Se trata de una operación compleja de reapropiación de su obra fotográfica para armar nuevos dispositivos estéticos que le deben más a la escultura y al objeto contemporáneo que a cualquier otra referencia duchampiana.) Ahora indaga en las posibilidades de integrar dichas imágenes a equipos domésticos como el televisor (fabricados por el artistas de modo bien artesanal como recordando aquellos primeros surgidos en la década de los 50) en una sofisticada operatoria vintage tan familiar hoy en otros ámbitos del diseño. Aquel pasado tecnológico se une ahora a un pasado reciente como si asistiésemos al visionaje de un viejo documental, de antiguos noticiarios  dispuestos para sobresaltarnos en nuestras vidas tranquilas donde no otra cosa más importante sucede que recordar.

Nelson Herrera Ysla

No fue hasta el año 2006 que Ernesto Javier saca de entre las sombras -secretamente ocultas y a resguardo de cualquier intrusión ajena) su caudal de imágenes sobre los balseros para exhibirlas parcialmente en Daños colaterales, exposición realizada en la galería Villa Manuela en La Habana junto al también fotógrafo René Rodríguez.  Enmascaradas en composiciones que mucho le deben al diseño gráfico, Ernesto Javier permite entrever fragmentos de ese mundo obliterado junto a imágenes de ruinas y pobreza contaminantes tan generalizadas y extendidas por toda la ciudad que éstas han terminado por convertirse en el real paisaje urbano de La Habana. Ubicadas dentro de signos y símbolos reconocidos, en señales de aviso o estructuras formales creadas por él mismo, las percibimos cual auténticos voyeuristas (mirahuecos en el argot local) como si algo todavía (ese algo que pende sobre nosotros innombrable, indubitable, inefable) impidiese su verdadera y libre observación.

Expo Daños colaterales. Vista parcial

Ahí
están las imágenes de esos hombres y mujeres dispuestos a vivir otra terrible
aventura, acompañados por familiares y amigos hasta el borde mismo de las
costas habaneras para despedirlos y desearles buena suerte y rogar a los
dioses, sobre todo africanos, para que los acompañen y protejan de tiburones,
vientos molestos, altas mareas, sed y hambre. Ahí está la tristeza reflejada en
sus rostros y cuerpos magros, días después del aciago día 5 de agosto de 1994 donde
se vieron enfrentadas por primera vez la desesperación de los que deseaban
marcharse a toda costa y las fuerzas del orden tratando de evitar la expansión
incontrolable de violencia y vandalismo en calles y arterias principales de La
Habana.

Las
fotografías en blanco y negro son respetadas en su integridad sin cortes ni
adiciones, sin efectos secundarios que las ubiquen en una nueva dimensión
sígnica o simbólica, sólo que ahora forman parte de un objeto, de una especie
de artefacto que relanza la imagen más allá de su planimetría y que evoca otros
ámbitos, otros contextos. Así las fotos aparecen al final de una tubería roja de
pvc, en pantallas para ser observadas en el lado externo de una caja de luz, o
preferentemente intervenidas con textos en neón (siempre con palabras o frases
en inglés) de significado ambiguo, abiertos a infinitud de interpretaciones.
Ernesto Javier no se ha contentado sólo con la fuerza de la imagen en sí pues establece
con ella relaciones novedosas, otras, en medio de un contexto tecnologizado y
pobre a la vez. De ahí que evoquen, recuerden, no sólo el tema o asunto que las
identifica ante cualquier espectador sino también que operen también en tanto emisarias
de una época cercana, de un pasado que corroe de forma sistemática el presente.
La fotografía es ahora un objeto que ilumina y mata, como la estrella de José
Martí. Eliminado el marco tradicional de madera o metal que contribuye a resaltar,
por lo general, la imagen en todo su esplendor, ahora la fotografía conquista un
nuevo ámbito a medio camino entre el espacio privado y el público, una “tierra
de nadie”, donde lo teatral, constructivo, escultural, instalativo, se
articulan como piezas principales de un puzzle cuyo resultado desconocemos. Las
imágenes forman parte de un discurso visual mucho más amplio que las utiliza
para diversos fines, no sólo estéticos o reflexivos.

