La historia de José Manuel Nápoles Puerto es una de las tantas de jóvenes cubanos que han emigrado hacia los Estados Unidos de la manera más riesgosa posible: la temeraria aventura de atravesar más de diez países de Centroamérica hasta llegar a la frontera de México con los Estados Unidos. Su historia me interesa en particular, y la quiero contar, porque es un artista que comienza a tener éxito en la ciudad donde se estableció en los Estados Unidos y, también, porque nos criamos en el mismo barrio del poblado de Cabaiguán en el mismísimo centro de la isla.
José y yo vivíamos exactamente a dos cuadras de distancia; y fuimos a la misma escuela primaria, que nos quedaba a una cuadra de distancia a cada uno. No compartimos aula porque él es uno o dos años mayor que yo, pero en ese espacio intermedio de nuestro territorio vivencial jugábamos al basket todas las tardes en la cancha de la escuela y mataperreábamos en pandilla, porque uno de sus hermanos y el mío son de la misma edad y todos formábamos parte de la machanguería infantil del barrio.
Yo me fui a estudiar a la Universidad de La Habana y él a la Academia de Artes Plásticas Leopoldo Romañach de Santa Clara. Y pasó el tiempo y pasó y yo dejé de saber de El Chino (como le decíamos), hasta que me lo reencuentro en Facebook e Instagram, ya viviendo él en los Estados Unidos y estando yo en una beca de investigación en Brasil. De manera esporádica me aparecían en los “muros” (virtuales) algunas de sus publicaciones y comencé a detenerme en sus obras, a mirarlas con cierta curiosidad, no como crítico de arte, sino como el niño que mira con asombro y orgullo lo que hace un amigo de la infancia.
José Manuel Nápoles acaba de tener una exitosa exposición personal en Moremen Gallery, una de las galerías más serias e importantes de Louisville, la mayor ciudad del estado de Kentucky. También una obra suya fue incluida en una exposición colectiva titulada We All Declare for Liberty: 2020 and the Future of American Citizenship (Quappi Projects, oct./nov. 2020), en la que de una nómina de 18 artistas, él fue el único cubano. Llegar hasta ahí no ha sido nada fácil. Hay una historia de desplazamientos, riesgos, sacrificios, constancia, trabajo, talento y mucha fe detrás de esos hechos.
El caso de José, como el de muchos jóvenes artistas formados en academias cubanas que han emigrado en las últimas dos décadas, no tiene nada que ver con los artistas que emigraron a finales de los ochenta y comienzos de los noventa. Estos, en su mayoría, ya eran creadores con cierto o mucho reconocimiento tanto dentro como fuera de Cuba. Y salieron por el aeropuerto de La Habana, con visa en mano y becas de creación o posibles contratos con galerías en México, Estados Unidos o Europa. Para ninguno de ellos, tampoco, ha sido fácil; pero esa es otra historia, que ha sido por demás las más estudiada y contada.
También, como se sabe, ha habido otro tipo de emigración de más baja intensidad, más flexible, de idas y vueltas, como la de artistas muy exitosos en términos de mercado como el grupo Los Carpinteros en su momento, Carlos Garaicoa, Rene Francisco, Wifredo Prieto, Sandra Ramos y varios más, cuyas exitosas carreras les han permitido vivir en Europa o Estados Unidos sin perder su residencia cubana, casa y estudio propio.
Ahora, para un joven pintor de provincia aun sin una carrera sólida, que emigra de manera informal, la historia es otra, si es que decide persistir contra viento, marea, nieve y cuentas por pagar, en el empeño de hacer lo que le apasiona hacer y para lo que se formó. El fenómeno, el reto, la angustia, es la misma, por supuesto, para el resto de los profesionales que emigran. Pero en el caso de la problemática de la “diáspora artística”, que es la que nos ocupa, estos son los casos que menos conocemos, sobre todo porque muchos de esos jóvenes no logran insertarse en galerías y tener éxito institucional y de mercado.
El Chino, que ha sido generoso, abierto, y me ha contado su experiencia personal (nunca he visto que haya desconfianza entre amigos de la infancia), me da la posibilidad de reflexionar sobre este complejo fenómeno existencial; del cual sus obras actuales son una depurada y contundente síntesis visual y conceptual, como siempre lo logra hacer el arte sincero, ese que nace de los procesos psicológicos más complejos que devuelven las experiencias de vida hechas cultura.
