Luis Rey Yero
En el centro del país existe una provincia, Sancti Spíritus, que tiene el raro privilegio de contar con dos de las primeras villas fundadas en 1514 por los españoles: Sancti Spíritus y Trinidad. Por esa condición primigenia de cercanía con la metrópoli, los artistas locales mantuvieron sus paradigmas ideo estéticos cercanos a la España más tradicionalista. Tales vínculos de subordinación ideológica hicieron que ambas ciudades abrazaran desde el siglo XIX y gran parte del XX la pintura de género y, en particular, el paisajismo urbano y rural bajo la impronta academicista.
Los precursores
A partir de mediados del siglo XX se producen en Sancti Spíritus algunas esporas heréticas antinaturalistas y de centrada vocación abstracta. De modo que en convivencia con el legado dejado por los paisajistas Oscar Fernández Morera (1881-1946) y Mariano Tobeñas Mirabent (1882-1952) surgen los primeros pintores espirituanos que rompieron con toda referencia al natural academicista: Maximiliano González Olazábal (1926) y Raimundo Martín Valdés (1935).
El fugaz transitar de ellos por los anales de las artes plásticas de la localidad apenas dejaron frutos. Desde la década de 1960 radican los dos en el extranjero y aún ejercen la profesión de creadores vinculados a la abstracción.
A pesar de su escaso contacto con la localidad, Maximiliano González Olazábal puede considerársele uno de los iniciadores del arte moderno en Sancti Spíritus. Gracias a sus experiencias directas en México, España y Francia, países donde se vinculó con Diego Rivera, Pablo Picasso, Wifredo Lam, Antonio Saura y otros artistas europeos de vanguardia llegó un buen día a Sancti Spíritus a inicios de la década del 60 con una visión más actualizada del arte. Su obra se perfila dentro de la abstracción aunque en ocasiones lo fusiona con elementos propios del lenguaje figurativo con cierta tendencia al imaginario simbólico. En algunas otras de sus obras de la década de 1960 se aprecia igualmente cierta tendencia a la abstracción biomórfica bajo los influjos iniciales de Lam.

Raimundo Martín Valdés igualmente se encuentra entre los renovadores de las artes plásticas espirituanas al beber de las fuentes del cubismo y adentrarse en la abstracción geométrica desde la década de 1960 cuando aún se cultivaba el paisajismo por la mayoría de los pintores espirituanos.
Otro espirituano ilustre, Fayad Jamís Bernal (1930-1988),quien se instaló muy joven en La Habana y de allí emigró hacia París, dejó en Sancti Spíritus escasas obras naturalistas las cuales negaría años después cuando desarrolló su caudal de pintura abstracta que le permitiría integrarse al grupo Los Once. De él se puede afirmar que aprovechó las experiencias de los cultores del informalismo para ir desde la abstracción lírica, el tachismo, la caligrafía y cierta tendencia a la pintura gestual sugerida a través de las manchas dejadas por los gruesos brochazos dejados sobre la tela.
De modo que Maximiliano González, Raimundo Martín y Fayad Jamís serían las referencias más inmediatas y tardías de esa tendencia en suelo espirituano, que -como se conoce- arrancaría en la década de 1950 en la capital del país con el protagonismo que logra alcanzar el grupo Los Once y posteriormente los Diez artistas concretos, apenas legitimados e ignorados por la comunidad intelectual de las dos villas fundadoras de Trinidad y Sancti Spíritus.
Los continuadores
Al triunfo de la revolución, pocos artistas del territorio decidieron abrazar la abstracción. Uno de los ejemplos más elocuentes, pero también fuera del contexto espirituano es Gustavo Pérez Monzón (1956), quien una vez graduado en la Escuela Nacional de Arte (ENA) (1976) cultivó en la capital del país fórmulas eficaces del conceptualismo, la abstracción geométrica y el expresionismo abstracto. Estuvo entre los artistas de la plástica cubana de los 80 del pasado siglo con mayores posibilidades expresivas por la originalidad de sus propuestas donde intentó aunar el arte con las ciencias exactas, en particular la lógica de los algoritmos matemáticos. Fue uno de los integrantes de la histórica muestra Volumen I y llegó a conquistar el tercer premio en el Salón Nacional Juvenil de Artes Plásticas de 1980. Pérez Monzón reside en México desde la década de 1980, donde labora como director de área de artes visuales en el Centro Morelense de las Artes.

