Elvia Rosa Castro

Aparentemente hay un fin emancipador en la idea de construir una casa de ópera en el Amazonas. La hilarante escena del film dirigido por Werner Herzog, Fitzcarraldo, en la que es destruido un bosque para dejar pasar un barco,  desarrollar la industria del caucho, y así poder  levantar un teatro con todas las de la ley en el área peruana de la Amazonía, es la imagen exacta de la pugna entre fines y medios. Posiblemente no haya perfil más preciso sobre el reproche contemporáneo hacia la versión autodestructiva del Iluminismo y la Ilustración que aquel puñado de nativos tumbando árboles, siguiendo los sueños de alguien que prometió un futuro mejor. Una épica cruel cuya paradoja consiste en matar la sublimidad misma persiguiendo una meta de tintes sublimes.

Fitzcarraldo, 1982

Pero ese contrasentido moderno, de ubicarnos como externos frente a la madre naturaleza, al punto de aniquilarla, ha sido una pauta que se repite de contexto en contexto hasta nuestros días. “Con alrededor de 7500 especies el archipiélago cubano es el territorio insular más rico en plantas a nivel mundial, la primera isla con número de especies por kilómetro cuadrado y se encuentra entre las 7 islas con mayor porcentaje de endemismo en el planeta con 53% de sus especies endémicas. Sin embargo, a estas cifras se contrapone el hecho de que Cuba es la segunda isla con mayor cantidad de especies extintas en el mundo”. (1)

Vale anotar que el proceso de deforestación comenzó su gran puesta en escena en el siglo XIX, el mismo escenario temporal en que transcurre Fitzcarraldo: en pleno auge de la Revolución Industrial y el desencadenamiento de las fuerzas productivas.

Pero no sólo se trata de una cuestión temporal sino también cultural. En Cuba tal borboteo está inscripto al núcleo de lo que se conoce como “lo cubano” y al sentimiento de independencia. Así, la cultura de la plantación asociada al azúcar y al ingenio que ayudó a perfilar la llamada identidad cubana, se apoyó en un acto bárbaro, se erigió sobre grandes extensiones de bosques destruidos. (Sin mencionar la trata de esclavos). (2)

El cambio se explica en la siguiente imagen: “del bosque a la sabana”, como sintetizó el estudioso de la historia ambiental cubana y caribeña, Reinaldo Funes.  Sin embargo, quien primero nos avisó sobre esa cristalización cultural fue Moreno Fraginals en aquella obra todo terrenos y de tres tomos que es El ingenio. Y como el “azúcar también produce amargura”, en el propio libro Fraginals dedica un capítulo a la deforestación: “Muerte del bosque”.

Algunas frases derivadas de la tala y que aún forman parte de nuestra lengua son descritas por él y constituyen el eje ideo-gramático de la obra de Rafael Villares, El alfabeto rojo (3):

“(…) Penetraban en el bosque los macheteros que cortan los bejucos y enredaderas, dejando espacios limpios junto a los grandes troncos. A esto llamaron chapear el monte. Después venía la tumba, derrumbando los árboles centenarios. Pasado 30 o 40 días, seca la vegetación cortada, se procedía a la quema. Si el desmonte era a tumba y deja, los troncos no consumidos por el fuego quedaban sobre el terreno y entonces los esclavos del ingenio en fomento los amontonaban para utilizarlos como leña. Si el trabajo era tumba y limpia, se repetían los fuegos y trozaban los troncos para que quemasen totalmente. En general, las maderas preciosas, ebanos, caobas, dagames, quiebrahachas, de corpulencia extraordinaria, requerían dos o tres fuegos sucesivos”. (4)

De este párrafo Villares extrae “tumba y deja” y “chapear el monte”.  Les agrega “azúcar” pues es en torno a su producción que se realizan tales operativos y fue durante años la cara del monocultivo en Cuba.

La etiqueta inamovible en el trabajo de este artista ha sido el paisaje y sus disimiles variables. Pero existe otra distinción en su carrera que en esta obra, El alfabeto rojo (Vol. 1 Plantas cubanas), se hace más evidente. Dicha instalación multimedial fue creada gracias a una red de colaboraciones interdisciplinar, cuya cabeza visible es el científico y activista Alejandro Palmarola y la base es el Jardín Botánico de La Habana. Ambos han creado un inventario, a su manera, de las especies cubanas en peligro de extinción. Tal fusión ha resultado en este y futuros proyectos.   

Detalle de Alfabeto Rojo. Colección Jorge Pérez

El segmento más visible de la instalación son los 29 dibujos, una suerte de levantamiento conceptual del paisaje en la que Villares especula con disímiles referencias culturales: emulando la meticulosidad paciente del monje ilustrador miniaturista de El nombre de la Rosa, Adelmo de Otranto, Rafael V. ensaya capitulares al estilo de los manuscritos medievales recurriendo a la popular tipografía de ornamento floral de los  maestros caligráficos del siglo XVIII, con un fuerte componente artesanal, y a los apuntes de viajes de naturalistas y botánicos del XIX, en los que destaca Alejandro de Humboldt, llamado “segundo descubridor de Cuba”.  