Expo Daños colaterales. Hotel Trotcha

Se
trata de una operación compleja de reapropiación de su obra fotográfica para
armar nuevos dispositivos estéticos que le deben más a la escultura y al objeto
contemporáneo que a cualquier otra referencia duchampiana.) Ahora indaga en las
posibilidades de integrar dichas imágenes a equipos domésticos como el
televisor (fabricados por el artistas de modo bien artesanal como recordando
aquellos primeros surgidos en la década de los 50) en una sofisticada
operatoria vintage tan familiar hoy
en otros ámbitos del diseño. Aquel pasado tecnológico se une ahora a un pasado
reciente como si asistiésemos al visionaje de un viejo documental, de antiguos noticiarios  dispuestos para sobresaltarnos en nuestras
vidas tranquilas donde no otra cosa más importante sucede que recordar.

Ernesto
Javier es un constructor de recuerdos, un diseñador presto para exaltarnos
mediante evocaciones y reminiscencias y no perdonarnos jamás la falta de
memoria, en estos tiempos en que todo es fugaz, en que todo se desvanece como
por arte de magia en lo real y virtual
de la existencia. Aunque sus imágenes se mezclan en lo formal con neones,
luces, plásticos, madera, metales, estas permanecen indoblegables en nuestra
percepción pero sobre todo en nuestra memoria aunque el espectador no haya
experimentado lo que el fotógrafo. Si su forma de exhibirlas, difundirlas,
vehicularlas es mediante objetos construidos por él, reafirma con ello su
desprendimiento del reportaje tradicional y el descubrimiento de un nuevo tipo
de ensayo fotográfico vinculado a la multidisciplinaridad actual, sin necesidad
de proclamarlo hoy como sucede con algunos creadores (que desesperan por
aclararlo muy bien y en alta voz) aferrados a tan vieja idea, actitud y
comportamiento.

La
muestra That’s me in the corner,
realizada en la Fototeca de Cuba en 2007 junto con René Rodríguez, confirmaba su
alineación a estos postulados. Un sintético despliegue de imágenes intervenidas
con textos de neón en inglés (Bad end,
Fuck, Dead end, That’s me in the corner, Once upon a time, Wash your hands, That
was a dream
) continua la línea emprendida años atrás y por la cual comenzó
a ser conocido en nuestro ámbito con mayor fuerza, hasta alcanzar su madurez en
Lets the memory begin, 2012, como
parte de las exposiciones de arte cubano en la fortaleza de La Cabaña durante
la 12ª. Bienal de La Habana, esta vez junto a su padre Ernesto Fernández
Nogueras, en reafirmación de su entrañable ascendencia y concomitancia de
asuntos, aspiraciones, propósitos. Aquí aprovechó lo angosto y semioscuridad
propios de las bóvedas del recinto colonial para acusar ese sentido de viaje a
lo profundo del territorio de la memoria, a los vericuetos que se encuentran en
el laberinto de nuestra mente cuyas bifurcaciones rozan nuestros corazones y
sentimientos más encontrados. El espectador enfrentaba objetos al parecer
insólitos y despegados de la fotografía habitual pues aparecían imágenes al
final de tuberías en pvc, en pantallas de televisores envejecidos y cajas de
luz, complementadas por la palabra o la frase en neón de diversos colores.

Antes,
en 2009, había aventurado fuertes y complejas problemáticas en Done, realizada en la galería La Casona,
ubicada en la Plaza Vieja de La Habana, muestra asaz polémica que inquietó a
más de un espectador y experto por sus metáforas y símbolos asumidos de manera
un tanto descarnada y sin la complejidad estructural que había caracterizado su
discurso ideo estético hasta ese momento, lo cual venía a ubicarlo de lleno en
el centro de un arte crítico contemporáneo y cubano en lo esencial, no epidérmico
(como usualmente corresponde a lo anecdótico y costumbrista y que logra
confundir a críticos e historiadores.)

Estas obras, con toda probabilidad, resultan extrañas tal vez en el panorama global del arte contemporáneo cubano pues muchos consideran agua pasada tales problemas y asuntos, ignorando o subestimando su persistencia y vigencia, su gravedad, sobre todo en momentos en que la sociedad cubana atraviesa una serie de cambios que atañen a esferas de lo económico y social como no había ocurrido en casi cuatro décadas anteriores. A lo que contribuye, como pretendiendo una vuelta más de página, el mercado del arte desde su lenta y subrepticia aparición para entusiasmar a escépticos e inconformes con el fin, nada programado, de abrir prometedores caminos y, de un plumazo, realizar el milagro de borrón y cuenta nueva.

Pero hay quienes se resisten como Ernesto Javier, y algún que otro creador cubano para proponernos, mejor tarde que nunca, reivindicaciones y reflexiones desde el arte en tiempos difíciles que nos permitan comprender este maldito mundo en que vivimos.