María Carla Olivera

Jorge Wellesley comparte la pasión reconocida en Ernesto Leal por el lenguaje y sus trastornos, por las construcciones y escisiones que este engendra. Tras el análisis de la obra de Wellesley queda poco o nada por decir sobre el estado de la cuestión nacional, la identidad o la verdad en nuestro contexto.

Las obras de este creador se sitúan en las antípodas de la retórica nacionalista. Quizás por esto, alienten a una cosmovisión y por qué no, a una relación con la identidad más genuina y creíble. Los terapeutas insisten en que la aceptación, el desnudamiento, es el primer paso en la sanación.

Títulos definitivos como No hay significado trascendental (2010) y ¿Qué nos inspira? (2012) así como el aplastante compendio visual La maldita circunstancia… II (2013) parecen indicar que para el artista se acabaron las épocas de rodeos e incertidumbres y es tiempo de asimilar nuevas verdades. Sin embargo, consabida es su mirada suspicaz sobre el lenguaje y su dudosa capacidad de expresar la verdad –no es gratuito que sus títulos se introduzcan con la palabra TRUTH.

No hay significado trascendental y ¿Qué nos inspira? realizan una suerte de contra-épica, anti-retórica que se complace en mostrar la ausencia de telos, de sentido y significado, a la vez que se erigen afirmaciones en sí mismas y con ello se prestan a debate, en última instancia, al poder de la enunciación.

La maldita circunstancia… II revela esta inquietud devenida obsesión que atraviesa toda su creación. A diferencia del asistido poema virgiliano e incluso de las reinterpretaciones del mismo realizadas durante la década del 90 –ejemplo de las cuales analizamos la de Sandra Ramos– la Isla de Wellesley no narra, o lo hace de forma elíptica. Su Cuba se halla fragmentada en diversos niveles. El primero, su partición en cinco paneles expuestos de manera discontinua. Luego, su progresivo fraccionamiento en multitud de vallas. Las vallas son tradicional espacio contenedor de información oficialista, pero el artista las emplea límpidas, despojadas de contenido.

Este gesto es una declaración de cansancio, de agotamiento del discurso hasta su extenuación. Como se ha analizado, la narración de lo nacional en Cuba no ha cesado desde sus momentos fundacionales, al contrario, se bifurca, reacomoda, recicla hasta su laxitud, triste empresa de un país que obtiene su independencia y reorganiza su discurso en tiempos en que estos comenzaban su declive en gran parte del mundo. El ser insular ha sentido en sus espaldas la gravedad de una Isla que no puede con su propio peso. La identidad –caracterización, personalización– en la obra de Wellesley queda irremediablemente reducida a su mínima expresión, acaso una silueta titilante.