Nelson Herrera Ysla
La Habana no fue ni es una ciudad más de Cuba: es el más importante tejido urbano y arquitectónico que existe en la Isla, gracias a lo cual ha sido reconocida universalmente. Debe tratarse con el respeto y la honestidad que merecen su historia material y espiritual, sus instituciones culturales, sociales y científicas y, sobre todo, las familias y habitantes que han contribuido a forjar su carácter y vida a lo largo de cinco siglos.
De igual modo, no es posible ignorar que la mayoría de los obreros que construyen o arman estas estructuras rurales, estos bulevares, tampoco son oriundos de la capital. Carecen, pues, de sentido de pertenencia. No la sienten como su ciudad ni tienen ninguna relación afectiva con ella: ignoran lo que ha sido, lo que es, incluso. No comprenden su formación a lo largo de decenas y cientos de años: para ellos se trata de arreglos y modificaciones, transformaciones, válidas para cualquier enclave urbano en esta Isla. No hacen diferencia alguna, no sienten su compromiso con esta expresión de la cultura de una determinada sociedad. Lo mismo que hacen en La Habana, lo pueden hacer en Guáimaro, Mantua, Mafo, Placetas, Chambas, Sibanicú, Perico, Manicaragua.
Y como puntillazo final a este drama, ya melodrama arquitectónico y urbano, estamos en presencia cautelar de otro fenómeno: el nuevo adoquinamiento de paseos públicos en ese mismo barrio de El Vedado. Pero tales adoquines no son aquellos de piedra basáltica a la usanza colonial y republicana que aún pueden verse en ciertos tramos de calles, sino de cemento y arena: de ahí que la burocracia, o alguien con mucha imaginación, haya recurrido a bautizarlos con el increíble nombre de adocretos debido a su producción material (la burocracia, sabemos, no escatima ideas cuando de palabras, frases, consignas, se trata.) Se empieza a sustituir así una parte de los reconocidos y planos paseos de la calle G (más el consiguiente cambio de diseño de los bancos y áreas verdes al final de la misma, en los 100 metros últimos cercanos al malecón y el mar) por obra y gracia de directivas…sin tomar en cuenta la conferida condición de Zona de Protección privativa de este barrio importante de la ciudad. Por mucho que se admitan las penetraciones del mar en la zona o el deterioro ambiental en cada temporada ciclónica y el inevitable del paso de los años, lo normal y transparente debe ser el arribo a conclusiones emanadas de los criterios de expertos y profesionales sobre qué hacer. Se han tomado decisiones lamentables en el rediseño de parques (la peor de todas fue en el área de entrada al desaparecido Hotel Trotcha, monumento histórico, en El Vedado), y en el de solares yermos, paradas de ómnibus, etc.
Con fortuna (y el apoyo material de la UNESCO y administrativo por parte del Gobierno Municipal y Provincial de la capital) ha comenzado un proceso de remodelación, refuncionalización y revitalización de la calle Línea en sus 3 kilómetros de longitud, gracias al empeño del Equipo Espacios, conducido por la arq. Vilma Bartolomé, para el rescate de zonas deterioradas de parques, áreas deportivas, antiguas fábricas, librerías, teatros, más áreas adyacentes, en un intento por devolverle parte del esplendor a esa vía de la modernidad habanera durante los años 50 del siglo xx). (1).
El adocreto es ahora un protagonista cimero, casi la “piedra” de toque, del descalabro urbano de ese gran paseo que representa la calle G en El Vedado, que se une al hotel de la calle 23 y K, los ranchones de madera y guano, la desaparición progresiva de La Rampa como zona cultural y comercial, el abandono de grandes áreas recreativas (Hola Ola en el malecón entre las calles 23 y 25, el llamado Castillito en malecón y 10) y la constante oscuridad que acompaña la extensa área del malecón desde la calle 23 hasta el castillo de La Chorrera (casi 3 kilómetros), entre otros.
