Unas notas sobre la obra de Manuel Mendive
En medio de un proceso encubierto de “blanquificación de la cultura cubana” oculto tras la desjerarquización proletaria-campesina del proceso histórico cubano post-Revolución, el que Mendive volviese a sus orígenes se manifiesta en el tiempo como un gesto de valentía, sin que de este propio proceso se hable mucho. Primero, desde el punto de vista histórico este fue un fenómeno que no pudo controlarse demasiado tiempo porque traicionaba la naturaleza sincrética de fundación de la identidad nacional….
Omar-Pascual Castillo
Babba eh
Babba soroso
Iku Lobbi Osha, el muerto parió al Orisha… por el camino de la muerte la deidad se manifiesta, de la muerte nace la deidad, debería de ser su traducción más literaria, su traducción más reflexiva o tal vez filosofante, su traducción más occidental, tal vez “la más blanca”; sólo ante Occidente debería de comprenderse la base de una mitología milenaria sobre la que se han erigido los cultos de los Credos Yorubas, de un lado y otro del Atlántico, así en esta literaturalidad. Pero, pensándolo bien, “traducir [nunca] es trans-pensar”, como planteaba que debería ser el ejercicio de la traducción nuestro apóstol nacional José Martí; traducir es -lo que dicen los romanos traicionar; pues casi siempre se traiciona cuando se traduce ya que se desvela un secreto de la lengua oculta al interlocutor.
En las culturas tribalistas o primalistas, donde los cultos animistas-chamánicos aún se practican, se le otorga una importancia fundamental y prioritaria al “poder la lengua”, pues en la lengua, en lo que se dice, está gran parte del poder de la ritualidad, en el rezo, está gran parte de la magia; un poder que además se hereda gracias a la trasmisión oral con lo cual, lo dicho -y no lo escrito- toma todavía mayor relevancia.
En otro sentido, las tradiciones africanistas en el Arte Cubano de los últimos cien años han marcado un sentido rítmico que identifica nuestro acervo cultural como la búsqueda cíclica de una identidad perdida en la diáspora trasatlántica; como si en esa cadencia musical nos fuera la vida. Como si en la idea de traducirnos en cierta musicalidad nos fuese la vida llevamos más de un siglo, tras la liberación Post-Colonial de la Guerra de Independencia, a la caza de nuestro espíritu más unitivo, aquel que nos define trasatlánticos, hijos de la marea.
La obra del maestro Manuel Mendive, pintor, escultor, instalador, performance artist, grabador y dibujante hace que su vida transcurra entre los decibeles de esa oscilación musical africana que signa nuestra identidad nacional, de manera natural, ya que su naturalidad ocurre en el hecho mismo de que Mendive -primero que todo- es descendiente directo de africanos traídos a la Isla por la colonialista “trata negrera”, y -en segundo lugar- por su fe afroamericana en los credos sincréticos de la religión yoruba, en la Regla de Osha (1). O sea: él es un babalocha, léase un hombre coronado con la gracia de un Orisha.

Continuador del camino abierto por la Vanguardia Histórica Cubana con figuras como Agustín Cárdenas, René Portocarrero, Roberto Diago y Wifredo Lam a la cabeza; Mendive -desde muy temprano en su obra- abre una brecha de investigación narrativa en los saberes populares de los cultos sincréticos yorubas, enraizados actualmente en las Antillas Caribeñas, yendo más allá de la mera literaturalidad de lo fenoménico; él ahonda en la descripción de lo mitológico en un aspecto más estructural, más de raíz, más de fondo.
Desde inicios de su carrera, por allá por la década de los sesenta, Manuel Mendive se aproxima al Arte como sistema desde el cual puede volver a idealizar, cosificar, imaginar las mitologías africanas de los patakines (pequeñas historias mitológicas yorubas) que integran los misterios cotidianos de la existencia insular, desde donde vuelve a reencontrarse con los eggunes (espíritus) y los orishas (deidades) que rigen su vida; pero esto lo hace desde la verdad ferviente del creyente. Sólo que a diferencia de muchos de los maestros modernos nombrados, Mendive es el primer artista cubano que se adentra en la problemática de la representación de la mitología yoruba desde dentro, desde la fe, no desde la mera representación.
En medio de un proceso encubierto de “blanquificación de la cultura cubana” oculto tras la desjerarquización proletaria-campesina del proceso histórico cubano post-Revolución, el que Mendive volviese a sus orígenes se manifiesta en el tiempo como un gesto de valentía, sin que de este propio proceso se hable mucho. Primero, desde el punto de vista histórico este fue un fenómeno que no pudo controlarse demasiado tiempo porque traicionaba la naturaleza sincrética de fundación de la identidad nacional y, a cuentas reales, de la propia desjerarquización antiburguesa del proceso masificador de las clases sociales cubanas y su autoreconocimiento como nación post-colonial; y segundo, porque el gesto de Mendive se consideró un gesto de abanderamiento de las raíces africanas o afrotrasatlánticas de los estratos sociales más bajos, donde la negritud y su herencia cultural se hizo tácita.
