sus temas pueden demostrar las habilidades creativas al abordar las angustias, sueños y anhelos desde la propia condición humana, aunque en otros casos resultan neutras sus propuestas a partir de la dicotomía masculino-femenino.

El despegue femenino

Durante el período anterior a 1959, Sancti Spíritus registró una inusitada participación de la mujer en la creación plástica. Entre ellas las más conspicuas fueron Amelia Peláez, Selmira Fernández-Morera, Thelvia Marín y Ana Cristina Rodríguez, quienes respondieron  a su época desde magnitudes diversas al emigrar unas para la capital del país y otras decidir establecer residencia definitiva en la localidad. Las que decidieron quedarse tomaron como modelo de creación el culto por las reglas académicas tan en boga en Sancti Spíritus durante ese período con la proliferación del retrato, los bodegones y el paisaje; las que partieron buscaron otros derroteros artísticos más cercanos a las vanguardias artísticas capitalinas. Ambos modos de hacer se complementan para ofrecer una visión más compleja de lo espirituano desde perspectivas múltiples psicosociales más allá de cualquier intento localista. Con esta óptica se puede comprender con mayor acierto cuáles fueron sus aportes sustanciales signados por el entorno que las acogió.

La figura emblemática de la creación plástica femenina espirituana es Amelia Peláez del Casal (Yaguajay, 1896-1968), quien partió de muy joven para la capital del país, matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro de La Habana, se inclinó en un inicio por el paisaje natural –muy propio de las preferencias espirituanas- bajo los influjos de su profesor Leopoldo Romañach hasta llegar a asimilar lo mejor de las vanguardias europeas e incorporar su propio modo de hacer novedoso en el ámbito cubano. Llegó a ser pintora, ceramista y dibujante luego de un dilatado período de aprendizaje en el Art Students League, de Nueva York; la Grande Chaumiere, de París; y las visitas a museos de Italia, España, Alemania, Bélgica, Holanda y Suecia. Tal deambular por el mundo le permitió conocer e identificarse con las vanguardias europeas del momento y crear bajo los influjos cubistas sus temas genuinamente cubanos saturados de frutas tropicales, columnatas y vitrales. A ella se debe el descubrimiento de la sensualidad del color y la línea tan ajustados a nuestra idiosincrasia.

Selmira Fernández-Morera Araque, (Sancti Spíritus, 1914-1978) constituye ejemplo evidente de cómo influye la familia en la forja de la personalidad artística. Hija del pintor espirituano  Oscar Fernández-Morera y del Castillo (Sancti Spíritus, 1880-1946) procedente de una familia de intelectuales, se sintió atraída desde muy joven por las artes plásticas. Entre sus cualidades creativas resalta las habilidades que desarrolló como retratista a partir del empleo del creyón o plumilla al lograr captar la psicología del rostro de la persona retratada. De ella se conservan pocas obras, algunas de las cuales atesora el Archivo Provincial de Historia de Sancti Spíritus, aunque en un lamentable estado de deterioro general.

Thelvia Marín

Thelvia Marín Mederos, (Sancti Spíritus, 1926-La Habana, 2016) se mantiene dentro de un amplio registro creativo. Se desarrolló como escultora, pintora y escritora, vertientes que abrazó en su juventud al instalarse en la capital del país donde reside. Llegó a Graduase en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro de La Habana en las especialidades de escultura (1947) y pintura (1953), manifestaciones que cultiva indistintamente. Más conocida por sus obras escultóricas tiene en su haber las figuras simbólicas instaladas en la Colina Lenin de la capital del país y los monumentos erigidos con algunas visibles desproporciones anatómicas en territorio espirituano para perpetuar la memoria de Serafín Sánchez, al frente de la sede del Partido provincial; Camilo Cienfuegos, en el museo que lleva su nombre en Yaguajay; y Faustino Pérez, en Cabaiguán. Esculturas suyas se encuentran también en Costa Rica y Ecuador. De igual interés son sus creaciones pictóricas e instalaciones con referentes sincréticos y lingüísticos que intentan expresar los componentes étnicos diversos de nuestra nacionalidad.

Ana Cristina Rodríguez Torres (Sancti Spíritus,1908-1982) constituye un ejemplo elocuente de cómo la docencia no combinada con la creación sistemática y la escasa incentivación artística puede malograr un talento como ella quien regresó a Sancti Spíritus con notas de sobresaliente conquistadas en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro de La Habana. Allí logró perfeccionar los conocimientos en el dibujo, la pintura y el modelado natural; lo cual no llegó a ejercer a su regreso al terruño, más inclinada a la enseñanza artística en distintos niveles de educación e, incluso, en su propio hogar, donde diseñó manuales sobre el aprendizaje del arte de pintar para aficionados. De ella apenas conserva su familia algunos paisajes deteriorados y pocas esculturas se mantienen emplazadas en lugares públicos, entre las que se cuentan bustos de mártires espirituanos. En su producción artística se aprecian los influjos evidentes de su profesor Leopoldo Romañach, a quien admiró e hizo buena amistad profesional. Los rasgos más sobresalientes de su quehacer pictórico descansan en la pincelada suelta, al estilo impresionista, lo que trasmite cierta ligereza en la configuración de la relación figura-fondo. Cultivó la pintura de género como el paisaje, el retrato y las naturalezas muertas, obras realizadas bajo la óptica académica aprendida en la capital.

Adela Suárez González (Sancti Spíritus, 1936) conforma el panteón de las pintoras-dibujantes espirituanas sobresalientes desde su época de estudiante en la Escuela de Artes Plásticas Leopoldo Romañach de Santa Clara donde se graduara con notas de sobresaliente en 1962. Fue profesora de la Escuela  Taller de Artes Plásticas  de Sancti  Spíritus  entre 1963 y 1968 y ha mantenido la tradición paisajística espirituana, pero desde un amplio registro lírico, en ocasiones sensual, del entorno natural caracterizado  por la voluntad de reflejar el trópico a través de las delicadas flores y  las cubanísimas palmas que estiliza, eleva, espiritualiza. Al contemplar su obra paisajística se aprecia un movimiento como de olas que se suceden una tras otra en delicado ritmo. A veces, incorpora la figura femenina dentro del follaje en una permanente simbiosis humana-vegetal.

(Continuará)