María Carla Olivera
Otro artista que se pronuncia con planteamientos esencialmente similares en la deconstrucción de los símbolos patrios es Osvaldo Yero. Una pieza paradigmática en este sentido es El escudo nacional. Este, a diferencia del tono dominante en las obras comentadas anteriormente –bastante más sobrias–, es profundamente cínico y subversivo, aunque no por ello necesariamente menos serio o comprometido. Quizás, diferente semblante para ánimo similar.
Osvaldo Yero asume como elemento expresivo central de su producción la práctica extendida de decorar los hogares cubanos con adornos de yeso. La apropiación de la estética kitsch para explotar su dimensión cultural en nuestro país o servirse de su carácter popular y con él, de la cosmogonía de su gente, había sido recurso presente en la obra de otros destacados artistas cubanos como Flavio Garciandía y Rubén Torres Llorca.
La particularidad del empleo del kitsch en Osvaldo Yero es el uso evidente de este lenguaje como ardid para versar sobre la situación política y cultural del contexto cubano en esos últimos y complejos años del siglo pasado. El kitsch le sirve para ahondar certeramente en categorías como la estandarización, en muchos casos, cepa del aburrimiento y el decadentismo. La propaganda oficial en la Isla, como esos triviales adornos de yeso patinado, ha caído en la retórica y el estereotipo, parecen rezar sus obras.
Numerosos símbolos del repertorio oficial son modelados en su obra: la bandera cubana, la Isla, el escudo, y la nómina se multiplica con la indistinta mención de los líderes de la Revolución, elementos identificadores del comunismo soviético, banderas americanas y del 26 de julio, íconos de la cultura pop transnacional, exportados del consumismo norteamericano –Marilyn Monroe, Elvis Presley, hamburguesas. Ellos conforman una extensa lista que apuesta por el inclusivismo característico de la postmodernidad, el collage esquizofrénico de signos y símbolos, la fragmentación y con ella traza una cartografía de la desorientación de una época que muda los compromisos de antaño con la discriminación típica de los discursos nacionales.
Es sintomática en su obra la conversión de un sistema simbólico, hasta hace relativamente poco tiempo, revestido de valores y sentidos de peso para la nación, insignias de un proyecto de sociedad que contó con el apoyo y la devoción de gran parte del pueblo y elementos beatificados en una tradición insular centenaria, en meras florituras domésticas. Su statement resulta, por tanto, realmente lapidario.
El escudo nacional es una pieza paradigmática en este sentido. Él revela un humor ácido, socavador, al mismo tiempo que cierta pesadumbre. Esta puede deberse a la riqueza semántica emanada de una expresión popular auténtica como es la confección de adornos de yeso en contraposición a la estética vacua y superficial del kitsch. En esta pieza se burlan los sublimes valores tradicionales contenidos en el escudo al sustituir varios de sus elementos por
órganos sexuales.
La sexualidad es uno de los grandes temas tradicionalmente proscritos de la historia universal, su rescate y validación como importante elemento expresivo y constitutivo del ser humano no se ha dado de modo lineal, sino sometido a constantes revisitaciones, expansiones y constreñimientos. Incluso hoy, después de todas las conquistas, lo asociado al sexo y la sexualidad reviste muchos aspectos tabú, de modo que en ocasiones su tratamiento desprejuiciado se perciba un tanto violento, descolocador y antidogmático.
El escudo nacional pues, además de los desplazamientos en el plano del sentidoreferidos con anterioridad, llama la atención sobre un fenómeno concreto que parece ser el alza de la prostitución en la década del 90, consecuencia directa de las aperturas permitidas al turismo. Este cambio sustancial dentro de la historia post 59 se refleja en muchos otros creadores y disciplinas, como es el caso del escritor Amir Valle y su libro Habana Babilonia. Prostitutas en Cuba. En la obra de Yero, la razón emancipatoria contenida en los símbolos nacionales
y el sofisma moderno ceden a la razón instrumental germinada de una praxis vital en evidente disonancia con aquel discurso. Este descalabro de nuestro proyecto de nación sugiere en El escudo nacional también desencanto, idea apreciable en la sustitución de lo que en el emblema nacional es un amanecer – que cifra la expectativa del nacimiento de Cuba al mundo– por los melancólicos matices de un crepúsculo que ciñe la Isla-falo.
Como se analizó en Alexis Leyva y ahora en Osvaldo Yero el cuestionamiento de los símbolos y sus contenidos comienza a darse en el arte cubano ya no solo a partir de una colocación de los mismos en determinados escenarios suspicaces, sino también a partir de la experimentación con sus materiales constitutivos, restándole la majestad que revisten en nuestra tradición y en el
discurso político. El primero de estos artistas lo logra sustituyendo los materiales nobles y la solidez de su representación por otros endebles y povera. Yero no les resta corporeidad física, mas sí suntuosidad, mediante la modelación en yeso tipificadora del kitsch vernáculo y, con ella, el correspondiente desplazamiento simbólico del metarrelato al micro entorno doméstico, del entorno sagrado al terrenal, de lo abstracto a lo concreto, o lo que es lo mismo, de la evanescencia ideológica a la cuestión palpable, cotidiana, instrumental.
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