Un devenir que fue calando en profundidad, tras la fundación del Grupo Antillana, el Conjunto Folclórico Nacional, la Cátedra Fernando Ortiz en la Universidad de La Habana, y que en el caso de Mendive, puede que haya sido el privilegio de su temprano depauperado proceso de salud, tras su accidente juvenil, lo que le salvó de todo tipo de segregación ante la masa blanca atea de las jerarquías políticas cubanas, porque Mendive simulaba cierta noción inofensiva, en apariencias, tranquilizadora, esperanzadora, y ecuménica con las tradiciones populares y los afanes populistas del propio proceso político.

Pero de esta coyuntura extrañamente favorable para él, el discurso crítico cubano nunca se pronuncia; como si su fe fuese aquel puntal que lo salvase de todo, incluso, de la censura.
Una vida escrita en clave de fe, en la fe del poder sanador del Arte y el ritualístico poder higiénico -espiritualmente hablando- de la creencia en un Dios comprensivo, un Dios tolerante que dialoga con el humano, un Dios que se desmiembra en y de su totalidad, y se hace espíritu, agua, montaña, monte, árbol, flor, fruta, semilla.
Su obra así, sobre todo la dibujística y pictórica, se caracteriza por la magistralidad de un dicotómico trazo esfumado y rústico, ligero y estancado, veloz y detallista, minucioso y espontáneo; una naturaleza estética que conecta su producción con la tendencia figurativa neo expresionista de artistas postmodernos como Mimmo Paladino o Buphen Khakhar, ambos, mitologizadores de sus vidas cotidianas, a estados de sacralización insospechada. Mucho más cerca de un Brut y/o Raw Art -por su sinceridad desenajenada de los modismos- que de un arte pretenciosamente Avant Garde; cosa que no distancia a Mendive del postulado más vanguardista de la Vanguardia en sí: Acercar el Arte a la vida, la promesa de Duchamp y Beuys.
En cambio, se aproxima más a Beuys que a Duchamp pues su utopía artística estriba mucho más en la “auratización de lo sagrado, más que en sacralización de lo cotidiano”; Mendive ve, palpa, recrea y vive lo sagrado en todas las cosas, porque Oloddumare y Oloffi allí están, siendo parte de ellas, siendo partes del aire que respiramos, o de las moléculas y partículas que las integran y nos dan esta forma humana que hoy tenemos.
Maestro del Arte Cubano Actual que re-abrió el camino de los “estudios culturales” en una Cuba anquilosada en el discurso ideológico del marxismo más beligerante, y que fue y es inspiración de algunos de los creadores más importantes de los ochenta-noventa de dentro y fuera de la Isla; así como en el contexto caribeño e internacional.

El modo en el que Mendive enfoca el relato de su obra, permitió legitimar una línea de investigación actoral en torno al tema afrotrasatlántico más allá de lo folclórico como búsqueda antropológica. Más allá de la etnografía, profundizando en el acervo cultural de la oralidad mitológica yoruba, y sus procesos de sincretización y mixtura con los cultos católicos; ya que no se limitó a copiar superficialmente referencias, sino que intentó desde sus comienzo aunar conocimientos ancestrales que hicieran prevalecer la estructura mitológica que sustentaba estos credos.
Situación histórica que le otorga un papel pionero en la investigación antropológica desde el Arte en Cuba.
Un camino que primeramente se enfrenta ante dos tendencias anteriores a su reconocimiento nacional, primero la Abstracta Concreta, de evidente filiación americana, post-pictórica, como le llamara Greenberg, y que en Cuba tuvo sus máximos exponentes en el Grupo de los Once, y cierta tendencia neo-realista aupada por el realismo socialista oficial post-comunista desde una política gubernamental que sobrepasa los límites de nuestra isla, sino también venían o eran el resultado de una referencia colonialista extranjera, en este caso, desde el nuevo imperialismo aplicado en el apoyo adoctrinante del comunismo internacional con la Unión Soviética al mando. Negación de Mendive de estos extranjerismos, que en su “esencialismo” le salvó de caer en las redes de la facilidad copiadora de paradigmas impuestos, sino lo hizo buscar en caminos propios.
Un camino que además vino a tono con los procesos de internacionalización del Arte Cubano devenidos producto de la institucionalización de nuestras redes sociales en la rama de la Cultura; la fundación del Ministerio de Cultura, la Escuela Nacional de Arte, el Instituto Superior de Arte, el Centro Wifredo Lam y la Bienal de La Habana, igualmente posibilitaron visibilizar una producción que nada tenía que envidiarle a la obra de creadores como Frédéric Bruly Bouabré, Ben Okri, Jimmie Durham, Esther Mahlangu, Jack Beng-Thi, Salomon Belachew, El Anatsui, Tokoudagba Cyprien, Abdulayé Konaté, Felix de Rooy, Barthélémy Toguo, Mario Cravo Neto, con quienes dialoga desde la inmaterialidad discursiva de sus relatos, todos ellos, relatadores de una mitología personal, traspasada por el filtro de la fe en el espíritu todavía aurático, literalmente del arte, más allá de dogmas interpretativos que suscriben estas visualizaciones a una especie de surrealismo mágico, aceptándolos como una especie de “realismo de los espíritus”, todavía cosificable, materializable (podríamos decir) como fetiche-arte, o el ya nombrado Buphen Khakhar, con quien Mendive comparte su afición por los embelesamientos de las transparencias, el colorido subtropical y el erotismo más descarnado.

