Danilo Vega Cabrera

Antes de su desmontaje visité Entelequias, de Duvier del Dago, en la galería Villa Manuela.

Por casualidad o alineación de los astros, había visto algunas de estas piezas y dialogado personalmente con el artista en una cúpula del ISA. También conocía de su trabajo anterior. De hecho, una pieza de su serie Teoría y Práctica ―un «desecamiento» de un primer optimismo bisoño― fue de las mejor aplaudidas por la crítica más severa en el IV Salón de Arte Cubano Contemporáneo en 2005; o sus series Castillos en el aire y Confort ―muy elocuentes desde su título, develándonos ese antagonismo, o cuando menos distancia que nos separa de nuestras aspiraciones―, fueron igual, a mi juicio, de lo más sobresaliente de la expo Latido (1) en 2006.  

Reseña Abbagnano que desde Aristóteles venimos lidiando con la entelequia, ese «acto final o perfecto, o sea la cumplida realización de la potencia». Y para un artista que estuvo años buscando el modo de dibujar tridimensionalmente cuanto anhelaba, la definición le viene como anillo al dedo. 

Todavía a dueto con Omar Moreno ya Duvier empezaba a sistematizar tres cosas que hasta hoy le han acompañado: el trabajo con el espacio, el redimensionamiento de la escultura monumental y la investigación del arte popular.

En esto último hay una arista importante presente en la muestra, en obras cercanas a la estética del cómic y otras con referente en las festividades populares de parrandas de la franja centro-norte del país, de donde es oriundo Duvier.

Ese referente es significativo: curiosamente, en el despliegue visual y el mundo de los oficios concurrentes en una carroza o en los trabajos de plaza de esas festividades colectivas en que muchas de aquellas «comarcas» forjaron sus grandes utopías, o sus «ciudades efímeras», hay que buscar los orígenes de la escultura por esos lares.

Pero, además, también ha sido la fuente de tanta inspiración en artistas como el casi desconocido Bernabé Aquino, o en graduados del ISA como Roaidi Cartaya y Alejandro A. Calzada Miranda en sus inicios, sin olvidar el «carnaval handmade» del segundo Flavio.   

Sin sustanciales rompimientos, consecuente con su trayectoria anterior y enteramente dueño de un método―esos dibujos con hilos y cajas de luz suele ser lo más llamativo para el público, si bien no agotan lo esencial―, estas «Entelequias» de Duvier concilian una realización personal que, en definitiva, cada creador vive como un momento individual e íntimo, al tiempo que sigue dejándonos claro que, hace rato, su propia obra es la única utopía posible para un artista. 

Entre castillos en el aire, distopías, «silent specific», ciudades efímeras, sobremesas… esa idea parece rondar toda la exposición. Porque también al final en contextos de continuos fracasos, la nobleza de una entelequia resulta más «abrazable», honesta y vital que esa monumentalidad ruidosa de una utopía que ya nos da pereza.

Nota de la editora:

(1) Latido es una Expo colectiva realizada en Oslo, Noruega co-curada por Andrea Sunder-Plasmann y Sandra Sosa