El final de la película nadie lo puede imaginar. No creo que alguien se atreva a pronosticar, cuantificar o cualificar los cambios y transformaciones que le esperan a esta atribulada ciudad. Todas las semanas, todos los meses, aparecen señales alarmantes, y no precisamente para su mejoramiento, aunque, sin dudas, se ha hecho un esfuerzo notable por reconstruir y devolverles vida a un número considerable de viejas y nuevas edificaciones en diferentes barrios (incluidos hospitales, policlínicos, fábricas pequeñas, casas y palacetes, cafeterías, etc.) Lamentos de sus habitantes, y especialmente del gremio de profesionales de la arquitectura y el urbanismo, afloran cada día en un intento por esclarecer las raíces de tales problemas, sus posibles soluciones, y conducir cada barrio de esta ciudad hacia su mejor calidad ambiental.
La arquitectura es un asunto vital de la cultura de cualquier nación: no está de más repetirlo. No es un hecho aislado ni responde al capricho o la ingeniosidad de creadores dotados. Es la estructura física y poética que orienta y conduce al ciudadano cada día por el entramado urbano del que forma parte. La arquitectura y el urbanismo promueven un determinado orden en el espacio físico que actúa sobre la mente de las personas, conscientes o no de ello, estimula su participación real en la conducción de sus vidas e influye en su comportamiento individual y social.
La arquitectura y el urbanismo proveen al ciudadano de mejores espacios de encuentros, de placer, de ocio, de actividades físicas e intelectuales. Errores en su concepción, estructuración e implementación conducen casi siempre a un tipo de malestar, al desentendimiento, a la desidia, al rechazo… que nos conducen y fuerzan, sin apenas darnos cuenta, a no salir de casa, a enquistarnos en nuestra soledad cívica, moral. La ciudad no puede convertirse en una entidad inhóspita, una especie de ente rechazable del cual no queremos saber mucho o nada y menos aún obligarnos a sobredimensionar el ámbito de la vivienda (en el que domina desde hace más de 50 años la televisión), pues puede ser ese uno de los caminos para recrudecer el confinamiento, la soledad y la sociopatía.
La ciudad es el espacio donde desarrollamos algunas de nuestras mejores cualidades como personas, como ciudadanos, desde que los griegos la descubrieron como tal en el siglo V antes de nuestra era. Hace más de 2500 años es nuestro hábitat natural, ganado por derecho propio a través de la historia, la economía y la cultura. No es un patio, un solar yermo, un vertedero, un erial, un desagüe, un huerto, una desembocadura, un sumidero. Es ese espacio poético (parafraseando a Ricardo Porro cuando se refería a toda arquitectura) donde debemos sentirnos bien, vivir mejor, desarrollarnos a plenitud. No debe dolernos cada día, todo lo contrario, ni debemos maldecirla. Debiéramos amanecer con el ánimo presto a salir a la calle para disfrutar de aceras y árboles, de parques y paseos, de edificios hermosos, de iluminaciones agradables, de rejas, jardines, puertas y balcones y ventanas hechas a nuestra medida.
Si hiciésemos un repaso de algo más de 50 años de arquitectura y urbanismo a lo largo y ancho de La Habana: ¿de qué podríamos sentirnos orgullosos? ¿De su Centro Histórico de apenas 2 kilómetros cuadrados? ¿Y los casi otros 400? ¿qué debemos mostrar como una contribución verdadera a la formación de las nuevas generaciones y de nosotros mismos: ¿el Capitolio Nacional, el Catillo del Morro, la Plaza de la Catedral, la Fuente de la India, el Castillo de la Fuerza, El Gran Teatro Alicia Alonso, el Hotel Inglaterra? ¿qué mostrar al mundo más allá de importantes ejemplos del pasado colonial y republicano, y las aisladas y poco visitadas Escuelas Nacionales de Arte (hoy ISA), CUJAE, CENIC? ¿Cómo devolverle a la arquitectura su espacio históricamente alcanzado en la cultura desde los siglos pasados? ¿Cómo hacer para que se comprenda el rol de la arquitectura en La Habana, en nuestro país, en igualdad de condiciones que la música, la danza, la literatura, y no como mera o burda actividad constructiva e imitativa?
Menudas preguntas que ojalá no pendan en el aire por más tiempo… y en los espacios confinados de nuestras vidas. Y no nos obliguen a responder sobre La Habana como cuando preguntamos en los restaurantes por el baño: al final del pasillo, a la izquierda.
Nota:
(1) El separador de la calle Línea ha sido tapizado también con el famoso “adocreto”. (Nota de la editora).
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