Artistas que como Mendive entraron a jugar un papel prioritario en la democratización del canon contemporáneo del Arte tras la dinamización de un nuevo canon no occidentalizado, posiblemente igualmente influenciado por el avance de nuevos espacios de legitimación dialógica de los circuitos del sistema del arte, con el flujo de bienalizaciones internacionales, donde las periferias tomaron su revancha; y territorios artísticos como el brasileño, el cubano caribeño, y el africano (2), dieron al traste -con voz propia- con el monolítico status quo de un arte anquilosado en la cartesiana ultra-razón de Occidente, en un universo globalizado, desjerarquizado.
Trashumante fiel de la “ruta de Olorum” (el Dios -yoruba- del Sol) traído desde África a las Antillas, pasando por las Islas Canarias, y desembocando en la América Afrotrasatlántica, un transcriptor fiel de la no capacidad representacional de un Eggun (un espíritu), más allá de su sfumatto inatrapable; creador de una poética de la atmósfera que nos recuerda el misterio de lo intangible, el misterio de lo desconocido en lo que Mendive nos alfabetiza, como dijera José Bedia -y lo parafraseo- cuando de Mendive le pregunté, recuerdo sus palabras… “Él nos abrió la puerta a poder hablar de nuestra herencia negra, o mestiza desde la contemporaneidad, desde un Arte actual”.
Una metafórica puerta abierta para creadores como el propio Bedia, Juan Francisco Elso Padilla, Ricardo Brey, Marta María Pérez Bravo, Santiago Rodríguez Olazábal, Belkis Ayón, o las obras tempranas de Luis Gómez y Juan Carlos Alom (3).
Un arte que no era arcaico, ni devaluado por populachero, kitsch, vernacular, sino… también, exquisito, elegante y de una cadencia carnavalesca embriagadora, como si adoptara como suyas las enseñanzas de José Lezama Lima y su visión de “La expresión americana”, o las de Severo Sarduy y sus visiones del “Neo-Barroco”. Como si heredara, Mendive, de ambos, “el afán mitologizador, transustanciador de la capacidad poética”, como dijera Lezama, y “el hálito carnal, ultrasensorial, paranormal de lo real”, del que hablase Sarduy.
En este sentido, quiero pensar que la mayor virtud del amplísimo arte de Manuel Mendive es su “transcripción simbólica”, o sea, su capacidad de traducirnos en imágenes hasta crear un imaginario -y no una imaginería- el legado yoruba, el acervo cultural que en la fe yoruba habita; tal vez, como si Mendive respondiese al ideal utópico martiano de trans-pensar en la traducción de los conocimientos que posee y de los que es devoto practicante, para arribar así a un mejor conocimiento definitorio de nosotros mismos, de nuestra africanidad y nuestra atlanticidad, quizás; sin traicionarse, sin traicionar ese legado.
Porque posiblemente él sabe lo que dice Ifá en su refranero yoruba en aquel designio que marca cuando augura que… “No hay nada más bonito que un día tras el otro”, o lo que en refranero popular occidental se traduce como “El tiempo pone a cada cual en su lugar”.
A lo que añadiríamos… Y corona a todo Meyi -Rey de Reyes, como lo es Manuel Mendive- con su mejor corona. La corona de la justicia siempre magistral del tiempo.
Ashé.
*Fragmentos de este texto en su versión inicial se publicaron en el catálogo de una muestra personal de Manuel Mendive en el espacio Estudio Atpizar, de La Laguna, Tenerife, España. Invierno de 2011.
Notas:
(1) Cultos conocidos vulgarmente como “La Santería”, error descriptivo popularizado a nivel nominal dado el proceso de aculturación y ocultamiento religioso de los Orishas tras la Religión e Iconográfica Católica; credos que entre los estudios antropológicos se denominan: “Afrotrasatlánticos”; ya que en muchos casos se han “creolizado y/o sincretizados” algunos cultos originarios dando nacimiento a un híbrido mestizo de prácticas religiosas, donde se mezclan lo yoruba, lo araná, lo abaccuá, y lo kikongo; entre otros.
(2) En concreto, pienso en las bienales de Sao Paolo, La Habana, Dakar, Johannesburgo y Benin; a lo que había que sumar el importantísimo papel de figuras del pensamiento y la crítica, o el trabajo artístico conceptual y/o curatorial del arte como Roberto Farris Thopmson, Henry J. Drewl, Remo Guidieri, Ery Camara, Salah Hassan, Rashid Diab, Omi Baba, Pat Ward Williams, Antonio y Octavio Zaya, Okwui Enwezor, Hasam El Baroni o Elvira Dyangani Ose, y al desarrollo de los interdisciplinares Estudios Culturales y las teorías post-coloniales.
(3) Un grupo que algunos críticos, curadores o estudios del arte cubano definen como la “corriente antropológica” del Nuevo Arte Cubano.
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