José Manuel Nápoles se graduó en el año 2007 de pintura, dibujo e ilustración en la academia de Santa Clara. Después comenzó la carrera de Socioculturales en la universidad de Sancti Spíritus, mientras trabajaba como profesor de arte en casas de cultura locales y en la Escuela de Instructores de Arte de Tres Palmas (Sancti Spíritus).
A un semestre de terminar la carrera, le ofrecieron una misión internacionalista en Venezuela, para lo cual la universidad le otorgó una licencia académica.
Antes de irse a su “misión cultura” en Venezuela ya había hecho una importante exposición personal en la Oscar Fernández Morera, la galería más conocida y relevante de la Villa del Yayabo. La muestra se llamó Primera comunión, y reunía una serie de pintura realizada entre 2011 y 2012. Estas obras habían despertado la suspicacia de los ideólogos de manigua del partido municipal de Cabaiguán, que le prohibieron a José exponer sus obras en la galería local. De seguro fue por el título, que alude al acontecimiento de iniciación católico. Pero si se miran bien esas obras, hay que reconocer que el partido del pueblo no estaba tan despistado en su mojigatería política.
En varios de los cuadros, de gran formato, vemos desfilar elefantes verdes. Hay uno que intenta equilibrar su enorme cuerpo sobre una pelota de aire. En otra obra un pato amarillo gigante camina detrás de un elefante, como si estuvieran haciendo una larga travesía juntos. La pieza más sintomática muestra una manada de tres paquidermos verdes con sus trompas levantadas, uno delante y dos detrás. Están situados en frente de una bandera cubana izada. Pero no sabemos si ese es su punto de llegada, o de partida. La respuesta parece estar insinuada en otra obra, en la que vemos, dentro de un auto, a un conejo (al volante), a su lado un elefante ataviado con camisa morada y detrás el pato amarillo. El artista se refiere a estos tres personajes como “desesperados por la libertad”.
Sobre esta serie, que Nápoles expuso también en Venezuela, escribió Maikel José Rodríguez Calviño, que sí la pudo ver en su totalidad:
Tanta alegría nos hace dudar, y es que la aparente puerilidad de Primera comunión deviene táctica de camuflaje: bajo el cromático festín que despliegan estas piezas, se ocultan la ironía, el escarnio y la mordacidad, prestos a susurrar en nuestros oídos que las cosas no son lo que parecen. Si entrecerramos los ojos y “escuchamos” en silencio, los personajes de José Manuel acusan por omisión toda la violencia, las coerciones y el sectarismo que caracterizan al mundo contemporáneo, desecho en gritos y humo, al borde del cataclismo. (Escambray [online], 22 de octubre, 2013).
Pues sí, algo olfatearon los burócratas del partido cabaiguanense, y se curaron en salud, como siempre, no fuera ser que fuera con ellos la cosa… Pero quiero detenerme un segundo más en estas obras. En ellas podemos intuir cierta ironía, cierta crítica velada: a la demagogia de carnaval, a la mansedumbre de un rebaño reducido a la animalidad más pedestre, a la infantilización de la política, al deseo de viaje y aventura, de libertad, etc.; pero todo ello está expresado sin violencia. Y este es mi punto, el que quiero dejar bien marcado. Esas son pinturas de visualidad pop, coloridas, de aspecto naif, en sintonía con la iconografía de dibujos animados a que recurre el artista. Aunque está latente la voluntad de dar forma y color a un discurso crítico e inconforme, se respira retozo, ingenuidad, no hay rastro de dolor ni de experiencias traumáticas.
En cuanto al trabajo más actual de José Manuel Nápoles, el que acaba de exponer en Moremen Gallery en Louisville, esas obras expresan una sensibilidad bien diferente. Su manera de pintar se sigue moviendo dentro de un informalismo expresionista de iconografía naif. Continúa haciendo un uso histriónico del color, pero en estos cuadros la paleta es mucho más amplia y agresiva, caliente, selvática: amarillo que quema, verde, rojo, azul, morado, naranja, marrón. Este profuso e intenso uso del color constituye un primer nivel expresivo que connota violencia; son obras que golpean la vista, que levantan atmósferas estresadas por aquí y por allá. Me puedo imaginar el impacto museográfico en el espacio. Hay una larga pared blanca en la que se colgaron seis obras, que a cierta distancia parecen flashazos de pintura encendida.
