Por Elvia Rosa Castro

Les comparto con gusto algunos fragmentos del tercer capítulo de mi próximo libro Arte y autismo moral (“llo muerto no puede morir”)

En una visita de Wilfredo Prieto a la ciudad de Sancti Spíritus (1) , dos de sus amigos reunidos en un colectivo artístico llamado S/t (sin título, sin tetas, sin texto, sin testamento, etcétera, etcétera), le cuentan el proyecto que tenían pensado mostrar al Salón de Arte próximo a realizarse (2). Tenían diseñada la siguiente idea: convocar a diferentes artistas del mundo a diseñar banderas con lo que consideraran era el emblema del arte. Luego, los estandartes serían expuestos en espacios públicos de diferentes lugares del mundo. El artista, toda vez que realizara su insignia, pasaba a formar parte del equipo de creación S/t.

EL GIRO

Apolítico,
la serie de banderas grises y blancas que Wilfredo Prieto presentó al III Salón
de Arte Cubano Contemporáneo (2001), constituyó una de las propuestas más
sólidas del evento, no sólo por su cualidad de manifiesto y sino porque representó
el ánimo o aroma de una época sin distinciones generacionales ni espaciales. Apolítico adelantó un estado de cosas
pero sobre todo proyectó el modo en que ese estado le afecta al creador. Y la
respuesta de la pieza de Prieto no pudo ser más clara: declararse ajeno a todo
accionar. Su instalación es una revelación de cansancio, una obra diplomática
que apunta a la estandarización de una conducta no conflictiva. Lo apolítico en
tanto reafirmación de la política como un espacio de perfil ético débil, opaco,
ineficiente.

Wilfredo, el pillo, pervirtió el elemento bandera de S/t, cambió su vocabulario democrático y barroco por una
economía luterana y minimal, y lo que es más importante, anuló la ingenuidad y
el filón marcadamente utópico de una propuesta a las claras desfasada, creando
una escueta gramática del never mind
justo a diez años de que Nirvana publicara su álbum, en 1991.

Primera versión de Apolítico, 2001. Azotea del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales,
La Habana

Wilfredo compactó, historizó y homologó toda una actitud que supera al llamado “desencanto posmoderno”. Apolítico es nuestro retrato moral. Es la representación del “infierno de lo igual”. Wilfredo nos hizo caer en cuenta que estamos en presencia de una utopía otra. La “utopía del neutral”, como la describe Rafael Rojas (2007).

Apolítico es una obra eminentemente cínica y es además, la promulgación de cierto panteísmo moral que trae implícita la ausencia de identidad, entendida esta como tipificación de algo en sentido robusto.

ADIOS A LA MUELA BIZCA

Esto de emplazar banderas y astas se le da bien a Wilfredo Prieto, quien, en un rapto más cínico aún, emplazó un paño rojo en son de pasarela por las calles londinenses. La tela partía de un mástil (o llegaba hasta él). Estoy hablando de la instalación Línea ascendente. (Línea roja. Bandera roja, 2008), ganadora del Premio Cartier. Léase esta nueva ronda de Wilfredo  como la puesta en escena de un postcomunismo glamuroso, oliéndose lo que vendría: por ejemplo, Chanel desfilando en el Paseo del Prado en 2016. Léase también como un nuevo trazado urbano a partir de la mutilación de los valores o del vaciamiento simbólico de una era que atravesó el siglo XX. Aunque sea como sea la imagino como ilustración perfecta de esa “fantasía roja” bien ensayada por Iván de la Nuez (2006).

Línea de ascenso. Bandera roja, 2008. Boceto. Col. Axana Álvarez y Orlando Justo

Era muy probable, por supuesto, que luego de ese compendio visual titulado Apolítico poco quedaría por mostrar en ese inventario llamado “arte cubano” (3). Como en efecto sucedió, aunque claro, se trata de un proceso que comenzó a fraguarse años atrás. De hecho, en 1995 Osvaldo Sánchez había sintetizado el pragmatismo de la década del noventa, productora de una obra “un poco experimental pero no demasiado sucia, un poco política pero permitida por las instituciones, un poco conceptual pero no demasiado densa, un poco avant garde pero no demasiado posmoderna, un poco exótica pero no demasiado nacional.” (Sánchez 1995).

