Elvia Rosa Castro

En un contexto de tanta exigencia crítica, aparecerse con una propuesta ensimismada debe tomarse, mínimo, como un gesto valiente. Desde hace unos años, Ernesto García Sánchez, ha despejado la posibilidad de rentar, usufructuar o tomar prestada cualquier porción de la realidad que no concierna al medio pictórico mismo. En este sentido no desea ser un deudor más y en todo caso lo sería a nivel de operatoria, de ideologemas estructurales, puesto que su obra se resuelve en la tensión que se da entre el mentalismo que ampara el proceso deconstructor de la pintura y la artesanalidad, el aspecto físico que ese propio desmenuzamiento pone en primer plano.

En este camino las obras se erigen como elogio de la desnudez. Ellas frente a ellas, sin más referente que su narcisismo. Ernesto despoja a sus obras de los atuendos maximalistas y del patetismo del arte. Las salva del peso de la Historia y en ese proceso antireplicante las exime de toda responsabilidad moral, devolviéndoles el impulso natural y vanidoso de pensarse, mirarse, de jugar con sus límites. Y lógicamente, las calla, anula su capacidad de enunciar y de significar: las banaliza y reconstruye con la frialdad de un científico, la paciencia del artesano y el virtuosismo mental y verbal de un intelectual.

*Textillo escrito probablemente en 2011-2012.