Sería ideal que el libro incluyera anécdotas contadas por los artistas a propósito de la interacción de sus obras con el público, así como las opiniones directas de los habitantes de esa zona. Porque al final la fugacidad del evento solo se reordena, solidifica y vive en la ficción y en lo que usted no vio. En esas argollas e historias colaterales que en muchos casos son más importantes que la presencia humilde o megalómana de una obra en un contexto dado. En esa contaminación intangible, incluso en el vandalismo, es que reside el consumo y por tanto la terminación de cada una.
Elvia Rosa Castro
Detrás del muro II (2015) es un evento que ha debido negociar las acciones de visos populistas así como resistirse y plantarse bonito para frenar la demagogia y el oportunismo de falsos aliados tras la aplastante evidencia de un evento exitosamente popular aunque su procedencia sea elitista. Detrás del muro II es un evento que ha debido bregar con la pérdida del valor cultual de muchas de sus propuestas por dos razones:
1-la
naturaleza misma del espacio público y,
2- la marginalia que impera en el tramo del Malecón que va desde el Torreón de Lázaro hasta La Punta.
Esta última condición, unida al componente físico y violento del “sofá habanero” (1) hace que el evento dure, a lo sumo, una hora. Lo demás es resaca, distorsión, pérdida de foco. Lo demás son capítulos diarios de lecciones de canibalismo y pragmatismo desobediente y salvaje (2). Una zona de desastre debido, tal vez, a que aún ese público no es un cliente (3).
Creo que ahí estamos todos de acuerdo. Tanto como en el hecho de que se extrañó una obra inmensa como Fe, de la edición anterior (4). Eso lo sabíamos pero esta vez existían otras variantes que terminaron animándonos y seduciéndonos mucho: dado que en esta segunda parte aplicaron y fueron aprobados una mayor cantidad de proyectos (5), hubo cabida para talleres comunitarios “invisibles” o los ojos de un público que buscaba la solidez moderna de las obras; o gestos en nada aparatosos y enormemente poéticos (Glexis Novoa, Adonis Ferro, David Beltrán y Ariel Orozco); o propuestas interactivas que exigían el protagónico del público que completaba artísticamente la obra (Carlos Montes de Oca, Álvaro José Brunet, Liudmila López, Manuel A. Hernández, Reynier Leyva Novo, Inti Hernández, Rachel Valdez, Duke Riley, Fidel Ernesto Álvarez, Duvier del Dago, Arlés del Río).

Se exprimentó un mini-proyecto dentro del grande: las noches de vídeos en el Café Neruda para las cuales fueron invitados a curar Luis Gómez, Andrés Abreu y quien suscribe estas líneas. Con estas noches comenzó a ensayarse una plataforma transversal de poéticas, edades e intereses diferentes que puede ser extensivo a otras grandes tapias del litoral. Este programa constituía la extensión de un evento que por naturaleza nació condenado a la brevedad.

Este efecto de temporalidad, directamente vinculado a la ilusión, estuvo acentuado por la presencia de muy buenos performances (la sagacidad pro-histórica de Reynier Leyva Novo, la espectacular ironía de Humberto Velez, la renuncia vital de Ricardo Rodríguez, y la agudeza política de Aimée García). La dama de rojo de Aimée es, definitivamente, de esas rotundas e irreprochables piezas ancladas en una lógica de Bienal con MAYÚSCULA.

La cantidad y extensión de los murales es otro de esos tópicos que queríamos remarcar. Concebidos para cada sitio en que fueron emplazados, dieron vida a espacios y paredes de cero lustres y demostraron cuan nobles y penetrables son, permitiendo exhibir los atípicos frescos de Glexis Novoa, la esquizofrenia pictórica de Ernesto García Sánchez, el surrealismo de Emilio Pérez, la jugarreta anti-arte de Pablo Rosendo y la abstracción de José Rosabal (6).

