Roberto Fernández Blanco + colectivo Dentro del juego
Yo digo que lo mejor de la estética es que la política que la permea permanezca totalmente invisible. (…) Lo estético no es acerca de lo político, ella -la estética- es política en sí.. La mejor manera de usar la política es cuando parece natural.
Félix González-Torres (1)
Outsiders, eso somos. Vemos el arte como goce fugaz, síntoma que se disfruta y conduce a una paradoja: nuestro arte no pretende hablar del arte, pero cuando hablamos de lo que nos preocupa, no nos preocupa más que el arte mismo.
Más allá del silogismo, nada nuevo o meritorio hay en el intento. Vivimos en un tiempo específico, en un país específico, en una ciudad específica…, pero con una cultura global y en el marco, también cultural, de un orden económico y político que cuela en todas partes l’ enchant pervers de l´ideologie. Tema que en las últimas semanas ha estado muy presente en debates sobre las artes visuales cubanas contemporáneas, pero con larga estela a un lado y otro del diferendo nacional.
Sin embargo, siendo las ideologías excluyentes entre sí, es muy extraño que desde ellas puedan converger conglomerados visuales tan distintos como los que se promueven en Gagosian, Kassel, The Rockefeller Foundation o en las todavía pretendidas bienales alternativas del tercer mundo. Lo que une esos discursos, cuando los une, no es su condición ideológica, es la de ser Arte.
Pero en lo cotidiano no se es siempre coherente con este principio. No tener una posición ideológica en arte, es solo asumir otra. Es como ser asintomático del Covid y luego ser positivo al PCR. Si la esencia artística de una obra falla de poco vale el sitio en que se le ponga o el poder taumatúrgico de aquel que la puso allí. Un urinario en una galería no es arte solo porque el artista haya tenido la ocurrencia o porque un comisario, historiador o crítico eleve a categoría de arte lo que es solo gesto magro. – 25 de arte + 75 de poder mágico. He aquí los poderes reunidos.
Lo asumamos o no, Jeff Koons, el menos sintomático de los artistas, es un monumento al consumismo contemporáneo contento consigo mismo. La celebridad inversa también suele ser un peligro. Una sinfonía de lo liso, de lo pulcro; una depilación de la negatividad se parece bastante, por contraste, a las tristes alabanzas que artistas han aceptado por caviar, palmadas en el hombro y vacaciones. Termina así el arte en arma de lucha cómoda a la nomenclatura. También con demasiada frecuencia negar lo ideológico es también mero panfleto. En cada caso más de lo mismo.
A estas alturas civilizatorias no es saludable confundir agitación política con mediación ideológica en el arte. El solapamiento de fronteras entre uno y otro aspecto explica cómo tras la derrota del osito Misha, el calculado colapso de las gemelas y la impecabilidad del último smartphone, hemos llegado al país de My little pony. En el habitus cultural de muchos artistas, críticos, curadores, coleccionistas, conservadores, investigadores -y hasta públicos- contemporáneos no hay cambio climático, ni problemas en el Medio Oriente, ni una pobreza y hambruna tan graves que millones de personas nacen y mueren sin siquiera haberse acercado a una galería. Para estos felices paisanos no son temas “buenos”, no relajan al público y, además, no venden: incomodan al 1% de la población cuyas finanzas -e intereses- mueven el 99.9% de ese circo que es el mundo del arte.
Mientras los progre doblan derecha con intermitente a la izquierda y aquella se hace fotos con donaciones al último desastre, Vladimir Putin abraza a Donald Trump y Jennifer López a Shakira. Así las cosas Kassel es ring para que pesos pesados hagan del arte estatus, la Rockefeller apoya a artistas positivos de desmemoria que obvian el pedigrí de los fondos que reciben y nadie acusa de monopolio a Gagosian –donde hacer dinero es arte– para que la Bienal de La Habana mire al norte… más que al sur.
En fin, no hay arte que se salve de sus pactos con lo ideológico y cada quien tiene el derecho a adscribirse al bando y color que a sus intereses convenga, además de expresarse de modo cívico donde y cuando estime. Sin embargo, cada vez que artistas o plomeros escuchan eso de “toda la humanidad unida en hermandad y alegría” podrían preguntarse si realmente están todos sus conciudadanos y si nadie está siendo excluido. No deberíamos olvidar que la ideología es como un cántaro que al ser llenado termina dando forma al contenido.