Como en Data Paintings o Today Series, de On Kawara, la atracción primaria de El alfabeto rojo ocurre a nivel visual y estético. Pero aun así, lleno de capas significantes, ese archivo visual que son los dibujos llenos de letras y flora, la pieza sola informa poco de lo que potencialmente contiene sobre plantas cubanas en peligro de extinción. Para completar la lectura, esas ilustraciones necesitarán de apostillas, de una guía desencriptante que nos oriente. Mientras el japonés coloca una tímida cajita con un recorte del periódico del día que informa sobre esos números carentes de drama y que a la postre constituyen claves autobiográficas, la bondad de Villares no puede ser menos. Completa la instalación con un libro-guía ubicado de manera conveniente en el espacio expositivo.

Según statement del artista, en dicho volumen

“se compendia, como resumen del proceso de la obra: el alfabeto completo, las plantas utilizadas con sus dibujos científicos y algunas anotaciones al respecto del botánico Alejandro Palmarola. Además, se añade el texto de Fraginals en su totalidad, reemplazando con las capitulares donde corresponda. El espectador puede utilizar el libro para identificar en cada letra las plantas utilizadas”.

Eso es bello. Una pieza transcribe a la otra. El libro es la gravedad que compensa la teñidura kitsch y el énfasis decorativo de los dibujos. El que ata las puntas del ciclo conceptual de la obra.

Cuando en 2009 la Fundación Príncipe Claus, con la edición de Culture and Nature, dedicó sus esfuerzos a promover y premiar obras que respondieran a la noción de “paisaje sustentable” esencialmente en países periféricos, Villares era un jovencito estudiante de la Academia cuyas obras y proyectos respondían de manera intuitiva y sensible a esa onda.

No es la primera vez que Rafael Villares piensa y representa el paisaje halado por cierta “piedad ecológica”. Pero lo que empezó como poesía y sensualismo casi puro años atrás, se va perfilando ahora en algo más que contemplación y sumergimiento. Su mirada se ha redireccionado desde cierto Neoromanticismo occidental hacia el convencimiento asustado de atestiguar  cómo el ser humano, cumpliendo con un telos estrictamente racional y garante de cierto progreso, en su andar orgulloso de homo sapiens, ha alterado y/o mutilado el paisaje para mal. Trayendo algunas figuras del pensamiento latinoamericano, Ariel ha resultado más bárbaro que Calibán.

La manera en que los marcos culturales van conformando lo natural tal como lo aprehendemos hoy día, así como la escasa capacidad de compasión del hombre, han estado en el foco de su atención por casi una década.

Cuando Teresita Fernández expuso Fire (America) en 2017, más que salto,  también daba fe de ese recorrido desde lo neoromántico. Rafael, como ella, o también como el dúo Allora y Calzadilla con sus instalaciones post-apocalípticas que forman parte de su histórico activismo, ha traído al esponjoso mundo del arte el debate ético del llamado período antropoceno, avisando sobre nuestra ajena e indiferente relación con la naturaleza. Vínculo asentado en un ego robusto y flemático que permite el actual uso indiscriminado y brutal de la madre natura, en contraposición con los primeros pobladores del planeta, quienes, arropados en su cosmovisión panteísta de la existencia, poseían una metodología de tala y quema racional y sustentable.

Al final, todo parece indicar que cualquier proceso creativo, del sino que sea, pasa por nuestra relación con la naturaleza, y que esa new wave paisajística con énfasis en la contemplación -de moda años a– va dejando atrás la tendencia de la “buena vibra” para ceder paso a cierto activismo, ajeno a la histeria debo decir, que balancea la urgencia ético-política con el placer poético-estético. Un punto interseccional que va de Rousseau a Greta Thunberg y viceversa.

Terminado de escribir el 28 de Febrero, #FloralDesignDay

Notas:

(1) Tomado del  statement del artista.

(2) El tópico de la esclavitud está desarrollado en mi entrevista a Carlos Martiel: “Los cerrojos de Carlos Martiel: el cuerpo como dispositivo político”. En catálogo para la exhibición In the Mind’s Eye: Landscapes of Cuba and U.S./Cuba Cultural Exchange, Frost Art Museum, FIU, Miami. 

(3) Su nombre proviene de la Lista Roja de Especies Amenazadas, un inventario de especies en peligro a nivel mundial.

(4) Moreno Fraginals. “Muerte del Bosque”. El Ingenio, Tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, 2014: 188-195.

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Diseño fresco, creado a propósito de la polémica entre Greta Thunberg y Andrew Tate en Twitter. En su afán por responderle a la activista Tate reveló su paradero a las autoridades rumanas, pues en su video comía pizza local 🙂