Luis Rey Yero

Bajo este título he tratado de acercarme a una expresión artística que hasta su denominación resulta difícil de aprehender. Partiré entonces de algunos presupuestos conceptuales para adentrarme en la particularidad espirituana.

De inicio hay que reconocer que mientras en otros lenguajes estéticos hay un solo término para identificar una tendencia artística determinada, en el caso que nos ocupa podemos hablar de arte naif, ingenuo, primitivo, popular y hasta empíricos sin llegar a satisfacernos del todo tales denominaciones. Descubrimos entonces que la aparente sencillez creativa de los seguidores de esta tendencia tiene tantas aristas que se dificulta un justo e integral  calificativo.

 La otra cuestión estriba en que si estamos en presencia de creaciones que resultan especiales por su morfología o por su temática específica lo cual también se hace mucho más complejo de ir a la raíz del problema. Porque sucede que hay quienes manipulan los códigos de este modo de hacer, pero sin llegar a imprimirle la sustancia necesaria para considerarlo dentro de esta tendencia.

Por otro lado estimo que el verdadero arte naif, ingenuo, primitivo, popular, empírico o cualesquiera otra denominación conocida ha servido para deslindar el arte atemporal dominado por lo intuitivo y espontáneo de quienes lo cultivan de aquel otro que ha registrado la historia del arte universal en su permanente proceso evolutivo. A tal punto que no se puede hacer referencia de un arte de vanguardia en esta esfera de creación porque el concepto de cambio resulta inexistente. Son dos modos de hacer paralelos en el tiempo.

Benito Ortiz

 Desde el punto de vista morfológico por lo general se trata de artistas que se aproximan al mundo del infante, sin serlo, ignorando toda referencia profesional, porque se vive a través de fabulaciones íntimas, al margen de la lógica racionalista. Diríase que conforman un grupo sui géneris que modelan su propio estilo personal bajo referentes que lo definen, tales como el uso generalizado de los colores cálidos, cierta tendencia al horror vacui que deriva en acumulación barroca, la preponderancia por la línea y un inusitado tratamiento de la figura humana o animal que linda con la deformación o la línea estilizada. En definitiva se está en presencia de un estado mental especial imbuido por la candidez y  el lirismo ingrávido. Estos dos componentes a mi entender resultan esencial para acercarnos, al menos, a la producción artística espirituana.

 En fin, podemos definir esta tendencia artística –según el decir de la Wikipedia- por la graciosa falta de conocimientos técnicos y teóricos: en algunos casos suele faltar un sistema de perspectiva o una línea de fuga así como un ajustado criterio de las proporciones o un elaborado trabajo cromático por lo que podríamos decir que los autores pintan lo que ellos desean o les parece más adecuado sin atenerse a ninguna norma. En este sentido lo naíf puede estar dado por dos motivos distintos aunque no excluyentes: en primer lugar una ignorancia respecto a las técnicas y teorías para realizar obras de arte y en segundo lugar, por una búsqueda (consciente o no) de formas de expresión que evocan a la infancia y en tal caso la sencillez aparente es un elaborado esfuerzo de evocaciones. En el segundo de los casos para que el naïf sea auténtico la intención  ha de ser precisamente expresar formalmente lo que evoque a una infancia supuestamente ingenua.

Hasta aquí mis divagaciones conceptuales.

El Monje

 Ahora haré referencia al arte producido por más de una docena de artistas espirituanos procedentes de las localidades de Sancti Spíritus, Trinidad y Fomento.  Son creadores de distintas generaciones, algunos ya fallecidos, quienes han venido alimentando nuestro acervo tan rico en propuestas plásticas de diversas tendencias y presupuestos estéticos.

 Se podrá apreciar que existe un abanico de posibilidades expresivas que abarca desde el paisaje urbano o rural, la incorporación del imaginario popular, los cultos religiosos, las tradiciones y la identificación con al entorno inmediato visto desde las técnicas que brinda la pintura, el dibujo, el relieve en madera, la cerámica, la fibra vegetal y otros modos de hacer. Se trata de un conjunto que revela la exquisita sensibilidad artística de sus cultores.

Los padres fundadores de esta tendencia en nuestro territorio fueron el trinitario Benito Ortiz y el espirituano Juan Rodríguez Paz (El Monje), quienes con poéticas muy particulares resultaron ser los precursores en la introducción de nuevos lenguajes contrarios al academicismo imperante en Sancti Spíritus. Aún en la década de 1960 se sentían los influjos de los paisajistas Oscar Fernández Morera y Mariano Tobeñas. Ellos, a pesar de su fallecimiento, mantenían los paradigmas estéticos de un modo de hacer superado por las nuevas corrientes artísticas entronizadas en nuestro país desde la década de 1920 con las vanguardias artísticas capitalinas.

