Julio Lorente

Fidelio Ponce de León es la cara defectuosa del trópico, quizás por eso su obra no gozó de muchas simpatías. No fue alabado por Orígenes, ni por Guy Pérez Cisneros, aunque sí por Jorge Mañach, Enrique Labrador Ruiz y José Gómez Sicre (1). Este último llevó a Alfred Barr, de visita en Cuba en 1943, a casa del pintor que residía en Matanzas y del cual comentó: “He is Cuba’s greatest artist”.

Ponce jamás salió de Cuba. Vivió rodeado de las miserias de una isla sepultada por la fabulación colorida del modernismo. Fue un anacoreta de la desgracia que pintaba el reverso opaco de la existencia, poblado de tuberculosos -como él mismo-, prostitutas, beatas fanáticas y héroes carcomidos. Su campiña cubana no era bucólica, sino un gran sanatorio con forma de archipiélago.

El propio Ponce, escritor de cartas desgarradas al estilo de Van Gogh, resume este hálito espiritualmente también tuberculoso en misiva enviada a José Gómez Sicre:
“Querido Pepe, ya salí del sanatorio y encuentro que esta isla es la misma mierda de siempre, quizás hasta peor. Las mediocridades levantan sus cabezas como serpientes, los corruptos vomitan sobre nuestro pobre país y el chino siniestro es aplaudido por su protectora sáfica. Dime, ¿me conocen en New York? Estoy muy contento que el señor Hitchcock incluyó mis Cinco Mujeres en su película La soga. Un abrazo, Ponce.”

Nota:

(1) En 1949 Guy Pérez Cisneros escribía: “De todos nuestros pintores el ´único que consigue ponernos cara a cara con la muerte y con el tiempo”. En “El mundo sumergido de Ponce”. Diario de la Marina, 20 de febrero de 1949. El Padre Gaztelu y Lezama le dedicaron su tinta en “La pintura religiosa en Cuba” y “Pintura de sombras”, respectivamente. (Nota de la editora).