Elvia Rosa Castro

Conocí de esta referencia por Emilio Ichikawa, y luego pude tener el libro santo que en su página 29 relata:

No mucho antes de que muriera Adorno (…) estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de manifestantes le impidió acceder al podium. (…) Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador, habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que ejercía la ‘crítica’…Aquí, el hombre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo.  (…) Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está sometida a una coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo, un desnudamiento que no es bienvenido. Solo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de  las cosas nos liberan de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la ‘verdad desnuda’ es uno de los motivos de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras, las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa.  (…) Una amalgama de cinismo, sexismo, ‘objetividad’ y psicologismo constituye el ambiente de la superestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y para la filosofía (1).

Un escenario ideal para los artistas quienes, probablemente, en la mente de Peter Sloterdijk, son aquellos seres extravagantes que mencionó ahorita.

Cuando estuve parada frente a Con jamón, lechuga y pitipua, conjunto de fotos analógicas realizadas por Leandro Feal y Claudio Fuentes en el 2008 se activó mi gavetero referencial y pensé en Ichikawa y en Sloterdijk. También me ofusqué en la idea de que así comenzaría estas líneas, descaradamente citatoria. A que sí, Leandro y Claudio, a que esto les cuadra. Se trata de fotos donde varios jóvenes de la escena artística habanera posan desnudos y con aplastante desdén –ni enfáticos ni deseantes, como en Calígula– ante las cámaras de estos sendos fotógrafos, quienes también se autorretratan claro.  Los “sets” escogidos no podían lucir más undergournd y trasha, como si cuerpos y espacios, en su enrarecimiento, hablaran, o mejor, se rieran del estado ruinoso que los rodea. Ellos saben que solo queda el recurso del mohín perverso de la desnudez frente al poder, ese gesto diogenista que en su naturaleza efímera constituye un statement de libertad. Una depravación indiferente respecto al criterio de autoridad y la doxa. Una manera de ser guerrillero urbano desde una postura aparentemente inocua y sexista.

Pero no fue en La Habana donde las vi sino en Artium, Museo de Arte Contemporáneo del país Vasco  alojado en Vitoria. Bajo un bloque titulado “Apoteosis”, el excelente curador y ensayista Iván de la Nuez incluyó esta obraen la mega exposición de arte cubano Iconocracia. Imagen del poder y poder de las imágenes en la fotografía cubana contemporánea. Con jamón, lechuga y pitipua antecedía, museográficamente, al “Epílogo” de la muestra, Resurrección, vídeo de Lázaro Saavedra donde ya la inanición y el incesto cultural e ideológico llegan al paroxismo, al estadío de grado cero de lo impolítico. Con jamón… termina, en puridad la muestra. Ya Resurrección es harina de otro costal, ciertamente un epílogo, un post todo y un pre lo que venga exageradamente demencial.

La muestra, que en su mayoría reúne obras de la colección Justo-Álvarez, radicada en New York, posee la estructura de un ensayo escrito cuyo inicio es un “Prólogo” donde Reynier Leyva Novo escribe con su libro Revolución una y mil veces. He mencionado tres piezas y sólo una puede decirse de ella que es fotografía, ergo, todo parece indicar que hay una falsa publicidad en el genérico del título o que al curador no estuvo bien atento. Pero no, se trata de una muestra donde la fotografía, sirviendo de materia prima, se trasciende para fundirse en algo que es bien moderno pero que hasta ahora es preciso: la fotografía deja de serlo cuando se arriesga en los dominios de la naturaleza estética del arte. Entonces, vemos fotografía –una fotografía extraña y extrañada-, vídeo arte, pintura, instalaciones y obras caladas en cartulina.

Este resulta el primer gran guiño y la primera herejía de Iconocracia..: la noción del género expandido y el desdibujamiento de las fronteras. Es decir, Iván no solo escogió obras que se rehúsan al escrutinio robusto de la noción de representación tradicional en la fotografía sino que las contaminó con otros lenguajes. Los mismos, por qué no, que han ido modulando, redireccionando y somatizando la mirada de un fotógrafo que ya no lo es más, sino que es, simple y a secas, un artista.

