Axel Li

“El hombre que escribe versos no ha cumplido con su pueblo escribiendo los mejores versos si su conducta cívica ha sido deshonrosa (…) Bien simple es. El valor de la persona radica en el servicio entero prestado a su pueblo y al mundo, en su expresión propia (…) Como cubano ejemplo: el poeta José Martí, hombre completo, de expresión propia, en todos, fundadora y saludable”.

Samuel Feijóo (1)

Martí fue poesía y política en la encarnación verbal de Samuel. En tanto, el José Martí visual, yo todavía no sé cuál pudo ser en él. Si es que fue alguna vez. Ignoro el posible Martí dibujado o pintado por y a lo Feijóo antes, después o durante la Revolución.

Hombres puros y observadores. Inquietos. Con metas precisas. Entre José Julián y Samuel median muchas distancias. Aunque el mutuo punto común es también la palabra (escrita) y el anecdotario que sobre ellos pesa y que, incluso, existe en disímiles bibliotecas. Y en la oralidad.

Samuel fue un temprano lector de José Martí. Sus memorias así lo confirman. Samuel era un excelente y exquisito colector. Más allá de los escritos martianos de su interés que copia y memoriza, de tempranos versos que le dedica a Martí, llaman la atención además dos recortes de rostros del Maestro: bosquejos impresos que añade y superpone en los años 30 al lado de versos varios. ¿La apariencia? De palimpsesto, bitácora, registro del día a día. Eran los días de lo que Feijóo llamó el libraco de recortes (2), en el cual “pegaba los versos que recortaba de periódicos y revistas, por carecer de dinero para comprarme un ‘álbum de recorte’” (3), en el cual “pegaba los versos que recortaba de periódicos y revistas, por carecer de dinero para comprarme un ‘álbum de recorte’” (4). Su mirada eligió dos representaciones, hoy casi desconocidas o poco familiares, y las recorta a modo de bustos. Encima del Martí de perfil de su interés, hay cuatro de los versos sencillos: “Tiene el leopardo un abrigo (…)”. Versos impresos y que aísla y pega. Pero antes, en la secuencia de la narración de sus memorias, Feijóo advierte que el 19 de mayo de 1932 y el 13 de mayo de 1933, escribe para el Maestro, es decir, inspirado en él. Primero es una suerte de epístola limpia y sincera. Feijóo reproduce el facsímil y añade como pie de foto: “Ante los crímenes y robos de la tiranía de [Gerardo] Machado, mucho leía a Martí. Tras una de sus lecturas escribí esta página de poeta adolescente” (5).

Texto breve en el que resaltan tempranas variables: “Para ti maestro, para ti encarnación terrenal del idealismo tengo la más roja flor del jardín fragante de mi vida (…)”; ansía y sueña con la aprobación, de ahí el “Acéptala Maestro”… del final. Casi un año después le brota el breve poema “José Martí”:

Fuiste maestro la feraz simiente

de un triste campo donde germinaste,

y cuando al fin de tu misión llegaste

sin ver el premio a tu labor paciente

no por eso del campo te alejaste;

¡en un monte de paz te convertiste y con tu propia sangre lo regaste! (6)

Alguna que otra vez, visto desde nuestro presente, Samuel Feijóo obró con gracia y cordura en un instante o fecha de los años 40 y 50 los que, en otros individuos, son un hecho más notorio. Ya desde entonces, Feijóo existía culturalmente. Ya era. Miraba, escribía, vivía. Su sed de observador lo movía. Su necesidad creativa hacía de la escritura un depósito infinito de ideas y hechos, anécdotas y juicios. El dibujo y la pintura no quedaban fuera: eran, por supuesto, un necesario manantial, un modo de construir otros mundos con más gentes y entornos. Sus trazos eran imprecisos, bullangueros, propios, antiacadémicos. Dibujaba como quería. Pintaba como podía: mirando a su alrededor, entre originales ajenos, preguntando quizás. Estuvo cerca de ciertos modernos del arte cubano, pero su arte pictórico nacía de modo temprano con la finalidad del acumulo. Requería dibujar y pintar, pero logró ¿mejores? inserciones tempranas entre los literatos. Virgilio Piñera lo había señalado en 1945 cuando advierte: “(…) ya en esa época (va a hacer una década) Feijóo escribía versos. Figura entre los poetas de la Antología de la Poesía Cubana 1936 [sic]. Poesía cubana que pasaba en aquel entonces por una fiebre altísima de subjetivismo (…)” (7). Que sepamos, nadie se fijó en el Feijóo artista. En el sentido de contemplarlo para una exposición en La Habana, donde no residía, pero a la cual acudía por razones varias. Exponer allí, tal vez, no era todavía un atractivo. Porque, eso sí, varios –cubanos y extranjeros– sabían de los garabatos de aquel que era más que pincel. Lo supieron por varias vías. Como fue el caso de Amelia Peláez, de quien dejó dicho unos juicios (por escrito), luego de un encuentro con ella en 1947: Amelia tiene “muy buenos finos juegos lineales. Me prestó un libro del poeta Plácido. Está muy interesada en mis dibujos y cuadros” (8).

Al parecer, Feijóo se exponía mejor a través de originales suyos que eran mostrados en los intermedios de conversaciones culturales de amigos; de tempranos libros que hizo; de cartas para sus amigos, las que acompañaba con dibujos propios. Su táctica era más intimista, eterna, porque perdura(ría) a diferencia de una exposición: suceso efímero en sí. Su sueño era el papel, la edición, la imprenta, el trabajo colectivo en el que se hermanara lo tipográfico con lo visual. En tal voluntad descubrió cierto encanto. Encontró emociones. Sentido de vida. A cambio, obtuvo elogios, comentarios, por la vía de cartas: a Feijóo le gustaban. Solía guardarlas. Su instinto era el de un archivero cultural.

*Versión/variación de un texto todavía inédito: “Feijóo: huellas de Martí” (2014), presentado en la Peña del Júcaro Martiano, Camagüey, enero de 2015.

Notas:

(1) Samuel Feijóo: Segunda alcancía del artesano. Universidad Central de Las Villas, Dirección de Publicaciones, [Santa Clara], 1962, p. 169.

(2) Samuel Feijóo: “El sensible zarapico. (Autobiografía de un hombrecillo insignificantillo). Un documento social, cultural, folklórico cubano”, Signos, Santa Clara, No. 27, enero-diciembre, 1981, p. 437.

(3)  Ibídem, p. 438.

(4) Ibídem, p. 437.

(5) Ibídem, p. 425.

(6) Ibídem, p. 426.

(7) Virgilio Piñera: “Samuel Feijóo: Camarada celeste”, Orígenes, La Habana, año II, No. 5, abril, 1945, p. 50.

(8) Samuel Feijóo: El sensible zarapico. Editorial Letras Cubanas, [La Habana], 2013, p. 212.