Los artistas en aquellos noventa aprendieron a negociar, desde una frenética locomotora llamada “metáfora instruida”, con el mercado, la institución-arte y la censura política. Es muy posible que Realidades virtuales, expo curada sin rodeos por Elio Rodríguez para la VI Bienal de La Habana en 1997 sea la constatación más tajante de dicha tendencia. 

(…)

Dado que el presente estudio va de actitud cínica y no de identidad precisamente (aunque el mambo es casi el mismo), me gustaría presentar aquí cuatro (en el presente extracto son dos) obras producidas en este siglo que si bien compilan visualmente aquel cinismo del que he venido hablando a lo largo de todo el libro, se desmarcan de Apolítico por su naturaleza íntima y por los ácidos comentarios que tienen como diana, precisamente, el mundo del arte.

Debo enfatizar que al abordar el tema desde
obras específicas me desmarco de un estudio generacional. Más bien trazo
nerviosa el boceto del aroma de una época. Tampoco es una disertación basada en
la progresión cronológica sino que su guía es este asunto del cinismo, con el
cual vengo lidiando por años. Esto no solo me permite ser más incisiva, sino
que también me abre las puertas para realizar análisis transversales.

Siguiendo el simbolismo y la alegoría (pues las dos están ahí y no son lo mismo) que están presentes en los gestos de Diógenes, los cuales poseen fuerte raíces performáticas, no es difícil emprenderla con obras de arte desde una noción filosófica del cinismo, todo lo contrario. Analizar cómo estás obras se insertan en una tradición cultural donde el cinismo es clave para entender ciertas estrategias de inserción y resistencia o ilustrar una sociedad anémica es el contexto en que debe ser entendidas estas especulaciones. Obras que además orbitan sobre un eje al que muchos quisieran adherirse: la “suspensión de la familiaridad”:

Un sueño Sufí, de Luis Gómez. Consiste en un bajorrelieve realizado con una hachuela en la pared que ancla la siguiente frase: “Would you like to buy my misery”? Esta  site specific fue realizado por vez primera para la muestra Ya sé leer. Imagen y texto en el arte latinoamericano. Centro Wifredo Lam,  2011 (4).

Un sueño Sufi, Centro Wifredo Lam

Como en todas sus obras, Luis ata las argollas enunciativas que se
derivan de una operación simple en apariencia, desarrollando
una sofisticación mental que fulmina. Parece hasta simbólico: una solución
visual que sintetiza la ascesis y vida espiritual propiciada por la práctica
Sufí, ¡extirpándole realidad a la miseria (fragmentos de pared, fragmentos de
texto) toda vez que se enuncia! Un ejercicio de cinismo absoluto que tal vez no
hubiera sido posible sin el recurso lingüístico. Podemos quedarnos aquí, en
esta básica lectura y ya es una gran obra (lo es ya y sobre todo sin
interpretación).

Luis Gómez, actual profesor del Instituto Superior de Arte (donde casi nadie enseña debido al bajo salario de los profesores y a la instrumentalización de la vida que rige en la Cuba de hoy), y fundador de la Cátedra de Nuevos Medios en esa misma institución, se ha definido por obras de una fuerte carga existencial en una arena bien definida: el escenario de la autoconciencia crítica del arte, que visto desde un ángulo macro, es de la nación. De ahí tal vez que raras veces haya sido invitado a sus más recientes pasarelas. Al estudiar al autor de Nevermind, Oda a la curadora, Nadie escucha, Trata o tratado, Polite & B_side, Miserere y Quiet Room (5) (estos títulos no fueron escogidos casualmente), vemos que en Un sueño Sufi hay más, claro que hay más que lo anunciado arriba. Yendo tras sus claves creativas, pareciera que Luis se está dirigiendo a un sector específico del arte -el que compra-, el cual ha adoptado el inglés como lingua franca, cuando en realidad está escribiendo una declaración que apunta al corazón moral del escenario artístico entero.  Tal es su manera, visceral y sarcástica, de dialogar con esa piña trendy, liberal-elitista muy dada al lobby, a las relaciones públicas y a las poses entre camajanas e histéricas. Un ambiente que anula toda noción de autonomía artística y está caracterizado más por los tratados mercantiles que por la creencia en la naturaleza emancipatoria del arte. En esa atmósfera “la vocación es sustituida por la carrera”.