Erasmo Rameau

Fue una época decisiva en el arte espirituano al producirse cambios en los procesos de creación. Definitivamente la década de los 60 resultó crucial en nuestro entorno cultural. Desaparecía el Círculo de Bellas Artes fundado en 1942 con su impronta academicista y se fundaba el Taller Libre de Artes Plásticas. De igual modo en esos años iníciales se sintió la presencia de dos importantes artistas de la plástica espirituana radicados en el extranjero desde 1962: Raimundo Martín, residente en Estados Unidos, y Maximiliano González, residente en España.  A ambos los considero como los iniciadores del arte moderno en nuestra localidad  al introducir la abstracción, el cubismo y el surrealismo. Los dos fueron incomprendidos por artistas y público fieles seguidores de las enseñanzas de Fernández Morera y Tobeñas. Su emigración no resultó extraña para una comunidad hostil al arte moderno.

 En este contexto aparecen Benito Ortiz y El Monje, quienes logran ser legitimados cuando son invitados al Salón 70 junto con figuras importantes de la plástica cubana. La crítica de la época los reconocería desde entonces a ambos como auténticos representantes del arte ingenuo del país con estilos muy personales de pintar. Posteriormente los dos ganan el derecho de ser miembros fundadores del Comité Provincial de la UNEAC en Sancti Spiritus.

A Benito Ortiz Borrell, se le puede ubicar dentro de lo que yo llamo realismo ingenuo, donde prima sus obsesiones con el entorno urbano trinitario desde una opción más cercana a la realidad contextual. Sus obras parecen como retablos escenográficos al aparecer  sólo fachadas de los otroras palacetes coloniales, lo cual se explica porque él durante años recorría las calles empedradas como cartero.

Con respecto a Juan Rodríguez Paz (El Monje) podría hablarse de la introducción de una nueva vertiente: la monstruosista, donde prima el horror vacui y la imaginación desbordante saturada de cierto expresionismo  con su panteón de figuras míticas tomadas del imaginario popular cubano y universal de modo que uno de sus rasgos sui géneris radica en el protagonismo que le otorga a las figuras monstruosas. En él lo contextual apenas se insinúa a través de algún que otro elemento compositivo o cuando estiliza el ambiente rural que conoció desde niño.

Abel Pérez

En la década de 1980 el arte popular espirituano se enriquece con la aparición de nuevos exponentes: Eduardo Cornelio Benítez, Elio Vilva Trujillo, William Saroza Miranda y Abel Pérez Mainegra.

Eduardo Cornelio

Eduardo Cornelio Benítez se define por los paisajes rurales cargados de historias, costumbres  y leyendas campesinas. Sus obras sintetizan la vida rural con gracia y una inusitada estilización de las figuras y los típicos bohíos que manifiestan el interés por captar la esencia de los campos cubanos. Hace un uso inusitado de los  colores cálidos y las composiciones espaciales que expresan la acción de los personajes apenas bocetados.

Elio Vilva

Elio Vilva Trujillo se apropia de la cosmogonía de los cultos sincréticos afrocubanos hibridizados con otros cultos exotéricos. Con pleno dominio del panteón yoruba legitimado por su condición de santero, Vilva nos ofrece un prontuario de orishas identificados por sus colores y atributos que los identifican desde una óptica barroquizante, de horror vacui, donde prima la  imaginería popular. Pese a esa compleja armazón de figuras, líneas y colores, el artista siempre logra un equilibrio compositivo que se ofrece a través de la planimetría y la fragmentación armónica de los personajes que recrea. 

William Saroza

 William Saroza Miranda, tan dado a composiciones modeladas mediante la línea escueta y precisa que narra tradiciones trinitarias al beber de las fuentes de la oralidad popular. Este artista ha logrado con inusitada voluntad de estilo crear un mundo muy personal cargado de ingenuos paisajes regodeándose en la figura humana que cubre con bien elaborados ropajes y presentándolos de frente con el orgullo del bien vestir. Saroza no sólo crea a través de la plumilla sobre la cartulina sino también utiliza diferentes soportes como la cerámica, el tejido de yarey de los sombreros y el collage.

 Abel Pérez Mainegra, quien puede tener lejanos puntos de contacto con  Benito Ortiz, mantiene sus propios rasgos estilísticos gracias a la incorporación de conjuntos humanos muy bocetados dentro de un contexto urbano o rural trinitarios primigenios. Sus soluciones espaciales resultan muy cercanos a la visión infantil donde hay una ausencia total de las leyes de la perspectiva.

