María Carla Olivera

Similares razonamientos pueden hallarse también en obras que fijan su interés en La Bayamesa. Entre los símbolos nacionales intervenidos durante la década del 90 fueron privilegiados la bandera y el escudo, aunque se han encontrado menciones a una obra de Osvaldo Yero sobre el himno nacional. Quizás sea el himno, por su naturaleza específica, la expresión simbólica más elocuente del patriotismo. En los 2000 las aproximaciones al himno nacional se hacen más frecuentes, quizás impulsadas por la exploración sensorial que incita el acercamiento a novedosos soportes tecnológicos y saberes aportados por otras disciplinas, por el ánimo experimental y la disolución de las fronteras que tradicionalmente constriñeron las diversas manifestaciones artísticas.

El artista Reynier Leyva Novo parece asomar en el panorama plástico contemporáneo para probar la variedad de posturas frente al fenómeno identitario. La descripción de Sherlock Holmes aplica a Reynier en su continua cadena de elucidaciones: inteligente, hábil en la observación y el razonamiento deductivo que aplica a la aclaración de casos difíciles. Su obra es la demostración de que se puede abordar la historia sin caer en fundamentalismos. Él no escapa a aquella, más bien se demuestra inmerso en ella, afición poco común por estos días de agudo disenso y distanciamiento. Al apreciar su trabajo se tiene la certeza de estar asistiendo al encuentro de legítimo patriotismo en el siglo XXI.

La primera obra suya que se instala de modo permanente en la memoria visual del arte cubano es El patriota invisible (2007). Quizás la corta edad en la que la realiza le imprima ese sello de autenticidad, de incontaminación. Quizás también por eso la ausencia del cinismo que se descubre en obras posteriores. Su quehacer artístico surge pues, como una resurrección tras este primer desgarramiento, acto de fe, alumbramiento doloroso e inevitable.

El patriota… fue un desnudamiento necesario. Al decidir transitar por los oscuros y truculentos caminos de nuestra identidad nacional y estudiar a fondo la historia de la nación con reconocida vocación detectivesca, debía primero realizar esta suerte de iniciación, de rito íntimo, de expiación.

Más que un himno –texto lírico que denota júbilo y celebración– La Bayamesa de Novo parece una marcha fúnebre. La iluminación barroca, semejante al conocido “efecto Rembrandt”, y la soledad del personaje anónimo con su instrumento recuerdan, salvando las distancias, la melancolía y ensimismamiento de los míticos trovadores de antaño.

El procedimiento de Reynier recuerda también a John Cage, pionero de la música aleatoria, electrónica y del uso irregular de instrumentos musicales. El creador estadounidense desarrolló diferentes métodos para romper con la armonía tradicional, determinada, en favor de sonidos más experimentales y con ello dio tempranas lecciones sobre la relación entre el arte y la libertad y las potencialidades de aquel para propiciarla. Cage plantea que la asimilación no discriminante de todos los sonidos contiene la flexibilidad necesaria para no ejercer coacción tampoco sobre las diferentes formas de vida humana, “permitir que cada persona, igual que cada sonido, sea centro del mundo”.

En la serie de entrevistas editadas bajo el título Para los pájaros, Cage ofrece claves tempranas y reveladoras, útiles para penetrar la obra de Novo:

ENTREVISTADOR: No puedo menos que pensar que en este mundo, tal como usted lo define, el logos, la lógica, pesa bien poco.

JOHN CAGE: Es que yo no soy un filósofo… ¡griego! En otro tiempo aspirábamos a experiencias lógicas; nada nos importaba tanto como la estabilidad. Hoy admitimos la inestabilidad junto a la estabilidad. Lo que deseamos es la experiencia de lo que es. Pero “lo que es” no consiste necesariamente en lo estable, lo inmutable […] Además, desdichadamente para la lógica, todo lo que construimos bajo ese rubro, “lógica”, constituye tal simplificación respecto de los hechos y de lo que realmente sucede, que debemos aprender a cuidarnos de ella. Esa es la función del arte actual: protegernos de todas esas reducciones lógicas que estamos tentados de aplicar a cada instante al fluir de los acontecimientos. Acercarnos al proceso que es el mundo (1).


Las melodías determinadas de los himnos nacionales y con ellas, la solidificación de valores y nociones excluyentes de identidad nacional, se desdibujan en la obra de Novo. Los ideales y el cuerpo simbólico relativos a construcciones inamovibles de la identidad nacional se desfiguran, rozan la abstracción, acaso terreno de lo esencial y lo universal donde se trasciende la partitura musical hasta aislar y resentir cada uno de los sonidos.

El patriota invisible revela un desplazamiento fundamental para comprender los corrimientos de la identidad en la actualidad de la Isla. Aquí el canto no es interpretado a escala masiva, como sucede en la escenificación de actos más o menos oficiales. Este se presenta en una suerte de comunión íntima, auténtica, sentida, en la que el intérprete se toma la libertad de modificarlo acorde a su ánimo, acaso recurso de desautomatización. Es el rescate del yo disuelto en la masa y es, a la vez, una propuesta de ciudadanía diferente, entrañable, contraria al vaciamiento acarreado con la sobreexplotación del símbolo y la desactualización de su discurso.

Su obra constituye una oxigenación de la identidad, su reconocimiento como algo que fluye de manera natural y orgánica, underground, que no pierde sus bases aunque sus representaciones no basten para capturarla y por tanto, deba valerse de esa misma simbología –aunque distorsionada– para figurarla y hacerla legible.

Sí, porque esta obra, además de muy íntima, es profundamente comunicativa. De ahí la invisibilización del enunciante. Es decisión del espectador el distanciamiento o la identificación con las nuevas emociones impresas en la melodía.

Notas:

(1) John Cage: Para los pájaros. Conversaciones con Daniel Charles. Reproducción realizada por el Proyecto ALIAS, a cargo de Damián Ortega, Ciudad de México, 2013, pp. 90-91.