Pero lo realmente violento en estas obras no es el color, sino la iconografía. Ya no se trata de tiernos y graciosos animales juguetones, sino de figuras humanas, masculinas y femeninas, con expresiones faciales y bocas muy singulares. Hay ojos tristes, asustados, vigilantes, excitados, expectantes, desvelados, aterrados; y hay bocas terribles, con grandes dientes blancos puntiagudos, afilados, como de fieras depredadoras de carne. Hay cabezas enormes y deformes; en una palabra: grotescas.
Nápoles muestra en este importante conjunto de obras que ha madurado en él un expresionismo grotesco visceral. No es gratuito que así sea. No hay nada forzado aquí, no es simple juego estético, no es asumir ciertas influencias maestras o inscribirse en cierta línea estética por simple gusto, voluntarismo o conveniencia. Cuando eso pasa se nota la impostura, el maquillaje sin fondo verdadero; porque no hay manera de inventar el sentimiento, las experiencias y lo que no se ha visto ni vivido con ojos y carne propia. Si algo transpiran las obras de José es sinceridad. El dramatismo de su relato es real. Hay un peregrinaje de 11 países para llegar a un destino. Parece un cliché que las pesadillas se exorcizan con el arte. Pero quien no haya pasado por semejante experiencia, no tiene derecho a hablar de clichés.
Esta exposición que lo ha lanzado como artista revelación en Louisville se titula precisamente 11 Days. Su viaje desde Venezuela hasta los Estados Unidos duró más de un mes, pero hay 11 días críticos en ese periplo dantesco y épico: fue el tiempo que le llevó al grupo de migrantes con el que viajaba, cruzar el Darien Gap, la famosa y hostil frontera entre Colombia y Panamá dónde se interrumpe la carretera Panamericana por lo agreste del terreno, de selvas y pantanos. Esta tierra de nadie hay que pasarla a tientas, luchando contra la nada hospitalaria naturaleza y la acechante amenaza de bandas del crimen organizado.
Hay una obra que se titula Yo comiéndome a mí mismo, que es un autorretrato. El rostro tiene los ojos caídos y tristes, y la boca de dientes filosos devora las manos propias. El fondo es amarillo, plano. La posición del cuerpo, con la espalda encorvada y los hombros hundidos hacia adelante, es de una trágica resignación, de un sacrificio último por la supervivencia. Otra pieza, de las más violentas de la exposición, contrasta fuertemente con este autorretrato caníbal. Es un cuadro espectacular. Al fondo hay un paisaje, cielo y nubes azules, unos goterones de agua, flores rojas, yerba verde y, en primer plano una mujer rubia, con minifalda naranja de óvalos blancos, hasta sexi. Pero su rostro es el terror, ojos saltones, en alerta, y la boca parece una trampa para animales, un arma más mortal que el fusil que lleva en las manos en posición de ataque.
Hay otras obras en las que vemos a figuras solitarias, retratos de cuerpo entero, plano medio o solo el rostro. Los rostros siempre grotescos, los dientes siempre agresivos, intimidantes. Pero en otros casos se trata de retratos colectivos, conjuntos de individuos que se apretujan, formando un cuerpo plural compacto, como si existiera la necesidad de fundirse en una entidad mayor, concentrar la fuerza para protegerse mutuamente. En algunas piezas se ve que están en la selva. Sin embargo José no muestra jamás el peligro, la encrucijada de vida o muerte que los rodea. Son los rostros, y las actitudes grupales, lo que nos transmite el estrés extremo de esa experiencia límite.
