Anna Maria Guasch Ed. Elvia Rosa Castro

AMG: En su trayectoria se percibe una especie de genealogía que pasa rápidamente del lenguaje mismo (textualidad) al espacio público y a la dimensión pública de la escultura (Serra). ¿Cómo definiría esta especie de “rite du pasaje”? 

DC: No creo que nada de lo que haya hecho esté relacionado con la textualidad, con “el lenguaje mismo”. Y por supuesto la teoría post-estructuralista deconstruye por completo cualquier noción de lenguaje privado. Éste es, paradigmáticamente, público y social. De lo contrario no sería lenguaje. Sospecho de cualquier división entre lo privado y lo público. Parte de mi argumentación sobre la obra de Richard Serra en espacios abiertos consistía en revelar que la transferencia de intereses “privados” por parte del artista al terreno “público” iba en detrimento de la representación de ambos conceptos. Pero desde que escribí el ensayo “Redefining Site Specificity”, aprendí mucho más sobre cómo contrarrestar estas divisiones: en primer lugar, a través de mi compromiso con el movimiento activista a favor de las personas afectadas por el SIDA; en segundo lugar, adhiriéndome a la crítica feminista y demócrata radical de los conceptos liberales del ámbito público. 

AMG: Pasemos a otro componente esencial de su obra crítica: la representación de la identidad como una fórmula que mezcla aspectos relacionados no sólo con el lenguaje sino con el conocimiento y el poder. ¿Cómo compagina su activismo político en ACT UP con su papel como crítico de arte en October

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DC: Se habla mucho de una supuesta diferencia entre mi trabajo como crítico de arte y mi trabajo de activismo contra el SIDA. Para mí las dos cosas están estrechamente relacionadas. Desde mediados de los años 70 hasta hoy he estado interesado en las complejas relaciones entre arte y política. El núcleo de mi libro On the Museum’s Ruins gira en torno a esas relaciones. Es cierto, no obstante, que mi compromiso con ACT UP (la organización contra el SIDA en la que participé entre 1987 y 1991) me transformó personalmente. Ciertamente, el nivel de urgencia era muy diferente. Mi vida y las de mis amigos estaban en juego. Había un fuerte compromiso emocional por mi parte, pero aún así, lo que hice (escribir, editar, dar conferencias) apenas si ayudó a cambiar en algo las cosas. Sí, me manifesté en la calle, fungí ocasionalmente de portavoz en la televisión, me arrestaron, pero no creo que aquello fuera a la postre tan relevante como algunos quieren creer. En ningún momento abandoné el escenario de la cultura, de la representación. La verdadera diferencia está en que el campo de la representación se amplió desde la cultura con “C” mayúscula, a la cultura con “c” minúscula; del arte a la cultura en un sentido amplio, esto es, artículos para la prensa, programas de televisión, discursos científicos de divulgación, el sistema de la seguridad social, etc. Pero al fin y al cabo la mayor parte de mi trabajo se redujo a analizar textos e imágenes. 

AMG: El capítulo 3 de “Mourning and Militance” es como un manifiesto en el que usted propone nuevos conceptos sobre el SIDA, el activismo cultural y la producción cultural de los géneros.  ¿Podría explicarnos el sentido de ese giro desde la “identidad gay” (oposición binaria masculino-femenino) a la “teoría queer”, donde el sexo es en sí mismo una identidad?

DC: Para mí “Mourning and Militance” no es un manifiesto. Lo escribí en una situación histórica muy específica, cuando ACT UP empezó a desintegrarse o a fragmentarse desde dentro. Yo creía que esto ocurría porque no reconocíamos suficientemente el peso que la muerte de nuestros amigos y compañeros tenía para nosotros. Quería ayudarme a mí mismo y a mis compañeros activistas a comprender lo que nos estaba ocurriendo. Creía que mis reducidos conocimientos sobre psicoanálisis podrían resultar útiles. Y esto me llevó a diagnosticar algunas formas de auto-denigración melancólica en los homosexuales. Lo cual, a su vez, se convirtió en el germen de mi libro Melancholia and Moralism. Si “Mourning and Militancy” –mi ensayo sobre el SIDA- puede considerarse como una contribución a la “teoría queer”, eso se debe a que participa de una creciente sospecha respecto a las políticas de la identidad, tal y como habían sido empleadas previamente en la teoría política de los nuevos movimientos sociales que surgieron en los años 60. La “teoría” de la “teoría queer” debería entenderse también como teoría post-estructuralista, como parte de la crítica post-estructuralista de todas las formas estables de identidad. Es queer porque concibe la sexualidad como aquello que siempre desestabiliza las identidades fijas y coherentes en todas las personas. (Continúa).