El asunto, al menos en lo que a arte refiere, es cómo las formas, el continente, rompen el cántaro para que el arte sobreviva. De lo contrario, cuando las simpatías extra artísticas adquieren el poder de legitimar un discurso no falta la ocasión para que este se detenga o retroceda. El resultado es entonces confuso y las discusiones se evaporan detrás de adscripciones políticas, metas partidarias, anhelos y resentimientos. Habría, en este caso, que regresar al objeto y las prácticas artísticas: el kernel del asunto.
Volvemos a la paradoja del inicio. Tras debates incontables veces retomados, hemos puesto lo ideológico que subyace o motiva nuestras obras en la criba del arte tal y como lo entendemos. Desde 2015, pero especialmente desde 2019, obras nuestras intentan apropiarse y aprovechar las matrices que operan en cada uno de nosotros convertidas en motivación artística.
Los distantes signos superpuestos en Seagate, mon amour; el agotamiento de los metarelatos en El diablo está en los detalles; la refuncionalización de lo místico en Bajo el ojo de Dios; la pérdida de finalidad -aquella teleología insular lezamiana- en Utopía; la desintegración de lo estético y marginalización del espacio público en En la brasserie de la Île de Saint Louis; la naturalización y sublimación de la violencia en Raw file o la mercantilización y estandarización de la tradición y el confort en Luna con gatos… son pivotes ideológicos que emergen o se difuminan.
Evitamos generar obras desde una técnica o tradición artística, incluso desde una temática específica. Desde la realidad que nos empuja intentamos que sea la cosmovisión artística la que nos impulse. Si en una obra prima lo ideológico y que en otra lo contemplativo responde más a tonos y a circunstancias que a necesidad intrínseca. Si además el resultado alcanza valía estética y artística no nos corresponde a nosotros señalarlo.
En los tiempos de internet, de la hiper hibridación, de la copia infinita y lúdica, de producir con la producción de otros, de ser ciudadanos del mundo… nada es solo azar desintencionado. Ser, o querer ser, el más africano o el más glamoroso de los artistas es también una decisión ideológicamente marcada. Incluso siendo buen artista no todo vale. Es aquel paradigma antiguo de que lo bello es bueno si conduce a la virtud.
Ejemplo de lo posible escasamente transitado es la obra de Félix González-Torres. Rotundamente ideológica, más que eso es evidencia tierna en la que ser migrante, latino, amar a otro hombre y estar enfermo de sida es un universo superior al de todas las especificidades del artista. Recorrer su obra sugiere lo fútil del arte que solo del arte se interesa. No fueron esos sus rumbos. De ahí su soledad, la del corredor de fondo que sabe que es para unos caballo de apuestas, para otros bandera, pero solo de él es el carril porque él mismo es la meta.
Comprometido con todo lo que creyó necesario y justo es, quizás por eso, un desconocido fundamental. Sin aspavientos ni alharaca fue un contundente artista político, pero es difícil acordarse de eso. Nos ganan la memoria sus vallas públicas e íntimas, caramelos agónicos, sus cósmicos relojes.
Un arte que no humanice a quienes le producen, promueven, estudian, comercian y consumen mutará en ademán, mutando a su vez quienes le utilizan. Ese, creemos, es el límite posible al siempre escabroso tópico de arte e ideología. En lo que a nosotros respecta no nos interesa eludirlo, sabemos de ese pecado original que nos acompaña. Siendo grupo nos une lo distinto. Aprovechamos que nuestro trabajo converja desde modos y visiones distintas. Pero nos preocupa intentar que cada obra se sostenga a sí misma no a pesar, sino gracias a los diversos matices que acarrea cada una. Por eso lo del goce y lo del síntoma.
Santa Clara, agosto 28 de 2020
Nota
(1) Cita tomada de Félix González-Torres como el que altera la gramática. La presencia del sujeto omitido. Elvia Rosa Castro, www. elsrcorchea.com.
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