Es interesante la recepción que ha tenido esta serie en el contexto norteamericano. Por ejemplo, Sara Olshansky, una artista y crítica de arte de Louisville que ha apoyado al cubano en su inserción en el medio artístico local, escribió un agudo texto en el que sitúa muy bien el discurso pictórico de Nápoles en el debate sobre los emigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos. En su criterio, las obras ofrecen una revisión crítica del lenguaje que se usa en los medios estadounidenses para contar historias como la suya. Hay muchas ideas preconcebidas sobre estos temas, y la sociedad norteamericana tiende a reducir la narrativa sobre la emigración a unos pocos clichés políticamente convenientes, sobre todo una narrativa que generaliza y define a los emigrantes como criminales, delincuentes o vagos.
Sara Olshansky considera que el trabajo artístico de Nápoles Puerto se apropia del “efecto miedo” asociado a los emigrantes, elevando este estereotipo a una proporción hiperbólica. De ahí sus retratos terroríficos y distorsionados, que la crítica asocia a la estética de Dana Schultz y Francis Bacon: “Estos retratos de monstruos, que recuerdan las pesadillas de la infancia, exponen las fallas de la lógica de la propaganda del miedo que se usa tan a menudo para criminalizar a los inmigrantes latinos”. También, Olshansky intuye con gran sensibilidad que el estilo infantil de la obra de José Manuel cuestiona la falacia lógica de culpar a los emigrantes por el lugar en el que nacieron: “No culpamos a los niños por su entorno de nacimiento. Los sujetos de sus retratos, pintados como si pertenecieran a la imaginación de un niño, nos preguntan por qué culpamos a los inmigrantes por cambiar las únicas circunstancias bajo su control”. (Ruckus [online], Louisville, 2020 [traducción mía]).
Imagínese que usted se quedó a vivir en Venezuela, después de cuatro años de misión. Pero a la altura del año 2015 o 2016 comenzó a arreciar la crisis económica y política; y usted comienza a tener un terrible déjà vu. Inflación, su salario no vale, no alcanza para lo básico; desabastecimiento general; mercado negro; corrupción, populismo político, polarización ideológica; guerra política y económica con los Estados Unidos; etc. Siempre he pensado que los cubanos que emigraron para Venezuela durante el periodo de vacas gordas de la revolución chavista, son los más desafortunados de la historia reciente. Que tú emigres de tu islita huyéndole a todos esos problemas, y que en un país rico por su petróleo y demás recursos naturales comiences a vivir el mismo “periodo especial” de calamidades, el mismo sistema político de socialismo burocratizado y autoritario, is too much… too intense!
Eso fue lo que le pasó a José Manuel Nápoles Puerto, como a tantos otros valientes cubanos y cubanas. Pero él decidió cambiar una vez más “las únicas circunstancias bajo su control”, y tomó a su esposa venezolana de la mano y se fueron a cruzar once países. Y sobrevivieron a las 54 millas de selva, montañas y pantanos del Darien. Y llegaron a su destino. Pero una vez radicados en Estados Unidos, el cubano artista y profesor de arte tuvo que trabajar en la construcción, en un almacén, trabajar duro para poder pagar las cuentas. Aun así, ponerse a pintar no le fue difícil:
Aunque yo no tenga tanto reconocimiento artístico, las ganas de pintar siempre las he tenido. Lo primero que hice fue comprar materiales y ponerme a pintar. Claro, ponerme a pintar en el mismo cuarto. Sin las condiciones mínimas, pero yo tenía que pintar. Y la gente me decía, tú estás loco. Pero yo armé mi taller en mi propio cuarto y ahí yo pintaba, sin saber si iba a vender o no pero yo tenía que pintar. Nunca dejé de pintar, ni de ir a exposiciones. (Testimonio del artista)
Hasta que le llegó su oportunidad. Hoy está representado por Moremen Gallery en el centro de Louisville, la ciudad amante de los caballos, de fama mundial porque en ella se celebra el Derby de Kentucky, la reputada carrera de caballos Purasangre. José me cuenta que cuando se decidió a mostrarle algunas de sus obras a la galerista Susan Moremen, una señora muy respetada en la ciudad, al verlas le dijo: “y esto qué cosa es…” Pero con el arte que nace de experiencias profundas siempre es así, porque a los ajenos se nos presenta como una total otredad de sentido. Sin embargo, ese es el arte que a la larga se impone, y triunfa.

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