Sea como
fuere, hay algo de advertencia en la pregunta de Luis Gómez con aires de sueño
Sufí. Comprar su miseria supone más que un gesto filantrópico o excéntrico. Su
miseria es intranquila, jodedora y punzante. No se vivirá así como así con
ella, como nadie hubiera podido soportar la de Diógenes.

La última argolla que encuentro en esta perla llamada Un sueño sufí es muy posible que sea esta: por su título, la obra puede significar un comentario al texto sobre “artista sufi-cientemente bueno”, exquisitamente desarrollado por Donald Kuspit. Desmarcándose del mito del artista de vanguardia, el profesor americano revela casi de manera aforística, que la premisa para que exista el artista suficientemente bueno es la “soledad creada por la falta del éxito” y, esto que viene es una delicia, ese artista sabe “que puede ser honesto y deshonesto consigo mismo” .Sólo agregaré esto para no dañar mucho la cita: la clave estaría en no pretender.

(…)

Salga el sol por donde salga es una instalación de Orestes Hernández exhibida en la galería habanera 23 y 12 durante la bienal de 2009. La pieza consiste en una jicotea viva y una yagua (rama de la palma real), ubicadas en el piso de la  galería. “Salga el sol por donde salga” es una frase popular de origen español. Significa algo así como que pase lo que tenga que pasar, conteniendo cierto determinismo. Remite a un cansancio y al dejarse llevar, a un caer en cuenta de que hay actos que escapan a la voluntad personal. Por eso, no queda mucho qué hacer. Orestes usa la jicotea pensando en las aporías de Zenón y en fábulas en que la tortuga, a pesar de ser más “lenta”, gana. Así emprende toda una reflexión sobre el sedentarismo y la paciencia como un elemento sustancial para lograr algo. La jicotea es un animal que esconde su cabeza en el caparazón, enajenándose del contexto.

Salga el sol por donde salga, Galería 23 y 12

Como la mayoría a su alrededor, el animal no quiere
pintarse de problemas, y esto me lleva a recordar una frase pronunciada a tenor
de los jóvenes creadores cubanos: “no miran de frente”. Curiosamente, y como
vimos en el segundo capítulo, el primer poema épico cubano se titula Espejo de paciencia.  Allí están desarrolladas mis ideas sobre la
paciencia como una actitud cínica.

Si tomamos el título Salga el sol por donde salga con todo su significado, así como la
solución visual que le da Orestes, incluidos sus posibles significados, podemos
admitir que estamos en presencia de una obra que habla de la total ausencia de
responsabilidad, del dejarse llevar, de esa actitud que puede resumirse, en “todo
me da igual” o “me tiene sin cuidado”.

Los seguidores de las religiones afrocubanas recomiendan tener una jicotea suelta, campeando por su respeto en el espacio doméstico. Se trata de una terapia usada para “limpiar” la casa. Orestes no es un outsider propiamente dicho pero se conoce por la indiferencia que vive respecto al circuito del arte, desmarcándose de las piñitas de poder y de influencias. El gesto de llevar una jicotea al contexto galerístico no sólo nos remite a la sabiduría del piango, piango (poco a poco) para alcanzar algo sino a la necesidad de limpieza, transparencia y claridad que a todas luces precisa el mundo del arte.

ENTRE LA ILUSIÓN DE HIPERACTIVIDAD Y EL “ABURRIMIENTO
PROFUNDO”

(…)

LA CONCRETA

La capital cubana tiene todos los ingredientes para
venderse como una urbe atractiva a los ojos inexpertos e ingenuos pero
inversionistas de cualquier tipo de capital: proyectos elitistas y mercaduales encarnados
en dos galerías, Continua –global- y El Apartamento –local-; Detrás del muro,
populista y dizque comunitario y educativo; los espacios alternativos y por
supuesto que sí, las instituciones oficiales. Y, en el centro de todo eso, el
vedetismo artístico, tan brillantemente encarnado por Miss Bienal, performance de Luis Manuel Otero realizado en la
Bienal de 2015.

