Elvia Rosa Castro
Si hay un sector hondamente frustrado en la Cuba contemporánea es el gremio de los arquitectos. En la isla apenas se construye, y lo poco que se realiza queda reservado a la inversión foránea que ya trae su propuesta, esencialmente irrespetuosa.
Sin embargo, Cuba tuvo su avantgarde en materia de arquitectura y diseño durante los 60 y 70. En ese período evitó el esquematismo impersonal del “realismo socialista”, resemantizando los estilos y códigos del modernismo de los 50 con una marcada vocación tropical y tercermundista. Elegante, llena de sensualismo y utopía esta variante echó mano a materiales y referentes locales. Dichos proyectos, amparados por mecenas de peso político, dejaron de producirse toda vez que Cuba se institucionalizó e importó los bloques habitacionales soviéticos. Así, nuestros arquitectos y diseñadores fueron cayendo en el ostracismo, dizque sus “gustos eran burgueses”.
Se priorizó la construcción masiva, en detrimento del diseño y la arquitectura de autor, acuñada de elitista.
La casa del decorador, exposición personal de Marco Castillo para la 13 Bienal de La Habana (2019) en su estudio personal de Nuevo Vedado, y para UTA Artist Space, LA, curadas por Abel González y Neville Wakefield respectivamente. La expo se estructura como un homenaje a esa generación de arquitectos y diseñadores interioristas confinados al ejercicio docente como cruel bondad de la censura. Amparado en una ardua investigación, Marco Castillo se metió en la cabeza de esos profesionales, tratando de aprehender sus lógicas creativas, el contexto que las generó, así como sus maneras de dibujar.

A Marco Castillo, admirador del modernismo en general, le atrajo el vanguardismo del interiorismo cubano, que supo conjugar magistralmente nuestro acervo indo-cubano, africano, colonial, regional y republicano, aderezado con nociones utópicas y teniendo en cuenta el clima caribeño para devolvernos obras emblemáticas que se mueven en la cuerda vernácula, sofisticada y cosmopolita al propio tiempo. Era una producción que se ubicó mano a mano con el diseño escandinavo, pero con una dosis de sensualismo y personalidad del cual este carece.

De esa fascinación y de la idea de proyecto trunco surge La casa…, una serie de “esculturas” y libretas de apuntes a partir de estrellas, círculos y grafía básicamente, que anulan la naturaleza utilitaria del diseño para adentrarse en el terreno autosuficiente del objeto artístico. Y al usar la madera como elemento distintivo de una tradición, Castillo también está retomando un elemento clave en el trabajo seminal de Los Carpinteros, colectivo artístico al que perteneció durante muchísimos años.

Todo este conjunto de piezas que conforman La casa del decorador, irremediablemente gráficas, realizadas a base de rejillas, madera y celosía, a simple vista pueden parecer explosiones y nacimientos de constelaciones, decorativos, claro está; fragmentos de un filme de ciencia ficción esparcidos en un espacio que les resulta extraño en su familiaridad. Aquí el uso de la estrella “que ilumina y mata” cumple su función al formalizar, enfriar y solemnizar, desde su triunfalismo hiriente, un homenaje pretendidamente cálido. También viene como anillo al dedo para hablar de censura, de “chances históricos”, o de ciclos de “muertes culturales y estéticas”. Una metamorfosis –el curso del círculo a la estrella–, en apariencia gráfica y formal, resulta un leitmotiv ideal para hablar de vaciamiento ideológico, banalización y muerte simbólica.


El título de cada obra –nombres propios– es una deconstrucción o reducción de grado cero, asentada en la grafía, de obras emblemáticas de algunos autores prominentes del período conocido como Regionalismo Moderno. Una vez hecho el periplo por lo que creemos toda la exposición, viene la coda: Generación, un corto realizado en colaboración con el realizador cubano Carlos Lechuga. Se trata de un audiovisual que funciona de manera autónoma, si se quiere, pero que devuelve a la exposición la bomba, la calidez necesaria para completar el homenaje.
Los personajes silentes de Generación son jóvenes artistas del contexto habanero actual -muchos de ellos artivistas- interactuando en una casa emblemática de la arquitectura habanera de los 50. La mirada de Lechuga logró captar el “diseño ambiental” de autoría insular por partida doble. Además, la constitución helénica de cada figura, en cuanto metáfora de un período clásico ya desaparecido, sus maneras entre sofisticadas y candorosas, el vestuario, y sobre todo la música escogida, el tema Pólvora mojada, hit de los 70 cubanos interpretado por la “musicalísima” Beatriz Márquez, hacen de Generación el toque nuclear de nuestra fibra sensible en esta muestra.

Toda esa familiaridad llena de nostalgia, más allá del efectismo final donde todos se lanzan al vacío, que logró compilar el corto redireccionó nuestra postura hacia un espacio de conmoción que hasta ese momento estaba dominado por el ejercicio racional y el homenaje respetuoso pero distante: era imposible no llorar. Yo lloré a moco tendido.
La casa del decorador es un feel the local que se inserta en toda la corriente de restauración de lo local, no por moda, sino por justicia intelectual, cultural, y poética, y se une a otros homenajes recientes que van por esta cuerda: Isaac Julien a Lina Bo Bardi y el modernismo brasileño, la exposición Utopías paralelas, curada por Iván de la Nuez y Atelier Morales, y a toda la investigación sobre el modulor-moral, los ejercicios pragmáticos y desobedientes en términos arquitectónicos, llevada a cabo por Ernesto Oroza durante un largo período de su carrera (la celosía, por ejemplo, ha sido clave en sus objetos). Atentos curadores, que en todo esto hay una muestra.
*Publicado originalmente en revista ArtNexus 116.

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