Pero sobre todas las cosas, vemos una expo que está “contra el documento” (2), o al menos contra un tipo de documento edulcorante, ¡que no todos somos diabéticos!.  Se trata de una muestra donde la Imago de cada quien se le encara al Epos jubiloso de la totalidad como abstracción (3). Y le dice adiós sin ser su concubina. La pragmática oficial es sustituida por acordes personales, emancipatorios y libres.  De esta manera siempre lo imaginó su curador, quien concluye de esta manera su lúcido libro Fantasía roja. Los intelectuales de izquierda y la Revolución cubana: “Todavía hoy intento seguirle de cerca e imaginar la Revolución por esa vía menor, individual y libre (…). Esa es mi fantasía”. Iconocracia… es, ¿lo notan? el cumplimiento de esa aspiración: entrarle por la izquierda a los imaginarios de ese proceso como en su momento lo hicieron, en otros contextos pero con similar operatoria, Johan Huizinga con Los otoños de Edad Media o los franceses con sus anales o Foucault con sus extravagantes y necesarios estudios. O como hace unos años lo están haciendo los historiadores, graduados de la misma facultad que el curador, Marial Iglesias, Reynaldo Funes, Enrique del Risco, Ricardo Quiza, y otros.

Iconocracia…, integrada por más de treinta artistas cubanos residentes en diferentes países y pertenecientes a tres generaciones (4), evita entrarle por derecho (que eso no es cosa del arte) a tópicos de nuestra realidad vinculados especialmente con el poder político, sino que lo hace de manera curva y blanda, erigiéndose en compendio de lo mejor de la fotografía cubana desde los noventa hasta nuestros días. Iconocracia, nos advierte su curador, es “un modelo de gobierno que, entre sus muchos poderes, sostuvo el enaltecimiento de su imaginario a través de la imagen fotográfica. Y eso es lo que explica que el arte cubano posterior no sólo se viera obligado a lidiar con esa tradición fotográfica mayúscula, sino también con su mitología y con la necesidad de gestionar y traspasar tanto su discurso estético como sus mitos”. 

En la excelente colección Justo-Álvarez, Iván atisbó un filón que “ilustraba” sus empeños textuales. De ahí que lo primero que llama la atención en esta expo es su cualidad de ensayo, no sólo por las excelentes obras que reúne sino -y sobre todo- por el emplazamiento de las mismas, determinado por una convicción teórica que permitió agruparlas en un guión atractivo y nada arbitrario. De modo que, sin caer en didactismos de moda, podemos transitar sin sobresaltos ni traspiés por la misma. Esa museografía, ayudada por los espacios del Museo vasco, tuvo a estos bloques narrativos como premisa:

Prólogo: Revolución una y mil veces –tanto abierto como cerrado– enuncia el grado cero del proyecto, con su reflexión sobre el efecto que produce la reiteración de una palabra –o de la palabra, porque no es una más– y el impacto en las imágenes e imaginarios que se exponen a continuación.

Capítulo 1. La jaula de agua: Desde Cristóbal Colón hasta nuestros días, la insularidad ha servido como un recurso plausible a la hora de explicar la identidad cubana. Este concepto ha obsesionado a Alexander von Humboldt y a Antonio Benítez Rojo, a Sartre o a Lezama Lima. Y Virgilio Piñera definió como «la maldita circunstancia del agua por todas partes». Pero esa insularidad no solo ha sido un asunto de la literatura. También ha operado como un icono visual que ha necesitado de múltiples gestiones y digestiones.

Capítulo 2. Del Nosotros al Yo: En los años 60 del siglo pasado, el éxtasis de la misión artística de la revolución cubana quedó evidenciado –según el padre del arte pop cubano Raúl Martínez–, en el paso del «Yo al Nosotros». Este dictum se replantea aquí en profundidad. Incluso se invierte a partir de una somatización de las demandas colectivas en las experiencias privadas, desde la construcción de una nueva subjetividad o el uso del cuerpo como un campo de resistencia ante los imperativos sociales.

Capítulo 3. No hay tal lugar: Cuba se ha percibido, a menudo, como una Utopía; tanto en su sentido ideológico como geográfico, en lo mental y en lo físico. Varios artistas, sin embargo, perciben esa proyección de otra manera, sometiendo a un escrutinio profundo la idea de sociedad ilusoria tan propia de Moro, Bacon o Campanella. Así, desde el país y el destierro –y desde cualquier patria verdadera o ficticia–, apelan al sentido literal del significado de Utopía: «No hay tal lugar». Un espacio sin dueño que nos remite, no ya a una isla fabulosa o perfecta, sino a túneles, búnkeres, reproducciones problemáticas del país original… (5).