Miss Bienal visitando Love is calling you, de Manuel A. Hernández Cardona

DE CÓMO ESCUCHAR A WAGNER ANTES DE UNA MASACRE

Como escribí arriba todas estas variantes se entrelazan. Son permutables y válidas para todos los soportes. Mi intención es esbozar la gráfica de una posible cartografía en la que para todos vendría muy bien (otra vez) la ambivalencia de las letras de Nirvana en «Smells Like Teen Spirit»: «Me siento estúpido y contagioso/ un mulato, un albino, un mosquito, mi libido». Sin embargo, en la escala de actitudes sociales hay una tipología que supera a lo apolítico y el bla, bla, bla. Se trata de lo que algunos pensadores llaman lo “impolítico”, referido en los capítulos anteriores. Roberto Espósito, su vocero, explica esta condición como la “ausencia en el presente (…), descarte de lo que también existe y que es todo lo que existe (…)” (2006: 138).

Estamos pues, en presencia de la coronación total de la renuncia. Un dejarse transportar y una pérdida de voluntad individual: el éxtasis del desdén disfrazado del deber. Lo casi no representable. El exceso como locura. En la condición impolítica no existe ni la cosmética ni el eufemismo. Ni el clandestinaje ni la resistencia. Y en esta cuerda se encuentra Enemigo provisional, de Ernesto Oroza (6).

Enemigo provisional

Rafael Rojas acierta en la interpretación del nudo teórico de Espósito que resulta pertinentes en este texto: “Cuando la política se vuelve escatología y se identifica con dimensiones ajenas a la presencia vital, como el silencio, la ascesis, el exilio o la muerte, surge entonces, no la “antipolítica”, que es política mal practicada, o la “apolítica”, que es la utopía del neutral, sino la “impolítica”, el reino de la ausencia, el funcionamiento público de una comunidad que no puede ser representada” (Rojas 2007). De todo ello puede deducirse que se trata de la “experiencia extrema”, de un estar en el borde, de una ausencia de valor y por consiguiente de la no existencia de algo en qué reconocerse. De ahí que esta pieza específica de Ernesto erice la piel mientras las banderas grises de Wilfredo generan una admiración basada sobre todo en su ingenio. Apolítico es interesante más no escalofriante. La ironía perversa y global de Wilfredo es sustituida por el paroxismo patético-local que resume la obra de Ernesto.

Algo parecido pudimos sentir leyendo La tribu, de Carlos Manuel Álvarez. Su recorrido es el retrato del impolítico cubano, entendido este como una pérdida total del referente o una ausencia de relación, de ahí que constantemente se hable de un estado de no representación, de blanqueamiento (vacío) ideológico del sujeto. Eso que muchos teóricos llaman Nullpunkt, donde nada es manejable. Es lo más cercano a la locura y al universo simbólico en tanto anulación del ego. En esta condición son naturales la ceguera y la mudez en su plenitud. Se trata de un estado violento que está más allá del bien y del mal, del killing time, de la serenidad, de la pasividad, del sustraerse y de la afirmación.

Esto que he descrito en el párrafo anterior, ni más ni menos, fue lo que experimenté durante la XIII Bienal de La Habana (abril-mayo, 2019) en términos de ambiente: deslealtad sin par, incapacidad absoluta para ponerse en el lugar del otro y por supuesto ausencia de diálogo y discusión. El artista padece de un déficit de atención hacia todo lo que le rodea y posee su propio goal, calculado, cultivado incluso: el fichaje, no ya por parte de curadores ni reconocidos críticos de arte sino por coleccionistas que puedan llenar sus arcas a corto y largo plazo. La XIII fue la imagen perfecta de la muerte de la empatía, y donde esta no existe, no es posible hablar de representación. Me apuran y teóricamente es lícito afirmar que la XIII Bienal de La Habana nunca existió (7).