 De igual modo se desarrolla en este período de los 80  Erasmo Rameau Díaz, quien se dedicó a experimentar con la cerámica y la pintura. Su procedimiento de recubrir las ánforas de barro con fragmentos de lozas extraídos de basureros arqueológicos le dieron popularidad y más de un premio en ferias de arte popular. También logró introducir en la pintura interesantes apropiaciones como Las meninas, de Velázquez, obra que le dio derecho a participar en un Salón Nacional de Premiados.

Caracusey

En los 90 del pasado siglo comienza a dar sus primeros pasos Armando Portieles (Caracusey), quien ha logrado sintetizar con gracejo criollo la campiña cubana con escenas cotidianas donde hombres y entorno rural se ofrecen en panorámica general para resalar sus virtudes y defectos. Caracusey tiene un sentido innato para la distribución del color y los elementos figurativos que pueblan sus lienzos donde incluso fusiona la figura humana con la naturaleza.

En Fomento surge a inicio del presente siglo un artista popular que emplea técnicas novedosas para el ámbito espirituano. Hago referencia a Armanel Vera, quien elabora cuadros de madera tallados en bajo relieves que recrean ambientes campesinos y de su ciudad natal. Pero Vera va más allá del soporte bidimensional y esculpe máscaras, figuras tridimensionales y taburetes con su imaginería popular. Uno de los rasgos predominantes en él es el gusto por las figuras deformes, de tintes expresionistas que, en ocasiones, subraya al incorporar a sus composiciones elementos ferrosos como chatarras, tuercas y tornillos.

También de este período es  Luis Valdés Farfán, quien logra con inusitada gracia aprovechar elementos ferrosos para modelar esculturas de fina factura. Por lo general se dedica a recrear animales que les llama la atención por las posibilidades que ofrecen sus cuerpos como un sapo, un mosquito, un perro y un torete los cuales construye con piezas desechadas o viejas herramientas. Este artista ha logrado obtener varios premios en los salones territoriales de arte popular de Santa Clara.

Entre las mujeres que se destacan dentro del mundo del arte ingenuo con sus personalísimos estilos se encuentran Benita Martín Hernández, Margarita Porcegués Díaz, Aurelia Pentón Díaz y Teresa Borges.

Benita Martín

Benita Martín Hernández, ha sido la única mujer en Cuba que logró humanizar la fibra del estropajo con sus figuras humanas y animales de grácil estructura. Sus obras realizadas a pequeña escala se definen por la perfecta armonía de sus proporciones lo que le granjeó la admiración del público cubano y extranjero. De procedencia campesina, logró darle autenticidad a las gentes humildes al dotarlos de una expresividad inimitable.

Margarita Porcegués

Margarita Porcegués, quien incorporó sus experiencias como doméstica al servicio de familias pudientes en el capitalismo se caracterizó por plasmar espacios interiores o exteriores de casas espirituanas y segmentos de paisajes urbanos en los que prima la evocación colonial. Por lo general, las figuras humanas recreadas pertenecieron a las clases humildes de donde ella misma procedía.

Llella

Aurelia Pentón (Llella), tan propensa a sintetizar elementos cotidianos del entorno espirituano con sus personajes en estado de levitación y primorosa estilización. Llella posee el don de ofrecernos un ambiente de puro lirismo compositivo al incorporar personajes de ingenua belleza.

Teresa Borges, a su vez, no olvida su infancia rodeada de la naturaleza que tanto representa para ella en su condición de campesina. Ella crea bajo el signo de la visión infantil con elementos simplificados dándole una significativa sencillez expresiva a cada personaje femenino que trae al mundo.

Teresa Borges

 Para cerrar este catauro de pintores naif haré referencia a dos artistas que sin ser auténticos artistas ingenuos manipulan sus códigos. Son ellos Alicia Leal y Guillermo Duffay, graduados en escuelas de arte. Ella en San Alejandro y él en la clausurada Escuela de Artes Plásticas de Trinidad. En ambos predominan los elementos compositivos del verdadero naif. Cierto encanto hacia lo narrativo, figuras estilizadas, ambientes que develan el candor de la obra. Con estos dos espirituanos se aprecia la abundante producción de quienes crean para establecer mundos inefables, de grácil atmósferas ante una realidad cada vez más inquietante.

*  Este texto forma parte del libro del autor Arte adentro,  en imprenta hace dos años.