Capítulo 4. Iconofagia: La cubana fue la primera revolución de su tipo en el uso extendido de la televisión y, a diferencia de otros países comunistas, no precisó de estatuas gigantescas para expandir la iconografía oficial. Para eso sirvió la fotografía, mucho más moderna, portátil… e imposible de derribar llegado el caso. Más de medio siglo más tarde, la impronta de aquella fotografía de gesta ha quedado en la retina como el marchamo estético del país. Pero la fotografía posterior se ha visto obligada a lidiar con esa tradición, tanto como con la necesidad de digerir y desbordar su discurso estético y los mitos ideológicos, históricos, culturales o urbanos que la habían apuntalado.  Capítulo 5. Apoteosis: Ni Utopía ni Apocalipsis. Si algo define estos tiempos es, precisamente, la Apoteosis. En el último capítulo de Iconocracia no esperamos el futuro por la sencilla razón de que ya está aquí y es lo que tenemos hoy. En ese porvenir «ahora» conviven la antigua iconografía revolucionaria y la nueva iconografía de una sociedad mixta, los discursos ideológicos y las remesas familiares, los negocios por cuenta propia y la retórica socialista, la fiesta y el deber, la ilusión y la depauperación, la isla y el exilio…

Epílogo/Reencarnación: Entre la vía cubana –patentada por la naciente revolución a principios de 1959– y el modelo mixto actual puede resumirse la iconografía de una historia de medio siglo. Es lo que consigue sintetizar Lázaro Saavedra al apropiarse del mítico documental PM –objeto de censura en los inicios de la Revolución–, y mezclarlo con un drama migratorio del presente. De la utopía al reguetón tiene lugar este epílogo que nos deja un proyecto abierto al futuro. Esto es: al presente (6).

Como ven, estamos en presencia de la estructura de un libro que se explaya en imágenes: la reiteración, la condición insular, la masificación del pensar, la utopía como no lugar, el escamoteo de la imagen dominante, el cuerpo como espacio liberador y la cínica convivencia, así como la reinvención cotidiana del presente. Cada uno de estos capítulos estaba compuesto por obras que respondían de manera muy coherente con el título de los mismos. Y sigo temiendo decir “fotografías”, una porque estamos en presencia de una expo que se muestra reacia y la emprende contra la fotografía, entendida esta en el sentido documental y épico que le otorgó glamour y poder al proceso revolucionario cubano de los primeros años; y dos porque esta es una expo de fotografía más allá de la fotografía, como apunté líneas arriba.

Iconocracia es la apuesta por la eficiencia de la imagen en un mundo donde “lo escrito” no sólo ha perdido autoridad sino también simpatía. Es la confianza en la organicidad de la imagen y su naturaleza liberadora. 

Notas:

(1) Peter Sloterdijk. Crítica a la razón cínica. Ediciones Siruela, España, 2003. pp.29- 30.

(2) Sin embargo, puede que haya un link entre aquella fotografía documental, llamada por algunos “fotografía de la épica” y esta muestra, un vínculo intermedio que puedo entrever en la revista Cuba, vanguardista que no daba más y salpicona hasta donde pudo y le dejaron.

(3) Paráfrasis de un texto de Dean Luis Reyes, autor de un libro que me encanta: Contra el documento.

(4) Reynier Leyva Novo, Rogelio López Marín (Gory), Claudio Fuentes, Leandro Feal, Ernesto Pujol, Manuel Piña, Luis Cruz Azaceta, Gustavo Acosta, Alexandre Arrechea, Ana Mendieta, Raúl Cordero, Arturo Cuenca, José Bedia, Marta María Pérez, Los Carpinteros, Carlos Garaicoa, Los Carpinteros, María Magdalena Campos-Pons, Geandy Pavón, Lázaro Saavedra, Ernesto Oroza, María Martínes Cañas y Rafael Domenech, Rubén Torres-Llorca, Carlos Rodríguez Cárdenas, Abelardo Morell, Hamlet Lavastida, Jesús Hernández-Güero, Juan Carlos Alom, Pedro Álvarez, José A. Vincench y Tania Bruguera.

(5) Yo, la vi, con estos ojos que se tragarán la tierra. Vi la idea de Utopía bajo una tarja –entre minúscula y austera, es decir casi invisible- en Amberes, frente a su Catedral. Dentro, la escala gótica y la majestuosidad de Rubens y la pintura flamenca; fuera, esa declaración en un empaque protestante. Moro decía que allí se le había aparecido un hombre hablándole de Utopía. Bien miradas las cosas, se trata de la ciudad ideal para tales “iluminaciones”. Conocida por sus diamantes, es obvio que hay judería y donde esta existe hay judaísmo y este, lo sabemos, es la matriz del pensamiento moderno. Pensemos en la tierra prometida o en aquella pionera frase bíblica: “Y Abraham salió”. Proyecto, futuro, abstracción. Esto es lo que encierra esa frase de raíz judaica.

(6) Iván de la Nuez. Fragmentos de su texto para la expo.