Notas

(1) Sancti Spíritus es una ciudad enclavada en el centro de Cuba. Fue una de las primeras villas fundadas tras la llegada de los españoles. Desde 1976 fue nombrada provincia y entre sus municipios se encuentra Trinidad, ciudad que en los años noventa poseía la mejor academia de arte del país. Por sus aulas de nivel medio pasaron Wilfredo Prieto, Jorge López Pardo, Inti Hernández, Odey Curbelo, Humberto Díaz, Ariel Orozco y Jimmy Bonachea entre otros. En el siglo XXI el “chance histórico” pasó a la academia de Manzanillo. La escuela trinitaria fue cerrada por cuestiones absurdas y arbitrarias a nivel del Ministerio de Educación y bajo protesta de muchos de sus ex alumnos, entre los que se encontraban Alexandre Arrechea y Dagoberto Rodríguez.

(2) Se trata del Salón de Arte Cubano Contemporáneo de 2001, que en esa edición se nucleó bajo la tesis Idea, sensorialidad y recepción.

(3) Prefiero usar la expresión “arte hecho por cubanos” evitando así el color local, el estereotipo y el cartelito falsamente identitario. Arte hecho por cubanos permite reunir a artistas formados por un sistema de enseñanza común básicamente que comparten un que otro elemento cultural, vivan donde vivan en la actualidad pues si algo hay de tipificador no vayamos a afiliarlo al territorio. Sin escribir un statement rotundo curé varias muestras que dejaban atrás el anclaje a un elemento tipificador o identitario: La casa está imposible (2002), Hogar provisional (2009), Escapando con el paisaje (2012) y La casa que vuela (2015). Al repasar estas muestras me doy cuenta que, sin proponérmelo, estaba siendo recurrente y que lo que esbozaba como actitud generacional apuntaba a un desinfle del fundamento. Por eso cuando aquí escribo “arte cubano”  lo acompaño de “llamado”, indicando sospecha y alejándolo de su perfil robusto siendo consciente que se trata, al menos en mi caso, de un joker metodológico que me facilita la escritura. Pero hasta ahí, como podrá verse.

(4) Curadoras: Elvia Rosa Castro, Sandra Contreras, Ibis Hernández Abascal y Margarita Sánchez.

(5) Probablemente la obra más completa y hermosa del arte contemporáneo cubano: aislamiento, silencio, éxodo, salvación y muerte.

(6) En este sentido no puedo descartar Pureza, enorme instalación de tejido negro en el malecón habanero realizada por Aimée García; Electrocotidianograma de Sandra Ramos; las obras de Ernesto Javier Fernández, Habana libre I y II. Ese estado impolítico que describí arriba es una de las condiciones que subyacen en la exposición de Rafael Domenech, Time, Memory, Context. También en Hemoglobina, de Adriana Arronte y El síndrome de Estocolmo, acción de Balada Tropical. En realidad, todos los conciertos de este colectivo, en que  siempre acaban destruyendo todo cuanto ven a su paso.

(7) En su estudio Ernesto Leal inauguró The war is coming, muestra personal durante la XIII Bienal de La Habana. No es casual. Ese ligero switch de una de las frases más célebres de estos tiempos –winter por war– alumbra sobre el estado que describí arriba, y si tomamos en cuenta el origen de la frase, por qué no, nos habla de un juego de poderes, un escenario donde ningún exceso sorprende. Hasta donde sé, las obras de Leal –siendo el excelente artista que es- no estuvieran exhibidas en ningún otro sitio.

Referencias

Espósito, Roberto (2006): Categorías de lo impolítico. Buenos
Aires: Katz.

Nuez, Iván de la (2006): Fantasía roja. Barcelona: Random House
Mondadori.

Rojas, Rafael (2007): “Matando el tiempo”. En Penúltimos días (mayo) www.penultimosdias.com

Sánchez, Osvaldo (1995): “Los últimos modernos”. En Cuba: la isla posible. Barcelona: Destino.