Invitar a los artistas a un proyecto de esta magnitud es algo en extremo complicado porque a excepción de pocas propuestas, la mayoría requiere de una inversión fuerte de recursos materiales y financieros que en un porciento alto de los casos el artista o las galerías serias que representan a esos artistas asumen con entusiasmo. Porque producir las obras de sus artistas es consustancial a la función de una galería y esto es algo que los galeristas cubanos han obviado en su gusto por funcionar como guetos o feudos en los que el Señor es tu señor y la gestión principal se reduce a la colecta del diezmo (7). El filón institucional restante deja que los curadores de Detrás del muro trabajen (dentro de lo permisible) y esto, haciendo un ejercicio de entendimiento, debe traducirse como una forma de pago o patrocinio.
Es raro y hasta increíble, pero esa versión del laisse faire es su gran aporte. Pálido, tímido, tartamudo y otros adjetivos menos eufemísticos si caemos en cuenta que estamos hablando de uno de los proyectos más visibles dentro de la cultura cubana e incorporado ya al imaginario social de un amplio segmento poblacional que, en una operación metonímica, cree que la Bienal de Habana es Detrás de muro, como si este hubiera confiscado el valor de aquella.
El equipo de Detrás de muro, y en específico el carisma y los dotes de relacionista público de Juanito Delgado, se encarga de acolchonar aquellos proyectos que provienen de artistas muy jóvenes y de escasos ingresos, logrando realizar la vocación de “presentar”, en la plataforma más visible de Cuba que es, ni lo duden, Detrás del muro, a artistas emergentes de otros países, habaneros y también, de otras provincias.
Las esculturas de Lina Leal, Kdir López, Florencio Gelabert, Roberto Fabelo, Liudmila López, Víctor Piverno, Rafael Villares, Safaa Errúas así como las instalaciones de Juan Milanés, Ernesto Javier Fernández, Othon Casteñada y Carlos Nicanor, más la gigantografía de Andreas Feist tuvieron su emplazamiento exacto. Algunas obras necesitaban de otros emplazamientos para que pudieran brillar. Al menos tres propuestas quedaron por debajo o traicionaron el espíritu de los proyectos, y aunque siempre hay margen para que esto suceda, disgusta sobremanera que así sea. Por fortuna fueron pocas.

A Detrás del muro se le exige negociar con un contexto mutante: donde ayer existía un andamio o pared mañana es un edificio nuevo, proyecto, o una ruina y viceversa y a esto se le suma que la “museografía” se realiza en abstracto, sin la presencia física de las obras, pues se requiere de permisos para cada palmo del espacio y porque simultáneamente diseñamos un plano para los visitantes. Aun así, casi todas las obras fueron concebidas para ese tramo de Malecón donde lo único estable son esos kilómetros de muro al que hemos tratado de abrir grietas para que todo fluya y las aguas y la sangre de otros océanos se cuelen por ellas a través de convocatorias cada día más inclusivas, rigurosas y democráticas.
EPÍLOGO (EL
MALECÓN también ERA UNA FIESTA)
Sería ideal que el libro incluyera anécdotas contadas por los artistas a propósito de la interacción de sus obras con el público, así como las opiniones directas de los habitantes de esa zona. Porque al final la fugacidad del evento solo se reordena, solidifica y vive en la ficción y en lo que usted no vio. En esas argollas e historias colaterales que en muchos casos son más importantes que la presencia humilde o megalómana de una obra en un contexto dado. En esa contaminación intangible, incluso en el vandalismo, es que reside el consumo y por tanto la terminación de cada una.

Yo, que de una manera desfachatada he confesado mi predilección por el cubo blanco, que he sido acusada de elitista (lo asumo como halago entre tanto vulgar) y que, además, creo poco en el mejoramiento humano, no puedo traducir en palabras la sensación de aleluya que se apoderó de todos nosotros cuando aquel 24 de mayo de 2015 el tramo del Malecón fue cerrado y todos caminaban eufóricos, risueños, libres incluso, felicitando a cada involucrado. Ese “todos” incluye a los artistas, amigos, expertos, coleccionistas, familiares, a aliados y no; y a una multitud repentinamente encarnada en un niño de cuatro años que, lindo y bien educado, se acercó a Juanito para darle la mano y las gracias por aquello. Ni el pequeño era un descamisado ni Juanito era Evita aunque el contexto ideológco del asunto sea absolutamente populista.

*Texto escrito en el 2015
Notas
(1) Nombre con el que también se conoce al Malecón.
(2) Muchas obras necesitaron de custodios que armaron sus “mecánicas” defensivas en una variante de tiangui insular realmente desagradable visualmente.
(3) Aspiración a sutileza que tiene su origen aquí: “La necesidad de ‘vender’ ha trascendido cualquier expectativa, alcanza incluso dimensiones ontológicas: lo que no se vende carece de ser. Esta realidad está acabando por transfigurar al público en cliente”. Emilio Ichikawa. La escritura y el límite. Editorial Letras cubanas, La Habana, 1998. p. 47.
(4) Tal vez una obra de esas dimensiones y significación pudo ser Lemon Way, esa suerte de corroboración de los versos de Silvio: “cresta que cuando logra se ya no es ninguna”: destruida por el público apenas minutos después de emplazarse. ¿Metáfora de la imposibilidad de la utopía?
(5) Esta vez la nómina fue duplicada y el abanico de países participantes se abrió.
(6) ¿Por qué taparon con pintura el mural realizado por Ernesto García apenas culminó la Bienal? ¿No podía quedarse allí?!
(7) En ese sentido, uno de los más arriesgados en el contexto cubano es Busto, dueño de la galería Avistamientos y ¿casualidad? es un galerista privado en un país donde esta gestión está prohibida legalmente.
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