Y dentro de este panorama de orfandad abstracta viene a la palestra pública Luis García Hourruitiner (1953), pintor que en solitario, por los años de 1970, decidió cierto día echar anclas en territorio espirituano en pleno quinquenio gris, negadora de toda abstracción pictórica, y se acogió a esta tendencia satanizada en la capital del país y en un ámbito local eminentemente paisajístico.

La decisión sería tomada luego de abandonar la pintura de referencias realistas y haber regresado a la provincia. Él combina desde entonces el chorreado de Pollock, ciertos rasgos gestuales, el collage que deviene en pintura matérica, la frotación de la tela y el empleo de la espátula y el rodillo para buscar determinados efectos visuales.
Otro que se uniría a esta voluntad abstraccionista, aunque en ocasiones combinándola con elementos tomados de la figuración, es Mario Félix Bernal Echemendía (1951), quien elabora sus entornos imaginarios a partir de suaves transparencias que cubre como velos enigmáticos las referencias paisajísticas. De esa época resalta la figura de Remberto Lamadrid Bernal (1939) con sus estilizadas formas vegetales ingrávidas. Él se encuentra en un punto intermedio entre la pintura naif y la abstracción biomorfa de particular efecto visual con sus propuestas de permanente metamorfosis.

Y entre los artistas que demuestran significativo dominio de la línea, la composición y el color en nuestro territorio se ubica Armando Lumpuy Alonso (1958), quien transita con facilidad de la figuración a la abstracción. Él ha logrado crear un conjunto de obras utilizando diversos recursos expresivos como el chorreado, el uso de la espátula y el rodillo, la frotación de la tela para hacer composiciones de sugestiva fuerza compositiva. En algunos casos se aprecia una voluntad hacia la abstracción geométrica.
A inicios de la década de 1980, llega a Sancti Spíritus Félix Madrigal Echemendía (1957), recién graduado de la ENA, quien cultiva la escultura, la pintura y el dibujo. Su diapasón es amplio, se mueve entre la figuración y la abstracción. En una de sus series ensaya con las posibilidades emocionales del color que delimita a través de un entramado de líneas de trazos muy libres modeladoras de figuras geométricas. Son propuestas que de cierto modo recuerdan los trazos de Luis García, aunque de diferentes sensibilidades.

Junto con Madrigal llega recién graduada de la ENA Olimpia Ortiz Porcegué (1960), quien incursiona indistintamente en la figuración y en la abstracción a partir de presupuestos estéticos diversos. En sus permanentes búsquedas y tanteos conceptuales, se adentra en la experimentación y quiebra valores tradicionales de la pintura espirituana al apoyarse en un sistema de símbolos particulares, sostenidos, en algunos casos, en la descomposición de planos, la numerología o en el reciclaje de convenciones morfológicas.
Más cercano a los tiempos actuales es Julio César Cepeda, quien ha logrado crear códigos muy personales de creación informalista apoyado en la numerología acercándolo a las iniciales propuestas de Pérez Monzón. Con un poder conceptualista notable, el joven creador se mantiene entre la racionalidad de sus algoritmos y la emoción contenida de los espacios abstractos.

En una dirección similar de controlar la emoción y hacer un tanto más racional la creación abstracta se encuentra Jorge Luis López Álvarez, quien recrea espacios mediante composiciones reticulares y el empleo equilibrado de elementos geométricos fijados bajo fondos de empastes contenidos. Otro de sus procedimientos técnicos es el empleo del collage que permite derivar en ciertas zonas propias de la pintura matérica.
(Continuará)
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